-Iduvina Hernández Batres | PUERTAS ABIERTAS–
La memoria de los pueblos establece puntos de referencia que se trasladan de generación en generación. Eso ha sucedido con un pequeño espacio de apenas cuatro metros por dos o tres, ubicado en la sexta avenida, a pocos metros de la esquina de la octava calle. Protegido por una gigantesca puerta de hierro, la entrada del Pasaje Rubio ha sido durante décadas un punto de referencia para la memoria, la verdad y la justicia.
En ese lugar, como lo atestigua la placa allí colocada, fue acribillado el 20 de octubre de 1978 un joven (un niño, dice Luis de Lión). Ese joven, de apenas 23 años recién cumplidos es -porque sigue vivo en la memoria- Oliverio Castañeda de León. En ese entonces era secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios -AEU-, la cual desde el 26 de octubre de ese año ostenta su nombre.
En los escasos cinco meses que ejerció la máxima posición en la AEU, Oliverio destacó en el movimiento social y popular por varias cualidades. Innegable su capacidad como orador capaz de articular un discurso coherente, de profundo contenido político, capaz de movilizar y convocar. Igualmente visible su madurez política, desarrollada en las luchas sociales y en el vínculo permanente con las organizaciones obreras y campesinas. De hecho, recién instalado el secretariado que le tocó dirigir, se produjo la masacre de Panzós, el 29 de mayo de ese año.
Oliverio organizó los grupos de trabajo y a cada uno supo imprimirle ánimo y sentido del deber en las tareas asumidas. Tanto si correspondía viajar a la zona y comprobar y documentar los hechos, como si tocaba organizar la logística para atender a las familias refugiadas que habían logrado escapar de la masacre. Curtido en las jornadas previas en agosto de 1977, cuando la movilización social reclamaba la devolución de Leonel Caballeros y Robin García, secuestrados por el Gobierno, Oliverio maduraba a la velocidad que imprimían los acontecimientos, que se sucedían como cuentas de rosario.
Esas y otras condiciones le hicieron crecerse y alzarse como un líder más del movimiento que en la etapa final de la década de los 70 desafiaba en las calles al estado represor. Junto al Comité de Emergencia de Trabajadores del Estado (CETE) y el Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS), el movimiento estudiantil desde la AEU y la Coordinadora de Estudiantes de Educación Media (CEEM), Oliverio fue pieza clave en las Jornadas de Octubre. Nombre que se dio a los movimientos urbanos contra el alza en el precio del pasaje del transporte urbano.
Ese liderazgo arraigado, en apenas cinco meses de dirigir la AEU, le perfilaba como una figura valiosa en el espectro político. Le perfilaba como una amenaza para el sistema que no toleraba -como ahora-, las disidencias con sustento. Incapaz de destruirlo mediante la corrupción -como se hace ahora-, el régimen de Romeo Lucas García optó por la salida criminal y decidió asesinarlo. De manera que los comandos dirigidos por el jefe de la Policía Nacional, Germán Chupina Barahona, cumplieron el plan. Un plan trazado por el Ministerio de Gobernación, a cargo de Donaldo Álvarez Ruiz y el Ministerio de Defensa, conducido por Otto Guillermo Spiegeler Noriega, también responsable de la masacre de Panzós.
Ese plan se ejecutó con hombres que a pie vigilaron hasta cazarle, en la entrada del Pasaje Rubio. Los ejecutores recibieron apoyo de vehículos, información que precisaba los puntos por dónde escapar en medio de la confusión y la supervisión desde las altas esferas de gobierno. Con unas cuantas balas que impactaron en su cuerpo joven y frágil, el gobierno de Lucas García truncaba la vida y la formación de un hombre ejemplar para Guatemala. Cientos de miles más, hombres, mujeres, niñas y niños, habrían de seguir abonando con su sangre la criminal disposición de las élites militares, políticas y económicas que se atrincheraron, se atrincheran, en su parcela de egoísmo y corrupción.
A Guatemala, a sus amistades, a su familia, esas élites criminales le arrebataron una vida valiosa y ejemplar. Y aún así, resultaron perdedoras. Han pasado cuatro décadas. Cuatro décadas de impunidad y de reclamo por justicia ante una muerte vil. En esos cuarenta años, cada vez que un contingente social manifiesta por el centro rumbo al palacio de gobierno, hay una parada obligada.
La parada en la entrada del Pasaje Rubio. La parada que recuerda el ejemplo militante de un joven comunista, que sigue vivo en la memoria de las generaciones y los pueblos. Que inspira luchas como la del movimiento estudiantil que tras casi 20 años de control mafioso, recuperó los destinos de la AEU en 2017. Que inspira las luchas renovadas de los movimientos campesinos. Que inspira las luchas de las nuevas juventudes y los pueblos. Que convoca a mantener viva la palabra y a gritar al reclamar justicia: «Podrán masacrar a los dirigentes pero, ¡mientras haya pueblo, habrá revolución!».
Fotografía por Edgar Ruano Najarro.
Iduvina Hernández Batres

Defensora de derechos humanos. De segundo nombre Estalinova aunque más bien, hincha de Trotksy. Integrante del secretariado de AEU 1978-1979 como secretaria de finanzas. Retornada del exilio. Sin título académico por decisión, pero periodista por vocación. Fundadora de Seguridad en Democracia -SEDEM-, una organización especializada en reforma del sector seguridad y controles democráticos, integrante de la Convergencia por los Derechos Humanos.
2 Commentarios
Hola de nuevo!
Mil disculpas por la confusión. El nombre es coincidente con otra persona en Nicaragua, en la ciudad de León, una historia muy conocida por allá!
Ahora investigué a la persona sobre quien usted escribe y es totalmente diferente!
Mil disculpas, y gracias por dejarme aprender sobre un capítulo de la historia de Guatemala!
Saludos fraternos!
Hola! No entiendo, Oliverio Castañeda que menciona es el legendario Castañeda acusado del asesinato de una familia o es otra persona? Figura el año 1977 y estoy desubicado. Saludos!
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