Ser inmigrante

Luz Lescure | Política y sociedad / LUCES

Migrar, salir de tu país, de tus raíces para afincarte en otro, por las razones que fuera, no es fácil. Pregúntenmelo a mí, que dejé mi tierra para irme a otro lugar, a otro país. Terminas convirtiéndote en un «nowhere person», como dirían los de habla inglesa, en una persona de ningún lugar. Tienes tu corazón en tu país, todos los días lees las noticias, estás empapado de lo que ocurre en tu tierra, pero vives en otro. Ya casi no reconoces a los jóvenes de tu país, te vas convirtiendo en nada.

En general, se piensa que es muy fácil eso de migrar, echarte las maletas al hombro y decir: bueno, aquí voy. Pero no es fácil. Andas por la vida con dos documentos diferentes. En uno dice que eres panameña, en el otro dice que eres sueca. ¿Y qué eres? ¿Un ciudadano de dos mundos?

Seas lo que fueras, nunca serás un ciudadano real del país en donde vives. La lengua, la hablarás con un inconfundible acento extranjero, pensarás diferente pues tu cultura es otra y, aunque quieras, nunca serás aceptado como uno más de la manada, siempre serás, el que llegó, el de afuera, el que come y se viste diferente…

Mi abuelo era francés y se arriesgó yéndose a Panamá. Dicen que hablaba un excelente español, pues era de Burdeos y aun así, nunca dejó de ser el extranjero que era. Ahora, hay países en los que ser extranjero es un plus como en Panamá. Te perdonan cualquier cosa pues no sabías. Aquí en Suecia no. Yo nunca hablaré un perfecto sueco, ni dejaré de ser la extranjera que soy en este extraño lugar del planeta. Siempre seré la que llegó, la que tiene costumbres raras y diferentes, la que vino de otro lugar. La que come tortillas de maíz, tamales y arroz con patacones, baila y se ríe de todo.

Es absurdo todo esto si pensamos que nuestro planeta es pequeñito y que somos una mínima pelucita de polvo en el universo. Y yo tengo la suerte de vivir en un lugar que se dice civilizado y no discriminador. Y, a pesar de ello, prefiero hablar inglés en los almacenes pues me consideran turista y me tratan mejor y con más dignidad que si les machaco su idioma y se enteran de que soy uno de esos malditos extranjeros que, según los nacionales, les venimos a dañar su perfecto país y a tener cosas que no tenemos en los nuestros. Pues solo “for the record”: yo soy clase media en mi país y tengo posibilidades de trabajo en él, si llegué aquí, fue por amor, no por otra cosa. Y las pocas veces que viví aquí, trabajé para mi gobierno, o sea, traje divisas que gasté aquí, no al revés. Y llegué por amor, enamorada de un sueco. Aun así, sufrí la discriminación que sufren los que llegan, los que no son de aquí. Los que no pertenecemos. Hasta una vez, en el metro, una señora me hizo el movimiento ese que hacemos los blancos en un bus, cuando un negrote con afro y vestido de colorinches se nos sienta al lado. Para que no nos robe, decimos los niños bien en mi país. Y otra vez una latina me pregunto si estaba cuidando a mi hija, porque es rubia…Debe de ser karma…

Pero no dejo de ponerme en los zapatos de los que llegan sin nada, huyendo de una terrible situación de guerra e incertidumbre en sus países, buscando la tan ansiada libertad o posibilidades de un trabajo y una vida mejor a la que tenían antes, Y tienen que soportar los vejámenes de todo aquél que se siente mejor, por haber nacido en un territorio o pertenecer a un grupo social. Ese sentimiento de ponerse a un lado para dar paso a los que, según ellos, se merecen más una posición o un salario, no es fácil.

Estuve siguiendo en internet al periodista mexicano Jorge Ramos, residente desde hace 35 años en Estados Unidos y cuyo libro “Stranger” trata del tema de la inmigración. Si yo me quejo por ser inmigrante en Suecia, ¿se imaginan ustedes lo que debe de ser serlo en Estados Unidos? Se convierte uno fácilmente en:

“El otro. Aquel que no pertenece a ningún lugar. El mexicano que vive en Estados Unidos. El estadounidense que todos los días piensa en regresar a México”.

Sobre Obama, dijo el escritor:

“¡Cómo lo extrañamos! Hay que reconocer que deportó a millones de personas y destrozó a muchas familias hispanas. Pero fue el presidente que dio protección a los dreamers. Y nunca nos insultó.”

Y eso último duele tanto, eso de que te insulten por haber dejado tu país, por buscar una mejor vida para ti y tus hijos. Es humillante. Es un gran vacío que no se llena jamás.

Y regresar es terrible, sobre todo luego de varios años. No conoces a mucha gente, los líderes políticos han cambiado, tu país cambió, como todo cambia, la sociedad no es la misma, te sientes diferente, tal vez es que la situación de inmigrante te hace cambiar, tener otras costumbres, otra visión del mundo y de las cosas. Te has convertido en una persona de ningún lugar. En un apátrida, en algo raro y diferente, en un inmigrante.


Continuará.

Luz Lescure

Poeta, escritora y académica panameña. Licenciada en Relaciones Internacionales de la Universidad de Panamá, estudios de post-grado en la Universidad de Oxford, Inglaterra. Ha publicado los poemarios Volvería ser mujer, El árbol de las mil raíces, Añoranza animal, La quinta soledad y El mundo es un silencio. También los libros de relatos El obelisco de mi abuelo y La sonrisa de la primavera. Publicó La práctica diplomática, libro académico utilizado en universidades centroamericanas.

Luces

0 Commentarios

Dejar un comentario