Sándor Márai y La mujer justa

Julio Floresache | Arte/cultura / EL ARTE DE LA FUGA

Celebro un año de este privilegio, de esta fortuna, agradeciendo a gAZeta por la oportunidad de publicar acá lo que va surgiendo en la incertidumbre del devenir. No es fácil llevar a la escritura todo lo que pasa por el plano de las ideas, hay que ordenarlas, sistematizarlas y concretarlas en forma de un discurso que sea coherente y que no se vaya por las ramas. Tampoco es cosa del otro mundo, pero requiere de esos mecanismos que son la curiosidad y el asombro, los que se pueden perder en el maremágnum de estímulos que tenemos a la mano hoy día con tanta tecnología audiovisual, cosa que puede por un lado ser también una ventaja, pero también un inmenso distractor. Se topa uno con que hay numerosas producciones que de otro modo serían inaccesibles, y que son lo que mencioné como ventaja. Todas las plataformas de streaming nos dan esa vana sensación de que lo podemos conocer todo, pero no hay tiempo suficiente, mientras intentamos clasificar para extraer tanta basura que puede haber o bien llegar a encontrar una aguja en un pajar, como cuando se nos permite ver cine de alta calidad o descargar los tesoros literarios que circulan por la nube. Lógicamente estoy hablando de cuestiones que son de la índole de la cultura y el arte, que es por donde transitan estos textos que intento compartir y que están llegando a un año con el que me siento comprometido a ser consecuente con los lectores, a quienes en último término agradezco, con mayor razón, su sintonía y su contrapunto por donde quiera que pueda ir la cuestión, ya sea en un acuerdo o en un desacuerdo, que es como nos lo impone la dialéctica. Mil gracias a gAZeta y a los amables lectores.

Sándor Márai fue un escritor de una vasta producción literaria. Llegó a mis manos hace unos 10 años su novela, la leí con pasión y hace poco la he vuelto a recorrer con mayor apertura y degustación, se trata de La mujer justa, publicada originalmente en 1941, cuando él aún vivía en Hungría y gozaba de cierto prestigio como gran escritor centroeuropeo, el cual vendría a menos con la llegada del comunismo a su país, cuestión que pone en el tapete justamente la polifonía que es necesaria al analizar los mecanismos compositivos de su obra literaria y su postura ideológica, puesto que él mismo, siendo de una clase acomodada, sin llegar a ser un crítico de la burguesía, nos ha regalado joyas casi cinematográficas sobre la manera como puede apreciarse a la burguesía de Hungría hacia los años de la guerra y su decadencia en torno a su capital cultural.

La mujer justa transcurre mediante el relato de un triángulo amoroso ocurrido entre dos personajes burgueses y uno proletario (AB+C), toda una exposición de lucha de clases que abona a la sociología desde las propias voces de los protagonistas. Son los tres protagonistas quienes cuentan desde su perspectiva la manera como cada uno aprecia el trayecto de sus vidas al verse enzarzados en una dinámica pasional que no tendría nada de nuevo si no fuera porque discurre entre magníficas descripciones del pensamiento burgués desde una voz que opera en el inconsciente de sus narrativas personales, en la búsqueda de un ser justo que queda en entredicho al superponer los egos de los tres, con sus motivaciones de conciencia de clase. El hecho de que el personaje de la mujer proletaria accione con toda dignidad ante la ritualidad excesiva de la vida de una familia de la élite húngara y llegue a ser esposa de uno de ellos, cuestión que seguramente habrá ocurrido ocasionalmente aunque menos desde sus polos opuestos, parecería más un tema de telenovela mejicana, pero en La mujer justa es el leitmotiv que puede llevarnos a una conclusión contradictoria, pues es esa la cuestión juzgada por un cuarto personaje que opera al principio de manera marginal, aunque al final adquiere un protagonismo ideológico de gran relevancia. Se trata de un escritor (D) que es amigo del señor burgués, un filósofo, un intelectual que reflexiona y trata de persuadirle sobre lo inoportuno de involucrarse con C, aunque al principio no se sabe si es por cuestiones de clase o raza, que lógicamente son temas que influyen en sus decisiones.

Pocos mecanismos tenemos para aproximarnos a esa clase media alta o incluso a la clase alta, para conocerlos, y seguramente apreciar en su justa dimensión sus maneras de ser y estar en el mundo. A veces, por cuestiones de oportunidad, a los artistas nos toca ir a sus mansiones a amenizar con nuestra música sus eventos sociales, o bien a ejercer un magisterio enseñándoles a los señoritos a tocar el piano o el violonchelo, oficios por demás inservibles más allá de la pura apariencia o como agregado de un artificioso «buen gusto», está mal visto que uno de ellos quiera dedicarse a ese tipo de ociosos entretenimientos improductivos. Otros menos afortunados habrán servido en sus mesas o en sus quehaceres habituales, desde limpiarles y dejar como espejos las superficies de sus opulencias, hasta cocinarles y asistirles en su triste desamparo parasitario de no poder ni siquiera vestirse o amarrarse los zapatos. Es esa la visión que nos ofrece el personaje de la mujer proletaria devenida en «doncella», eufemismo con que nombraban a las «sirvientas», dado el caso de que a esta la acompaña una singular belleza y atractiva figura y estatura, cualidades que sin duda operan para que llegue a ser esposa en las circunstancias que la novela nos describe.

Por supuesto, otros escritores y artistas nos han mostrado la banalidad de sus existencias, tanto como se han beneficiado ellos también del consumo que la burguesía hace de sus producciones artísticas encumbrándolos en una posición pequeñoburguesa que se precia de tener buen gusto y se codea con la crema y nata de la élite social, dinámicas lógicas del consumo cultural. No obstante, en La mujer justa lo que el escritor (D) se cuestiona en el ocaso de la novela es justamente cómo hacia el final de la guerra lo que se estaba perdiendo era la cultura, algo que yo llamaría ahora, eso que antes se describía como la alta cultura, el eufemismo que esconde una ideología de superioridad sobre las artes populares o las culturas tradicionales, cuestiones que entran en el discurso de la descolonización y nos ponen a discutir sobre lo que es cultura de verdad. ¿Cultura es la música de Bach, Bártok y Orellana, pero no lo es la de Daddy Yankee, Arjona y los kpop?, ¿una es alta y la otra es baja?, ¿acabó la cultura con la guerra o con la industria cultural?, ¿cuál es el valor cultural de un libro de Márai o uno de Rey Rosa?, ¿cultura es ser parte del canon literario?, y un largo etcétera.

Julio Floresache

Músico con formación antropológica, o antropólogo con formación de músico. Escritor sin formación más allá de la lectura voraz. Publicó Tocar el cielo… con Editorial La Tatuana, Guatemala, 2010. Apasionado por la música, la cultura y la educación. Algunos textos suyos se han publicado en revistas virtuales y físicas.

El arte de la fuga

Correo: floresache@gmail.com

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