Sandra Torres en mi espejo

Marco Vinicio Mejía | Política y sociedad / TRAZOS Y RETAZOS

Hace más de 14 años, el 3 de febrero de 2005, publiqué una serie de críticas a la entonces Sandra Torres de Colom. En una carta abierta, publicada en un periódico, me preguntó: «¿qué tiene en contra de las mujeres que hacemos política?». Mi respuesta era categórica: nada. La entonces cónyuge del candidato Álvaro Colom, destacó que no me conocía. Tampoco sabía que, muchas veces, en un diario, rompí lanzas en favor de Rigoberta Menchú y pedí votar por Nineth Montenegro.

Sostenía, y ahora confirmo, que una de las principales causas del divisionismo en la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) ha sido el afán de Torres Casanova de ser presidente de la República. Una digresión necesaria: el diccionario acepta presidenta, pero la Constitución Política consagró presidente como institución, representante de la unidad nacional, jefe de Gobierno y jefe de Estado.

Entonces y ahora ratifico que la carrera política de Torres Casanova resultó relampagueante gracias al matrimonio con quien adquirió notoriedad pública por decisión de los ex comandantes guerrilleros, al postular a Álvaro Colom como candidato presidencial de un frente común que conformamos en la Alianza Nueva Nación (ANN). Esa circunstancia la rebasó emocional y políticamente, al grado de exacerbar sus afanes de dominación. Solo ella sabe si estuvo enamorada del candidato presidencial o del hombre; si quiso más al poder o a su marido.

Sandra Torres no se limitó a ser la última coordinadora de campaña de Álvaro. Más allá de su compañía sentimental, brindó un apoyo fundamental para sostener la inseguridad de Colom. No era una esposa sino un espacio –propio y derivado– de poder político. Sandra reclamaba sus propios espacios, pero no parecía comprender que su función consistía en ser respaldo y no obstáculo, protectora y no competidora del otrora jerarca de la UNE. Antes y hoy nadie le discute sus posibilidades o sus emprendimientos.

Como respuesta a la carta abierta mencionada, afirmé que mientras no realizara una profunda autocrítica, no estaría en condiciones de percibir que constituía un punto de conflicto político en el seno de la UNE. Añadí, y hoy confirmo, que el verticalismo de las estructuras partidarias en este sistema electoralista impide los sinceramientos internos. El temor a las represalias o a la pérdida de espacios si alguien señalaba que Sandra Torres contribuía a dividir en vez unir, restaba en lugar de sumar. Esta actitud ha provocado críticas, desde hace 15 años.

Mis palabras están vigentes. Sandra Torres, la mujer enamorada del poder, no parece aceptar a la Historia como «madre de la vida». Esta clase de mujeres terminan como la esposa de Macbeth, enfrentada a los fantasmas de sus víctimas.

La semana pasada, la candidata presidencial de la UNE arremetió contra sus críticos en la prensa. Una vez más, podría ver en el espejo de mis palabras, pues ni antes –hi hoy–, he pedido «agachar la cabeza», sino reconocer que la carga del poder no se disputa, a cualquier precio y sin escrúpulos. El filósofo griego Plutarco escribió en buena hora: «los defectos que son evidentes a los sentidos o conocidos por el mundo entero, los descubrimos por nuestros críticos o adversarios, antes que por nuestros amigos y familiares».


Marco Vinicio Mejía

Profesor universitario en doctorados y maestrías; amante de la filosofía, aspirante a jurista; sobreviviente del grupo literario La rial academia; lo mejor, padre de familia.

Trazos y retazos

Correo: tzolkin1984@gmail.com

Un Commentario

Guillermo Maldonado C. 13/05/2019

Edípico. Se pavonea que desde hace catorce años le hace la guerra. No está de acuerdo con que mangoneara a su exesposo. Además, es de otra secta de izquierda que no es la UNE, pues rivaliza desde ANN y la condena por haber sido favorecida por exguerrilleros (delación) siendo ANN un negocio del señor Monsanto. “…Solo ella sabe si estuvo enamorada del candidato presidencial o del hombre…”. Tranquilo mijo. ANN ahora se llama convergencia.

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