Santa Amelia luminiscente

Enrique Castellanos | Política y sociedad / ENTRE LETRAS

Aún obscuro, desciendo del bus en el poblado de Machaquilá al norte de Poptún. Camino a la orilla de la carretera buscando el punto donde pasará el que va a Santa Amelia. Al clarear, un manto blanco gravita sobre el asfalto que no permite ver más allá de un par de cuadras.

Acaban de abrir la tienda de la esquina, gallos cantan y un jolgorio de aves anima el amanecer. A lo lejos se escucha una radio. Una voz chillona de hombre con acento colombiano, reclama a los padres que no reprenden a los hijos. Me acerco al corredor de la tienda y casi en la ventana percibo olor a café. La señora que atiende dice que no es seguro que haya bus hacia Santa Amelia por los aguaceros de la noche anterior. Prepara un café instantáneo. -A ver si pasa, dice-.

Café en mano me acomodo en un bloque de cemento que está en el corredor y me dispongo a esperar. A pocos minutos llega el bus, el cual no es tan viejo como pensé, saludo a las personas de adentro y decido ubicarme en el sillón de hasta atrás. El viaje a Santa Amelia inicia alrededor de las siete, por un camino de terracería lleno de posas de agua llovida. A dos cuadras se detiene y sube una señora con un niño de unos cinco años. Lleva un canasto envuelto en un mantel de cuadritos dentro de una red que coloca en el pasillo, mientras se sienta. En un par de kilómetros el bus se ha detenido unas diez veces. Es frecuente el balanceo y a menudo se oye el ruido de las llantas introduciéndose en las posas de agua. Al dejar el poblado de Machaquilá, los potreros comienzan a notarse a ambos lados del camino.

Tres horas después llegamos a la comunidad de Entre Ríos, un poblado de familias retornadas. En esta parte del viaje es donde más se complica el camino por la crecida de los ríos. Conductor y ayudante se bajan y hacen cálculos previos antes de lanzar el bus a cruzar el río. Dicha operación se repite en dos ríos siguientes. Después de casi cuatro horas, llegamos a la Comunidad de Santa Amelia. El bus se queda en la entrada y empiezo a recorrer un pequeño camino de arenisca y grama.

Santa Amelia también es comunidad de retornados. Casas dispersas en una planicie, cuenta con un centro que reúne a la escuela primaria, salón de usos múltiples, un pequeño puesto de salud y varias tiendas abastecedoras de productos de primera necesidad. Un salón comunal y dos iglesias. La católica construida de bloc y la evangélica de madera. Una llanura ancha desemboca en el río.

El maestro Isaías llega a dejarme un petate enrollado y la llave de un aula de la escuela, la cual será mi dormitorio y lugar de trabajo durante casi una semana. No habrá clases en estos días debido a las vacaciones de medio año. Escojo una esquina del aula entre la mesa de pino y la pizarra en donde extiendo el petate y acomodo la bolsa de dormir. Ha empezado a llover a un tronido cerrado y pienso que para ir al baño (qué es una letrina) sí habrá problema, porque está afuera, lejos, y no conozco bien la vereda.

Después de un rato, amaina, y el hambre aprieta, salgo porque me invitó el olor a café, diría mi vecino. Después de la cena, de regreso al aula dormitorio, me cercioro sobre el estado en que se encuentra la letrina. Es ¡horrible! Un pedazo de madera con un orificio minúsculo, pobre, sucio, como olvidado por el mundo, mísero y roñoso con papel periódico pegado en la orilla. Agua empozada en el piso de tierra.

Al día siguiente, habrán sido las tres treinta o cuatro, cuando comenzó el cantar de gallos. A pesar de la latitud de Santa Amelia y su nivel sobre el mar, la madrugada se siente fría.

Muy temprano comenzamos el taller sobre metodología de educación popular. El grupo parecía no muy claro de a qué iban, pero comenzó a interesarse después que conoció de qué se trataba el tema. Diecinueve personas entre maestros, maestras y personal de salud integraban el grupo. Cerca de las diez ya había constatado que iba a ser necesario más tiempo para avanzar según el diseño del taller. La riqueza de la experiencia expuesta por los participantes en esas primeras horas era tan clara y profunda que valía mucho la pena replantear técnicas y tiempos. Lo propuse ante todas y todos, y decidimos que trabajaríamos toda la semana (tendríamos cuatro mañanas). El árbol de problemas en el tiempo, fue la técnica que nos ayudó a hacer el análisis de la realidad local. Emprendimos un largo viaje por la historia de Guatemala, intentando no despegar mucho la lupa de la región.

Llegada la tarde trabajaríamos en el salón comunal, con un nuevo colectivo integrado por personas mayores. Algunos dirigentes comunitarios y otros con cargos en el consejo de desarrollo local. En general, eran trabajadores agrícolas, sembradores, campesinos, labriegos y algún artesano del campo.

Iniciamos el taller con una charla identificando todas las cosas que tenemos en común. Todo lo que nos une. Después de un tiempo todos estuvieron de acuerdo en que el grupo se llamaría: Los soñadores. Recordé que en educación popular decimos que se es joven en la medida que se tienen sueños, proyectos y planes. Entusiasmaba la idea que se vieran como soñadores.

Esta clemenciana tarde de lluvia suave, nos dejó trabajar hasta casi las cinco, terminamos de compartir nuestros orígenes y, al final, en medio de un ambiente montañero, de sombrero y botas de hule, recordábamos el nombre de todas y todos, así como las cosas que nos unen. Pasadas las cinco, me despedí de Chalo, don Bacho, Pompeyo, Cipriano, doña Lubia, don Gono, Antares, Tadeo, la maestra Imelda, Marcos y Lutecio.

Esa noche, sin conciliar el sueño, seguía pensando en los resultados del primer día de trabajo. Del grupo de maestros en la mañana, solo dos conocían el mar y ninguno del grupo de Los soñadores. Recordé lo que una vez en la Escuela de Historia platicábamos acerca del tema. Mucha gente en la ruralidad guatemalteca se va de este mundo sin conocer el mar y, fácil, los capitalinos llegan a los treinta años sin conocer el interior del país. Tenemos un sistema educativo que no lanza a los estudiantes a conocer Guatemala, más bien, bloquea las posibilidades de interacción entre pueblos y culturas. Si acaso, llega a conocerse el triángulo festivo: Puerto, Pana y Antigua. El Puerto por playa, Panajachel por gringo y Antigua por catolicismo.

Las siguientes sesiones del taller transcurrieron entre aguaceros, caminatas a la orilla del río y visitas a algunas casas de los participantes para conocer su obra artesanal. En casi una semana, me di cuenta que había aprendido a diferenciar distintos tipos de árboles: caoba, volador, palo blanco, roble, cedro, conacaste o tepemiste; así como a reconocer distintos tipos de sonoridad en un trozo de palo de hormigo.

Llegado el viernes, el aula de la escuela tapizada de papelógrafos testimoniaba la visión y experiencia de maestras y maestros. El salón comunal reflejaba la sabiduría popular y la experiencia del grupo de Los soñadores. La precariedad a flor de tierra había alcanzado otro matiz en mis ideas. En medio de tanta hostilidad, opresión y acoso del sistema político y económico, las personas de Santa Amelia tenían de sobra sueños, proyectos y esperanza de mejorar su situación familiar y comunitaria. Después de clausurar el primer taller de metodología para el análisis de la realidad, con ambos grupos, recibí la grata invitación para ir a cenar a la casa de Antares. Antares tenía un talento extraordinario para tallar madera, me interesaba mucho conocer su casa.
Iniciada la noche, con una ligerísima llovizna encima me dispuse ir a la casa de Antares. Un croquis en papel era mi mapa para llegar. Empiezo el camino ayudado por una linternita. En cierta forma ya me había habituado a caminar en la obscuridad. Paso por el centro neurálgico, doblo por la iglesia católica y enrumbo a casa de Antares. A lo lejos, vi un resplandor inexplicable. En ese momento, pensé… que pudiera ser alguna velación. Avancé un poco más y, en lugar de desaparecer, el resplandor fue cada vez más intenso. De pronto, frente a mis ojos, dos hileras de intermitentes lucecitas iluminaban el camino de arenisca en todo su esplendor. En ambos lados del camino, millones de luciérnagas gravitaban a unos treinta centímetros del pasto. Alucinado, deslumbrado, flasheado, me detuve a admirar a esos pequeños seres voladores, bioluminiscentes.

Como creadoras de magia y luz, las luciérnagas enervaron mi comprensión objetiva y subjetiva del mundo, y me enviaron hasta el espacio cósmico intentando encontrar explicación a tan maravilloso espectáculo. ¡¡¡Nunca vi ni imaginé nada igual antes!!! Continué los pasos y seguí imaginando que las intermitentes luces expelidas hasta mis ojos por esos pequeños seres, debería tener alguna relación dialéctica con este encuentro puntual de la historia. Pensé en los sueños de Los soñadores, su pasado reciente de supervivencia y lucha en el refugio de México y la esperanza fundada en que solo la educación los llevaría a «campos más floridos», como decían. Infinitas luciérnagas titilando alrededor serían probablemente el testimonio de un palpitar global reclamando justicia histórica para todos los seres vivos de este planeta. Algo estaba ocurriendo entre el tránsito de las galaxias, Santa Amelia y la casa de Antares. El intermitente ritmo de sus luces fue el más bello regalo de esa tierra en esa última noche de julio.


Fotografía principal por Yu Hashimoto, tomada de SpoonTamago.

Enrique Castellanos

Estudios de Historia, educador popular, promotor del desarrollo. Voluntario de cambios estructurales y utopías.

Entre letras

6 Commentarios

Doriss selina 11/06/2018

Por fin pude leerlo, siempre espero un momento de tranquilidad y sin interrupciones porque es necesario para deleitarse de estas vivencias y narraciones que reflejan la verdad de Guatemala, una realidad vivida por alguien que sin duda alguna ha aprovechado al máximo esas experiencias que por circunstancias de la vida le tocaron. Gracias Luisen porque es gratificante conocer esos lugares y su gente a través de sus escritos.

Wilfredo 29/05/2018

Evoca la luminiscente ruralidad en la larga noche guatemalteca. Abrazos, Kike.

Juan Carlos 28/05/2018

Cúmulo de horas de vuelo y caminante incansable. Gracias por hacernos partícipes de esas bellas experiencias vividas

anamara 27/05/2018

Siempre me lleva a esos lugares, con la descrpcion que have me imagino estar dentro de la historia.. Felicitaciones y siempre adelante.!

Imelda Castellanos 26/05/2018

Que bonita esa Historia Hermano es la realidad de los sueños de nosotros los pobres pero que tenemos buenas ideas felicitaciones mi hermano no soy muy buena para expresarme pero esto me sale del corazon lo quiero mucho

Myrna 26/05/2018

Cuando leo lo que escribes tienes el poder de transportarme a esos momentos imaginándome como si yo estuviera viviendo y viendo lo que tú cuentas,es maravilloso té felicito Luisen ,sigue siempre adelante

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