Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
Es preciso preferir la soberanía de la ley a la de uno de los ciudadanos.
Aristóteles
Aristóteles escribe, en el capítulo XI de su libro tercero de Política, lo siguiente:
Es por tanto justo que la participación en el poder y en la obediencia sea para todos perfectamente igual y alternativa; porque esto es precisamente lo que procura hacer la ley, y la ley es la constitución. Es preciso preferir la soberanía de la ley a la de uno de los ciudadanos; y por este mismo principio, si el poder debe ponerse en manos de muchos, solo se les debe hacer guardianes y servidores de la ley; porque si la existencia de las magistraturas es cosa indispensable, es una injusticia patente dar una magistratura suprema a un solo hombre, con exclusión de todos los que valen tanto como él.
El tema del ejercicio del poder y los lineamientos que se deben seguir en el ideario político han sido motivo de preocupación y de profunda reflexión por parte de los filósofos y pensadores más destacados de la humanidad. En particular, el concepto de soberanía ha revestido especial importancia a lo largo de la historia, y los tiempos actuales no son la excepción para tales cuestionamientos. Específicamente, en las gestas que la ciudadanía guatemalteca ha iniciado desde el 2015, y más recientemente, en las incertidumbres y dilemas que han confrontado a la sociedad guatemalteca bajo el manto de las consignas de la lucha contra la corrupción y la impunidad, ha salido a relucir el tema de la soberanía, bajo la figura de señalamientos contra una supuesta injerencia de personajes y gobiernos extranjeros en contra de la misma seguridad nacional. Desde varias perspectivas vale la pena reparar reflexiones en torno a estas ideas.
De manera resumida, en anterior oportunidad se pudo abordar dos acepciones fundamentales que históricamente se han asumido en torno al concepto de soberanía, a saber: el concepto proveniente de Juan Jacobo Rousseau, al que denominamos soberanía popular, y el concepto del abate Emmanuel Sieyès, correspondiente a la acepción de soberanía nacional. Como se hizo notar, aunque ambos conceptos son vigentes en la actualidad, las repercusiones de la Segunda Guerra Mundial y, de forma singular, la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el período de la postguerra dieron un renovado impulso al concepto de la soberanía popular, el cual supone una mayor consciencia cívica y una mejor participación ciudadana, si se comparan los tiempos actuales contra los tiempos postreros a la toma de la Bastilla a finales del siglo XVIII.
Sin embargo, en estas primeras décadas del siglo XXI, se presentan diferencias substanciales en los conceptos, desde una u otra perspectiva. La interconexión entre los mercados y las economías, es decir, los fenómenos de globalización e integración socioeconómica, han implicado un rompimiento gradual de las fronteras políticas tradicionales, y aunque los parámetros de la geopolítica señalan una demarcación de la supuesta independencia entre un Estado y otro, anteponiendo criterios meramente políticos, pareciera que la visión de un mundo cada vez mejor conectado e interdependiente será el producto final que se obtendrá a través de las décadas venideras. En esta dirección, el desarrollo de las tecnologías de la información y las crecientes facilidades para las telecomunicaciones, libres de la carga de las distancias y de las separaciones físicas o de cualquier otra índole, parecieran encaminar al mundo entero hacia una liberación general de las fronteras que en el pasado han sido determinantes para el ejercicio del poder local.
De esta guisa, hablar de soberanía entre países, mayormente por parte de los Estados pequeños y fuertemente dependientes de la geoeconomía mundial, será pronto una cosa del pasado, más retórica que real. Por ejemplo, en el sentido militar, hace ya muchos años que dejó de considerarse la posibilidad de un enfrentamiento entre dos países que no poseen un similar caudal de armamento. La diplomacia y las relaciones internacionales han ido avanzando para anteponerse al otro tipo de soluciones que hace dos siglos representaban, no solo una vía de resolución, sino fundamentalmente se constituían en la única vía para cualquier tipo de solución terminal. En este sentido, debemos estar claros que cualquier concepto actual sobre la soberanía implica un proceso sociopolítico constructivo mediante el cual los pueblos que integran un país dado, como Guatemala, van reconociendo su diversidad y su posibilidad para potenciar aquellos factores que fomentan la unidad política, la identidad social y el concepto de pertenencia a un Estado, base y parangón entre las naciones, pueblos y comunidades que lo conforman. Ese proceso paulatino se ve reflejado en las instituciones políticas, sociales y económicas, sin negar, discriminar o reducir a los distintos pueblos que participan en el mismo. Es un hecho innegable que el pueblo guatemalteco está atravesando de manera crítica este proceso de construcción de soberanía, tratando de cimentar un Estado de derecho universal que sea a la vez legítimo y justo para todos por igual.
Como ciudadanía, estamos claros que lo que no es factible es un retroceso al pasado, un retorno a ese reclamo sistemático de un concepto de soberanía que no solo resulta inválido sino ciertamente peligroso, puesto que una soberanía oligárquica o aristocrática en donde unos manipulan de manera feudal las instituciones y las estructuras de poder, como si les pertenecieran, no posee ya ningún respaldo por parte de las grandes mayorías. Esta visión autocrática y despótica se encuentra ya totalmente fuera de toda posibilidad de implementación. Tenemos que ver hacia adelante, y en este sentido, la participación de todos los sectores y la construcción de verdadera institucionalidad democrática es clave y fundamental.
De manera complementaria, viendo hacia afuera, es importantísimo tomar consciencia que no estamos solos y que cualquier tipo de aislamiento es obsoleto y perjudicial, de forma que el Estado de Guatemala tiene que ser consecuente y congruente con todas las convenciones internacionales que libremente ha aceptado. Ya no se puede continuar firmando acuerdos y convenciones internacionales sin pensar que ello implica y conlleva compromisos que después no pueden hacerse a un lado porque resultan incómodos a los elementos del poder de turno. Así, cuando se acepta una Convención de Derechos Humanos, por ejemplo, se compromete a hacer todo lo necesario para cumplir con aquello que de estos objetivos se derive. Las intervenciones de los países amigos no son injerencia, sino del seguimiento y fiel cumplimiento de todo aquello a lo que previamente nos hemos comprometido como país. El caso típico es el convenio para la creación, implementación y desarrollo de la Cicig, que tanto ha cambiado la realidad de nuestro país.
En resumen, debemos comprender que el concepto de soberanía que hoy es posible sustentar se encuentra enmarcado de manera ineludible e indefectible dentro de una nueva concepción de interrelaciones compartidas, regionalizadas, integradoras y sistémicas. No solo estamos mejor conectados, sino que somos más interdependientes, lo cual no es malo, sino todo lo contrario.
Imagen principal por Vinicio Barrientos Carles, con fotografía tomada de Prensa Comunitaria.
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
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