Rusia 2018 El anfitrión y sus posibilidades

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Cuando un país expresa su interés por organizar una copa del mundo, varias son las motivaciones que llevan a presentar la solicitud. Una de ellas, claro está, es la deportiva. Existe en los proponentes la ilusión de que las condiciones de local le lleven a ganar todos los encuentros y convertirse en un importante dentro del mundo futbolero.

Pero eso de ser la sede y ganar el campeonato apenas lo han conseguido seis países, en las veinte veces que el torneo se ha disputado. Inglaterra y Francia, a pesar del prestigio y riqueza de sus ligas y equipos, solo han ganado el mundial que se realizó en su país, y Uruguay y Argentina contabilizan solo un triunfo más al obtenido cuando fueron sede. Italia y Alemania, que cada uno ha alzado el trofeo de ganadores cuatro veces, una de ellas la obtuvieron también cuando fueron el país anfitrión. La esperanza, entonces, siempre estará presente.

Pero ser la sede no asegura el triunfo definitivo. Ni siquiera disputar la final, pues esto solo ha sucedido con Brasil, en 1950, y con Suecia en 1958. Tal vez quedar en el tercer puesto, como ya lo consiguieron Chile (1962) Italia (1990) y Alemania (2006), o arañar el cuarto sitio, como sucedió en 2002 con Corea, y en 2014 con Brasil es la mayor expectativa de países de escasa calidad futbolística cuando se postulan a ser la sede, mas México ha sido dos veces sede y en ambas se ha quedado en el camino.

Pero el Mundial es un gran negocio, y conforme los mercados a su alrededor se han ido magnificando, la corrupción también se ha sofisticado, apadrinada, precisamente, por la Federación Mundial de Asociaciones de Futbol (FIFA, por sus siglas en inglés), que funciona como un Estado, al estilo del Vaticano. La FIFA rechaza toda injerencia de los estados nacionales en el control de los estatutos, elección de directivos y finanzas de las asociaciones nacionales, pero no escatima imposición o restricción cuando de la organización de un Mundial se trata.

Fotografía tomada de Flikr.

Para que el negocio del Mundial sea rotundo, ha llegando a exigir cambios legislativos para permitir que la competencia se realice, como sucedió con Brasil en 2014, cuando exigieron a su Congreso eliminar la prohibición de consumo de bebidas alcohólicas dentro de los estadios y sus cercanías, porque parte importante de los anunciantes en los estadios y televisión son, precisamente, las multinacionales del alcohol.

Los escándalos de corrupción que desde 2015 se destaparon en la FIFA tienen mucho que ver con la asignación de las sedes y, junto a ello, con las concesiones a las grandes cadenas de televisión. Dirigentes internacionales y empresas de comunicación han hecho de este evento un espectáculo mundial y, a la par, su gran negocio, muchísimo superior a las olimpíadas o cualquier otra competencia deportiva, por lo que no escatiman sobornos y chantajes para controlar las transmisiones.

La demanda por construcciones faraónicas y tratamientos de emperadores a los altos funcionarios de FIFA ha sido tal que en 1982 el Gobierno de Belisario Betancur, en Colombia, optó por desistir de su organización para 1986, pues se le exigía, entre otras cosas, estadios con capacidad para hasta ochenta mil expectadores, infraestructura que, como ha quedado demostrado con Sudáfrica y Brasil treinta años después, es excesiva e inútil para la vida cotidiana del deporte local, aún ahora y en países más grandes.

Rusia se propuso ser sede este 2018 como parte de todo su proyecto geopolítico actual, tratando de mostrarse como una potencia económica abierta a todas las corrientes y culturas, y esperanzada en ser vista de manera más amigable por las sociedades que aún la asocian con la supuestamente infernal URSS, pero no es un país con tradición o grandes éxitos futbolísticos.

Por las características de su clima no es un país masivamente aficionado al futbol, habiendo estado presente en solo diez de los veinte mundiales realizados hasta la fecha. Su mejor futbol brilló en la década de los años sesenta, cuando junto a otros países ahora independientes se identificaban como Unión Soviética. En esa época asistió a cuatro mundiales seguidos, quedando sexta en dos (1958 y 1962) en cuarto lugar en 1966 y en quinto en 1970.

Distantes del mundo occidental, no solo por lo lejano sino por sus rasgos culturales tan diferentes, como el uso exclusivo del alfabeto cirílico, su ortodoxo cristianismo, y la tendencia imperialista de su élite, la constitución de megaempresas futbolísticas, como existen ahora en Inglaterra o España, no se ha dado, siendo el mercado de futbolistas de los más bajos de Europa, por lo que no atrae a las estrellas, sin llegar, tampoco, ha exportarlas. En Rusia aún gana más un balletista o músico de alto nivel que un futbolista de la liga mayor.

En esas condiciones, es evidente que el papel de la selección rusa, si bien será en entrega y éxitos iniciales, dado el grupo en que participa como por el apoyo de sus aficionados, nada hace suponer que sea uno de los cuatro semifinalistas, si no se produce un golpe de suerte.


Imagen principal tomada de El bocón.

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Reflexiones y comentarios diversos sobre el mundo deportivo, los actores y los negocios que lo obstruyen

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Un Commentario

Richard Shaw 23/04/2018

Excelente y fresco.

Como les comente me gustaría reproducir este tema en la versión impresa con el debido reconocimiento… segun sus indicaciones.

Muchas gracias

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