Sin tolerancia y apredizaje colectivo, Guatemala no tiene futuro

Ricardo Gómez Gálvez | Política y sociedad / GUATEMALA: LA HISTORIA INCONCLUSA

Reflexionando recientemente, conmovido por lo sucesos derivados de la erupción del Volcán de Fuego, llegué a la conclusión de que todo lo que hacemos actualmente quienes sentimos auténtica preocupación por el país, no tiene ningún sentido si no encontramos una orientación que efectivamente nos saque del abismo en que nos encontramos.

Estas reflexiones me surgen de cara a los que Zygmunt Bauman analiza en su lúcido artículo, Síntomas en busca de objeto y nombre, en el que analiza entre otros fenómenos de la actualidad posmoderna, la capacidad para remontar la intolerancia que demuestran los migrantes, como una corriente imparable e irresistible, fenómeno además consubstancial al proceso de cosmopolitización urbana de la población mundial y que nos conduce a una confrontación intensa entre la intolerancia y la necesidad suprema del entendimiento entre los conceptos ancestrales de nosotros y ellos que nos ha dividido desde el origen de los tiempos de la civilización, en un mundo que presencia ahora la urgente necesidad de transformar los presupuestos fundamentales de la convivencia humana, para evitar el apocalipsis.

Todos los análisis, las reflexiones y las elaboraciones, por sesudas que estas sean y que encontramos a diario en el debate público del país, no servirán de nada, si no identificamos el origen último de los males crónicos que nos aquejan, unciédonos fatalmente a una vida colectiva que se niega, una y otra vez, a avanzar hacia un futuro esperanzador.

Nuestra historia es una sucesión de trágicos retornos a dolorosas experiencias ya vividas, sin que esto signifique aprovecharlas para impedir que se repitan el futuro. En todos los órdenes de la vida en sociedad, la comunidad de pueblos que integran Guatemala parece no tener la capacidad de aprender de la experiencia colectiva.

Una y otra vez, las tragedias se repiten incesantemente, en lo social, en lo político, en lo económico y dramáticamente en lo telúrico.

Y no es que no hayamos vivido en el pasado experiencias exitosas. Es que, sencillamente, doblamos las páginas de los eventos, buenos y malos, sin sacar las consecuencias debidas en orden a estructurar una experiencia colectiva que involucre un aprendizaje colectivo que apunte a acumular esas experiencias para replicar lo positivo y evitar lo nefasto.

También existe la posibilidad, no remota, que indicaría que la capacidad para aprender no corra pareja para las comunidades que integran ese todo que llamamos Guatemala.

Tal vez seamos los no indígenas los que padecemos de ese mal incurable, aunque en el fondo se yerga la sombra ominosa de la subcultura de dominación de las élites que impiden aprender, a partir de la afirmación que pretende mistificar la fatalidad como sino inevitable de los más pobres.

Y también resulta entonces posible que son ellos, los más pobres, formados y endurecidos por siglos de dominación y exclusión, quienes tengan mejores posibilidades de sobreponerse a la fatalidad, utilizando su capacidad para mimetizarse en procesos tan complejos como la migración, el sincretismo religioso y la resiliencia empecinada.


Ricardo Gómez Gálvez

Político de vocación y de carrera. Cuarenta años de pertenencia al extinto partido Democracia Cristiana Guatemalteca. Consultor político para programas y proyectos de la cooperación internacional y para instituciones del Estado.

Guatemala: la historia inconclusa

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