Karen Denisse Peña | gAZeta joven / INSOMNES
Para mí, la imagen que mejor representa a la ira, es esta pintura de Francisco de Goya. Es estrepitosamente violenta, cruel y atravesada por una expresión de locura del dios Saturno.
No ha de ser casualidad que fuera realizada en una época difícil para el pintor. Una en la que incluso estuvo a punto de ser llevado a la Santa Inquisición. Esto tomando en cuenta que durante mucho tiempo había sido protegido de la élite clerical. Pero lo que importa de lo que muestra, es que este estado de la mente, del alma, de la víscera o de la animalidad, no nos es ajeno.
La ira puede devorar y devorarnos profundamente, tiene muchas máscaras. A veces se disfraza de dolor, de sufrimiento, de tristeza y hasta de depresión. Las caras menos obvias de la ira son las que van enmascaradas con la seducción o el martirio.
Podemos ver la estela que deja en los crímenes llevados por la obcecación, hay quienes les llaman crímenes pasionales, también los criminales seriales están movidos por ella sin excepción.
Es un arquetipo y por lo mismo tiene vida propia. Lo podemos ver reflejado en las variadas y profundas mitologías de la historia humana. Es tan poderosa, que nos posee. A partir de allí no podemos dar cuenta de lo que hacemos en la realidad y de quienes somos.
He visto cómo, llevadas por la ira, hay personas que han imaginado, olido, visto y oído cosas que en realidad nunca ocurrieron, es decir, se volvieron locas. Yo misma la experimento con dificultad, pues cuando me posee, siento que se me nota el odio y la culpa hace su trabajo neurótico.
La ira puede enquistarse a tal punto que incluso puede volverse un síntoma físico, como la mano paralizada de una hija que, impotente ante la colera que le provoca la madre, reprime inconscientemente el deseo de golpearla.
No es casualidad que Saturno sea precisamente el dios de la melancolía, de la bilis negra, una parte de la sombra de lo que hemos sido ontológicamente, pues es bastante probable que en tiempo de ser hordas, la violencia era una forma de supervivencia.
Sin embargo, la ira no es solo violencia, es mucho más compleja que el acto reflejo de atacar, está llena de frustraciones y de deseos incumplidos de un ego frustrado, que puede considerar a veces que se merece poseer todo.
Yo le temo a ese dios, cuyo fantasma ronda todo lo vivo. Lo veo hablar por televisión y propugnar ideologías políticamente correctas, que son verdaderamente una provocación y pan para quien vive frustrado.
Tiene la capacidad de ensimismarnos y atrincherarnos en medio de un soliloquio que la alimenta y hacerla parecer como dignidad. Nos separa, nos aleja, nos empuja y nos agota, y a veces también nos mata.
Quisiera proponer algo para que la ira no se adueñe del alma humana.
Quizás ingenuamente me atrevería a decir que hay que rezarle como se le reza a un dios poderoso para calmarlo. Algo así como verle la cara, conocerle y saber hasta dónde y cómo podemos ser su vehículo, y tenerle respeto y temor. Pero también ponerle candelas a los otros dioses de la vida, para que pueda existir un equilibrio sobre lo que nos conforma.
Siempre será un trabajo diario verla y asumirla, y descubrir sus disfraces. Al contrario de lo que se nos ha enseñado, no hay que evitarla, porque es inevitable sentirla.
La imaginación puede ser un recurso bastante bueno para darle algún cauce. Es mejor que se quede allí, en toda clase de fantasías, o en los sueños, a que se vuelva parte de la vida real. O poder esculpirla a través de significados que puedan quitarle poder y fuerza.
En un documental preciosista que se llama Human, y que es un viajecito por el alma de muchas personas alrededor del mundo, un hombre negro decía que no quería repetir las veces que su padre le decía, al maltratarlo, creyendo corregirlo: «Esto me va a doler a mí mucho más que a ti». Pero este papá nunca paró. Marcándolo.
Somos producto de una crianza que naturaliza la violencia por la ira. Y creo que es precisamente ese momento en el que duele actuar por la ira, el inicio de la verdadera conversión. Puede que allí empecemos a salvarnos de ser devorados y se transmute la corrección por la educación.
Imagen principal, Saturno devora a su hijo de Francisco Goya, tomada de Wikimedia Commons.
Karen Denisse Peña

Soy médica y psiquiatra. Lo que más me identifica es mi oficio de terapeuta. Comulgo con la psicología profunda, el feminismo y cualquier disposición que sea y deje ser libre. Leo más que escribo, pero se llegó el momento de navegar a través de mi amor a las palabras.
Correo: nerak67@gmail.com
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