Si desaparece el sistema patriarcal, ¿qué ganarán los hombres?

-Olga Villalta / LA CONVERSA

Decía la psiquiatra feminista Marie Langer [I] que cuando los seres humanos tenemos trabajo, salud y afecto no sufrimos de conflicto existencial. Es decir, no nos preguntamos qué diablos hacemos en este mundo. La reflexión viene cuando sentimos que «algo no anda bien».

Me pregunto, ¿por qué los hombres se resisten a reflexionar sobre la violencia contra las mujeres y personas en situación de vulnerabilidad? ¿Por qué ese afán de dominar a otros seres humanos? ¿No se dan cuenta que algo no anda bien?

Susie Orbach y Luise Eichenbaum [II] argumentan que los hombres son seres colmados; tienen las atenciones de la madre, las tías, las hermanas, las primas, la esposa y las amigas. Cuando una persona está satisfecha no puede decir que tiene hambre, por ejemplo. Por el contrario, las mujeres desde la niñez son socializadas para servir a otros cuando todavía necesitan atenciones. Esto les deja carencias emocionales severas que no pueden ser colmadas por la pareja, los hijos, el trabajo. Es a partir de reconocer esa carencia que las mujeres pueden establecer relaciones afectivas libres de dependencias y sumisiones.

Los hombres gozan de tantos privilegios en el sistema patriarcal que no son capaces de ver el daño que este les ha provocado.

Así que hoy quiero picar el avispero, planteando algunas pistas para hurgar en la parte dolida de los hombres. Estoy segura que si la trabajaran, sería posible crear lenguajes nuevos, relaciones más armoniosas y gratificantes.

Comencemos con en el peso cultural que tiene el rol de proveedor de bienes materiales. Aunque ahora la mayoría de hombres no pueden ser proveedores únicos, en el imaginario cultural se valora más al que cubre todos los gastos del hogar y se da el lujo de decir que «su mujer no trabaja». Este es el ideal de la mayoría, ser exitosos. Por ello vemos hombres de las diversas clases sociales esforzándose por darles a su familia todo lo que no tuvieron en su infancia (así lo dicen). Si suben sus ingresos buscan un colegio más caro para las/os hijas/os porque consideran que eso es garantía para el deseado ascenso social. En este esfuerzo dejan su salud y la vida, aguantan jefes abusivos, nunca tienen horarios de descanso, saben que si se descuidan pueden quedar cesantes en su trabajo. Tres meses sin ingresos significa la locura, la depresión y si esto se alarga puede llegar al suicidio. Hay muchas formas de suicidio, no necesariamente pegarse un balazo.

En la actualidad los «proveedores únicos» del hogar van disminuyendo y la mayoría de parejas proveen de manera conjunta a la familia. Pero si la esposa es la que obtiene mayores ingresos, el esposo entra en crisis, se siente mal, en su imaginario se considera un no hombre.

El trabajo como mandato para los hombres también es fuente de malestar. Desde pequeños, a los niños se les orienta a que deben estudiar para que puedan obtener un buen trabajo en el futuro. Es la ley de la vida le dirán. Por ello, en nuestro imaginario, el hombre que no trabaja en el mundo del afuera es un no hombre. Se le dirá mandilón, haragán y sinvergüenza. Muchos profesionales hoy trabajan a control remoto desde su casa, pero el vecindario seguirá percibiéndolos como unos vagos. Por el contrario, las mujeres que trabajan ya sea poniendo un pequeño negocio mientras cuidan a sus hijos, como empleada en el comercio o la industria, se les ponderará como heroínas. El mandato patriarcal para ellas es ocuparse de los oficios domésticos. Tarea que se debe hacer por amor y no buscando una remuneración. El trabajo que simbólicamente es lo que hizo al ser humano el gigante que es ahora, se convierte en un fardo muy pesado.

La obligación de demostrar la hombría a través de la fuerza se convierte en un desgaste constante. De ahí las luchas entre los escolares para medir quién es el más fuerte. Los que por constitución física tienen desventajas, sufrirán el escarnio y la burla de los otros. Se asume que quien utiliza la fuerza para dominar es el más macho. Pero siempre habrá uno más fuerte. Así no se forman hombres sino machos que en el futuro no tendrán control de sus emociones y todo lo querrán resolver por la vía de la fuerza.

Otra arista muy importante, y de la que menos se habla, es la obligación de responder a cualquier insinuación del sexo opuesto. Se espera que cualquier mujer debe despertar el gusto o el deseo de los hombres. Si en una fiesta una mujer le hace guiños a un hombre determinado, el resto esperará que el responda favorablemente, si no lo hace, deja en mal predicado a los demás. Considerarán que los deja a todos en entredicho, que es una vergüenza. Al no responder, es considerado un no hombre. Ninguna persona quiere ocupar un lugar en el mundo en forma negativa, Así que accederá a las insinuaciones, no porque le guste o desee a la mujer, sino porque necesita quedar bien con el cuerpo masculino que lo rodea. Necesita existir en este mundo patriarcal.

Hay otras dimensiones, como el bloqueo a las emociones que los seres humanos podemos experimentar. A las mujeres el sistema patriarcal les dio permiso para sentir toda la gama de emociones, pero a los hombres solo se les dejó como emociones legítimas la ira y la alegría, ambas en los dos extremos. Esto es evidente cuando la joven más bonita del pueblo responde a los amores de un joven determinado. El será capaz de ponerle todo a sus pies. Pero si a los seis meses la joven se enamora de otro, el recurrirá a la letra de canción ranchera «será mía, o de nadie, si no es mía, la mato y a él también». Solo se permiten llorar, gritar o abrazarse cuando participan en eventos de deportes o conciertos de música por ejemplo. Y por supuesto, en las fiestas o en las cantinas, en donde la ingesta de licor libera las inhibiciones.

Entonces, ¡a reflexionar!, pues lo que ganarán tiene que ver con el enriquecimiento mutuo, la compañía gratificante y una vida sin culpas, dobleces o hipocresías.


[I] Psiquiatra de origen austríaco, residió en España, Argentina y México.

[II] «¿Qué quieren las mujeres?» Serie Hablan las mujeres, España: Editorial Revolución, 1987.

Olga Villalta

Periodista por vocación. Activista en el movimiento de mujeres. Enamorada de la vida y de la conversación frente a frente, acompañada de un buen café.

La conversa


5 Commentarios

Luisa Charnaud Cruz 26/03/2018

Creo que a los hombres les hacen creer que gozan de muchos privilegios. Qué dirán al respecto los mareros? Los pobres de profesion, los niños abandonados? Creo que hay una élite que goza de privilegios los demás viven una quimera.

Arturo Ponce 15/03/2018

Buen puyón al avispero, aunque en algunos aspectos es muy discutible porque por ejemplo, NORMALMENTE la que busca mejor status social es la mujer y eso es una muestra de demanda interna (dentro de la casa) de ella, en donde radica su lucha inicial.Me gustó el piquete, como para debatirlo. Felicitaciones.

    Olga Villalta 15/03/2018

    Si, hay mucho más aristas, lo que pretendo es motivar a la reflexión. Gracias por su comentario.

Linda Valencia 14/03/2018

Gracias Olga por ilustrar algunas de las violencias, por así llamarlas que los hombres viven como consecuencia de sociedades patriarcales, me hace reflexionar lo difícil y confuso que puede ser para las mujeres con hijos varones, que en casa damos ciertos valores apegados a desmontar el sistema, y las consecuencias sociales que ellos puedan tener, cada día hay más relaciones entre hombres y mujeres en igualdad, y la crianza de los hijos bajo estos principios, posiblemente serán estas nuevas generaciones que irán haciendo cambios sustanciales a nivel social, no tenemos más de 100 años en esta lucha por la igualdad, así que aún hay mucho recorrido por delante.

    Olga Villalta 15/03/2018

    Así es Linda, tenemos mucho que recorrer todavía.

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