¿Seremos un país con libros o un país de «samuráis»?

Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO

En 1861, se publicó en Japón un texto ilustrado sobre la historia de Estados Unidos, escrito por Kanagaki Robun. Como es usual en un texto convencional, refleja más sobre la sociedad japonesa y el imaginario que existía sobre Estados Unidos, que la realidad histórica. Por ejemplo, las ilustraciones del libro muestran disparates tales como George Washington atacando a un tigre a puñetazos y a próceres norteamericanos de 1700 vistiendo ropas que semejan trajes samurái. Para más, en el texto, los europeos son representados con facciones japonesas y los «hechos históricos» descritos están completamente distorsionados.

Esto es un ejemplo algo exagerado de lo que sucede comúnmente con textos de historia para estudiantes de primaria y secundaria. Los «hechos» se ilustran con el lente de quien los publica y reflejan desconocimiento profundo de los lugares, hechos y personas descritos en los mismos. Por ejemplo, en los textos que usábamos, los «héroes» eran míticos, las hazañas irreales y la historia, como toda versión escrita por vencedores, invisibiliza la óptica de los vencidos.

No explican, por ejemplo, que Pedro de Alvarado era un psicópata homicida a quien hasta sus compatriotas detestaban, ni que la conquista no fue tan fácil como dicen, no fueron pacificados pronto ni a las buenas los indígenas; la colonización no procedió suavemente. La verdad es que las sociedades indígenas lucharon duro y a través de siglos de levantamientos y resistencias. La «pacificación cristiana» y militar no fue cosa pacífica, ni de una década, ni de un siglo, sino que sigue ocurriendo cada día y en muchos campos de batalla.

Uno de estos campos de batalla es la educación. La inexcusable falta de escuelas en áreas rurales no es casualidad, ni que las que hay no son dignas, sin suficientes docentes y recursos. La negligencia estatal es obvia cuando los estudiantes rurales fallan –con triste frecuencia– los exámenes de admisión de la universidad. No cuentan y nunca han contado con todo lo necesario para ser estudiantes bien preparados: nutrición adecuada, escuelas apropiadas, altos estándares educativos, libros, etcétera. Me recuerda la anécdota que la educadora Irene Piedra Santa narra en Alfabetización y poder en Guatemala, 1945-1900, cuando un alto oficial del Ejército le explica la oposición del poder a la alfabetización rural: «Después de la alfabetización, viene el comunismo».

Décadas después, el espectro del comunismo aún sirve para obstaculizar el progreso, a pesar de que el comunismo como sistema político ha caído o se ha «hibridizado» en los países que usaron ese sistema. El capitalismo ha triunfado a nivel mundial y en todo ámbito. No es, pues, miedo al sistema político llamado «comunismo» a lo que temen; es más, pocos saben explicar siquiera qué es el comunismo (otra muestra más de la pobreza educativa del país). Y a pesar de todo esto, unas cuantas comunidades rurales han ido encontrado formas de mejorar su acceso a la educación. ¡Otra forma de resistencia!

Más preocupante aún es que ciertas élites económicas persisten en buscar formas de obstaculizar el acceso al conocimiento. Un ejemplo es la debacle que se vive entre la Cámara de la Industria y la Asociación Gremial de Editores de Guatemala. Para hacerlo corto, la Cámara de Industria se apropió arteramente del nombre «Filgua» y busca impedir que la feria internacional del libro se lleve a cabo libremente como todos los años. Según explica Raúl Figueroa Sarti, y expresan columnistas como Ana María Rodas («¿Y por qué Filgua?» El Acordeón), hubo una clara expresión de la molestia causada a miembros de la Cámara por el acceso a los libros que se tenía en Filgua , como si no fuera característica de toda feria de libros internacional el libre acceso a cualquier tipo de lectura. Me parece que quienes se incomodan por la selección de libros en Filgua no están molestos porque en las ferias de libros se puede adquirir Mein Kampf de Adolfo Hitler –por increíble que parezca, aún se ofrece– ni las obras de política económica de autores tales como Ludwig von Mises o Friedrich Hayek.

Sospecho que lo que molesta es el acceso a teorías actualizadas y libros basados en hechos reales, o al menos en otras realidades; a la historia contada desde abajo y no desde arriba. En otras palabras, temen a que la gente cuestione la versión oficial o aprobada, por deforme, por ilusoria, por absurda, por mítica que esta última sea. Y a esta expectativa de democracia en la cultura, de rechazo a los discursos petrificados del pasado, la satanizan como «comunismo», como si este no fuera simplemente otra filosofía política más en el mundo (y no, no soy comunista).

Quiero creer, al final del día, en la naturaleza humanista de la gente y que los miembros de la Cámara de Industria se terminarán comportando como las personas ilustradas que debieran ser, más que como tiranuelos de poca monta, cabalgando heroicamente vestidos de samurái en un paisito bananero. Que vean al país, no como a una hacienda colonial poblada de subalternos a quienes se les puede decir qué leer, sino como la sociedad moderna y letrada que pudiera ser.


Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.

Tres pies al gato

4 Commentarios

hescobra 25/11/2018

Muy bien argumentado el tema, el desconocimiento de nuestra desarrollo histórico es evidente que no permite vislumbrar una salida real y válida para la mayoría de la población.

    Trudy Mercadal 03/12/2018

    Muchas gracias por la lectura! Efectivamente, si desconocemos nuestra historia, estamos condenados a repetirla cíclicamente y así cuesta mucho salir adelante.

Olga Villalta 24/11/2018

Excelente columna.

    Trudy Mercadal 03/12/2018

    Muchas gracias por la lectura!

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