Víctor Manuel Gálvez Borrell | Política y sociedad / DESDE ESTA ORILLA
Las elecciones 2019 fueron calificadas como atípicas (consideradas así porque «se apartan de los tipos conocidos por sus características peculiares»). A partir de estas características, las mismas estuvieron dominadas por la «incertidumbre» durante la primera vuelta: proliferación de candidatos, falta de debate, exceso de judialización, exclusión «sospechosa» de dos de sus principales candidatas. A ello se añadieron los increíbles problemas del software y la digitalización, producto de las diferencias de resultados entre el conteo de las mesas receptoras y los datos provisionales que presentó a la población el TSE. Esto le puso la «tapa al frasco», lo que incrementó la desconfianza y destapó los gritos de «fraude» de los partidos políticos perdedores, del gobierno central, de los corruptos de siempre y de no pocos ciudadanos bien intencionados. Lo anterior estuvo exacerbado por la inexplicable incapacidad del TSE de trasladar mensajes coherentes y directos a la ciudadanía, y de explicar qué fue lo que sucedió. Con ocasión de la segunda vuelta, ahora se trata de la «apatía» de los electores. En efecto, con unos pobres resultados electorales, dos opciones que cada vez se parecen más (porque en el fondo, no son opciones) se disputan el voto en segunda vuelta de una ciudadanía desencantada, cansada y sin entusiasmo. Corresponden así a lo que Mario Vargas Llosa definiera, en 2011, como las diferencias presidenciales peruanas entre Humala y Keiko Fujimori: una lucha entre el «sida» y el «cáncer».
En Guatemala, se trata de dos malos candidatos que se presentarán al electorado en agosto de 2019: Sandra Torres y Alejandro Giammattei. ¿Cómo estimular el voto cuando las diferencias son tan pobres? ¿Qué esperar de los nuevos resultados? ¿Qué ha pasado con el debate? En este sentido, el presidente Jimmy Morales –que todos esperaban que se eclipsara rápidamente para tranquilidad de la ciudadanía– se ha caracterizado por sus arrebatos recientes y su ineptitud congénita, dominando la escena política. Ha dejado muy poco a los dos candidatos finalistas. Desde la increíble y absurda compra de los «aviones argentinos» hasta las pretensiones peregrinas de declaran «tercer país seguro» a Guatemala ante EE. UU., estos hechos han acaparrado los titulares en las últimas semanas, que se esperaba concentrarían la atención en los candidatos.
En este contexto, la segunda vuelta, o balotaje, se practica en 14 países de América Latina y está llamada a facilitar la elección, cuando ningún candidato supera la mayoría absoluta. En teoría, se espera que propicie la compactación del voto, mejore la legitimidad electoral y la gobernabilidad. Sin embargo, en la práctica, la situación guatemalteca muestra que el estado «real» de minoría de un candidato (que no logró ganar en primera vuelta), se supera en forma forzada, a través de la fórmula de «votar por el menos malo» o «hacerlo en contra de alguien». Y a la larga, la legitimidad y gobernabilidad no se producen.
¿Qué posibilidades se dibujan para el 11 de agosto? La primera: el voto nulo. Aunque esta opción está reconocida en la ley a partir de las reformas de 2016, la ciudadanía no parece haberla valorado lo suficiente y es difícil que la adopte, aunque muy posiblemente este voto crezca. La segunda: la abstención. Al caracterizar las actuales elecciones por la incertidumbre y apatía, damos por sentado que tal abstención aumentará y que será mayor del 10 o 15 % del padrón, que es lo que ha sucedido tradicionalmente con la segunda vuelta en Guatemala. La tercera: ¿en contra de quien votaremos? He allí la gran pregunta. La ciudadanía que va a participar, ha ido formando su opción de voto para el 11 de agosto. Y lo ha hecho pensando, sobre todo, en el pasado de ambos candidatos. Sandra Torres, en el gobierno de la UNE. Y Giammattei, en su obscuro pasado durante el gobierno de Berger -cuando fue director del Sistema Penitenciario- en sus tenebrosos «financistas» actuales, en los militares que lo asesoran, en su rechazo a combatir la corrupción, en su autoritarismo y volubilidad que lo hacen impredecible, en su propensión a mentir. En suma, en muchas de las notas más nefastas que lo caracterizan y que lo hacen tan parecido a Jimmy Morales. Y es que para Giammattei, la figura de Morales es su peor atributo de campaña: es tan parecido a Jimmy Morales que, por ello, resulta imposible votar por él.
Víctor Manuel Gálvez Borrell

Doctor en Sociología, de la Universidad de Paris I. Trabaja en la Universidad Rafael Landívar como coordinador de investigación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
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