Ser docente es una apología humanista

Hermes Vladimir Batres Osorio | Política y sociedad / LA HUMANIDAD DEVIENE

Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido; es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive: es ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podrá salir a flote; es preparar el hombre para la vida.
José Martí

No podría ser diferente, pues el ser docente expresa una asunción de inacabamiento en el otro y de sí. El hombre, al nacer hombre, está condenado a hacerse humano. Porque el hombre no nace determinado, tan solo es un sujeto condicionado y de esto está consciente el ser docente. “El hombre no es, el hombre se hace”, diría Sartre. Así pues, el anthropos es pura potencia, el hombre es un proyecto y el docente acompaña la constitución del mismo. Es una dualidad; proyecto como telos y potencia inscrita en la pura posibilidad.

Y es en el acto educativo en donde se manifiesta la más hermosa articulación: por una parte la physis que dotó al anthropos de una condición biológica para aprehender, de ahí que todos tenemos la posibilidad de conocer y aprender. Pues aún en el lecho de muerte se adquiere conocimiento, el hombre aprende hasta en el último suspiro de vida. Por otro lado, el nomos, que es toda creación del hombre, así el hombre es creador de la civilización y la cultura. La sociedad es legitimadora del docente para que este humanice al hombre a través de la educación. Solo así es posible mantener viva la cultura.

Además, educar también es hacer una praxis pedagógica desarrollada en la institucionalidad de la escuela. Aunque en la transmodernidad (posmodernidad como inversión de valores y fines de la modernidad ilustrada) la escuela es denostada, y con ella el docente. Esto es así por la ideología burguesa y por aquellos filósofos que se inscriben en la misma, describiendo la praxis docente como educandidad, es decir, como coseidad técnica-práctica. Pero todos ellos se equivocan, seamos osados. El docente se constituye por la pulsión pedagógica.

La pulsión pedagógica implica que mi ego se compromete con el mundo, con la comunidad, con el otro para emancipar su existencia, cultivarlo, hacerlo humano. Por ejemplo, todos aquellos docentes, incansables en sus lecturas, preparando material didáctico, realizando evaluaciones, aún fuera de su jornada laboral. Lo hacen porque, en ejercicio de su libertad, así lo eligieron y así lo asumen. La praxis docente no es una práctica ordinaria, primero es una subjetividad, se es sujeto porque se piensa, el docente piensa, teoriza, experimenta, estructura métodos. Siendo así, el docente se encuentra eyectado a la práctica frente al otro que también es otra subjetividad. Entonces su praxis pedagógica es un ejercicio entre la teoría y la práctica. Es un pensar y actuar con sustento teórico. Como resultado, el docente ejerce una pedagogía crítica, insurrecta, emancipadora para el otro y para él, porque esas dos subjetividades interactúan, son pura intersubjetividad inherente.

Lo humano nace, se construye entonces de esta relación de sujetos, porque, para ser docente, se hace imprescindible la creación, mediación de escenarios que posibiliten el aprendizaje del otro. Pero también de comprender su contexto, la realidad del que aprende, identificar sus posibilidades y límites. Expresaba Sartre: “El hombre es lo que hace”. El ser docente requiere primero hacerse humano, para humanizar a otros. No existe otra posibilidad de acompañamiento para el hombre. Un ejemplo peculiar son los casos de niños lobo. Cuidados por lobos, ellos no encontraron jamás su humanidad, aunque rescatados por la sociedad, a estos niños se les dificultó articular y convivir en la misma. Por esto, el ser docente es desarrollar mi praxis en el humanismo y en las humanidades. ¡No, dicen los miserables de espíritu!, yo tengo libertad de cátedra. No me refiero a eso. El estar inscrito en el humanismo insoslayablemente es concebir una conciencia de la condición humana.

La pulsión pedagógica también es una delación en contra de cualquier poder que intente disminuir la condición humana, reafirmando mi compromiso que es inevitable. Porque no existe ningún tipo de neutralidad; ni académica, ni política o pedagógica. Y si somos lo que hacemos, como lo afirmaba Sartre, entonces soy un docente comprometido con la condición humana, con las luchas sociales legítimas, con el que tiene hambre. De ahí que Sócrates fue condenado a la muerte por corromper a la juventud. Ese corromper a la juventud fue siempre, para Sócrates, una actitud crítica ante su tiempo, una rebeldía en contra de la tradicionalidad dogmática y política. Sostuvo hasta la muerte su compromiso de amor por la juventud y el conocimiento verdadero.

De modo similar, el humanismo impone en el ser docente una ética. La praxis es la moral del ser docente, vivir como humanista es respetar la condición humana de mis estudiantes, como imperativo moral, asumir los derechos humanos desde lo vivencial. Acompañarlos en su proceso educativo de hacerse humanos. La praxis moral exige vivir como docente y revolucionario, un revolucionario vive sin miedo al compromiso y en contra de todo determinismo. Ser docente y revolucionario también es humanismo, porque siempre se piensa en el otro, que es proyecto y necesita realizarse, constituirse. Ser docente y revolucionario es ser un radical, alguien dijo: “La raíz de todo hombre y de todo humanismo, es el hombre mismo”. Es decir, yo soy una posibilidad de cultivar la humanización en el otro.

Además, cuando se elige ser docente no existe coerción de ningún tipo, sino un llamado interno, una pulsión pedagógica que necesita potencializarse en la pedagogía entendida como ciencia. Un joven no elige ser docente para hacerse millonario, o para ganar un estatus social, menos en un país donde la figura docente es aniquilada, de manera perenne, por la ideología burguesa y su poder comunicacional. O donde la escuela como centro cultural comunitario está abandonada y sojuzgada por los gobiernos y sus políticas hegemónicas de clase. Se elige ser docente porque se está pensando en ayudar, ya sea porque diga “quiero enseñarles a leer a las niñas y niños”, o porque piense “mi comunidad necesita más maestras(os)” o bien argumente “me gustaría que los demás aprendan para que sean mujeres y hombres de bien”. En todo caso, su posición implica inscribirse en el humanismo. En efecto, cuando el acto educativo del ser docente y la pulsión pedagógica son desarrollas, mutan lo que el hombre es por naturaleza, y se encargan del perfeccionamiento humano. ¡Ser docente es una apología humanista!


Imagen principal tomada de Prensa Libre.

Hermes Vladimir Batres Osorio

Investigador independiente, entusiasta por naturaleza, inscrito en el humanismo como la preocupación legítima por el otro y de su dignidad, amante de la filosofía, creyente en las luchas sociales, comprometido con la pedagogía crítica, defensor de la educación laica y liberadora, movido por los invisibles, interesado por el pensamiento latinoamericano y la cosmovisión de los pueblos originarios.

La humanidad deviene

Un Commentario

luis Alberto Ordóñez 15/08/2018

Interesantes tus planteamientos Hermano; especialmente cuando anclas la práctica de la educación en diálogo con otros, en terminos
de humanidad; algo que se ha perdido paulatinamente, por un sistema de oprobio que lo encausa todo hacia sus fines utilitarios y de lucro. Un abrazo desde Popayán Colombia

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