Rousseau

Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES

En 1749 la academia de Dijon convocó a un concurso público sobre la pregunta de si «el establecimiento de las ciencias y las artes ha contribuido a mejorar las costumbres». Rousseau decidió participar en él enviando un trabajo que tituló Discurso sobre las ciencias y las artes, que finalmente ganó. En este discurso, Rousseau contestó a la pregunta diciendo que las ciencias y las artes no han contribuido al establecimiento de las buenas costumbres porque anulan el sentimiento natural de libertad que tienen los hombres y los encadenan aún más a la esclavitud en la viven en sociedad.

Dice Rousseau:

Mientras el gobierno y las leyes proveen lo necesario para el bienestar y la seguridad de los hombres, las ciencias, las letras y las artes, menos despóticas y quizá más poderosas, extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas que los atan, anulan en los hombres el sentimiento de libertad original, para el que parecían haber nacido, y les hacen amar su esclavitud y les convierten en lo que se suele llamar pueblos civilizados. La necesidad creó los tronos; las ciencias y las artes los han fortalecido.

Esta postura, implacablemente crítica con las ciencias y las artes, fue el comienzo de una irreparable e irreversible enemistad con grandes pensadores ilustrados que hasta ese momento eran sus amigos, como Diderot, D´Alambert, y sobre todo Voltaire, con quien esa enemistad adquirió un carácter supremamente virulento. Pues les parecía totalmente inadmisible y equivocado pensar que las ciencias, que eran el mayor logro alcanzado por los hombres, por lo menos, por el esfuerzo y actividad de su razón e inteligencia, fueran las causantes de su esclavitud, fueran las responsables del principal mal que los hombres pueden sufrir, la pérdida de su libertad.

Pero a pesar de esta descalificación rotunda que Rousseau hizo del papel de las ciencias y las artes en la vida humana –hecho que no deja de ser paradójico e irónico debido que fue autor de algunas piezas teatrales y de un trabajo sobre la música– que parece colocarlo por fuera o al margen del pensamiento Ilustrado, fue en realidad uno de sus grandes protagonistas debido a que forjó y expuso dos ideas fundamentales con las que contribuyó de manera decisiva a forjar la comprensión y el saber de sí de los hombres modernos.

La primera es que todos los hombres, independientemente de sus diferencias físicas o raciales, son iguales y libres por naturaleza. Así, en su Discurso sobre los orígenes de la desigualdad de los hombres que presentó a la academia de Dijon en 1755 –discurso con el que se presentó por segunda vez al concurso convocado por esa academia– sostiene que los hombres en esencia son iguales en su estado natural, a pesar de las diferencias o «desigualdades» físicas que tienen. Esta igualdad natural, junto a la libertad también natural que poseen, son los dos atributos más importantes que los constituyen como verdaderos seres humanos. En sus orígenes como especie, los hombres quedaron dotados de estas cualidades que poseen un valor excepcional de darles su condición humana.

Sin embargo, hubo un momento en que uno de esos hombres gritó fuerte para que todos lo escucharan, «Esto es mío». Al pronunciarlo procedió a apoderarse o apropiarse de ese objeto dando comienzo a la propiedad privada. Hecho que se produjo cuando los hombres se tornaron sedentarios y se agruparon socialmente para vivir de manera permanente en un territorio determinado en el que comenzaron a sembrar y cultivar la tierra. Y a partir de ese instante, los hombres se dividieron entre pobres y ricos, fuertes y débiles, opresores y dominados; división que los convirtió en seres socialmente desiguales y les hizo perder, por lo tanto, el valioso atributo original o natural de la igualdad que poseían.

Años después, en 1770, al escribir su otro libro fundamental, El contrato social, Rousseau consideró que el acto por el que un hombre o grupo de hombres se apodera de los recursos que pertenecen a todos no es el único que da comienza al orden social, que los conducen a abandonar el estado natural en el que viven; existe otro factor igual o más importante, a saber, el de que se percatan que separados o aislados entre sí no son capaces de asegurar la conservación de sus vidas debido a que los obstáculos que encuentran son superiores a las fuerzas que cada uno tiene. De ahí que les surja la necesidad de agruparse en una sociedad o grupo social para unir sus fuerzas, y así superar los obstáculos que se presentan a su autoconservación. Pero al hacer esto, los hombres deberían haber pactado o deben pactar un contrato o acuerdo fundamental que contenga los términos y las condiciones de su integración en esa sociedad.

Dice Rousseau:

Supongamos que los hombres hayan llegado a un punto tal, que los obstáculos que dañan a su conservación en el estado de la naturaleza, superen por su resistencia las fuerzas que cada individuo puede emplear para mantenerse en este estado. En tal caso su primitivo estado no puede durar más tiempo, y perecería el género humano sino variase su modo de existir.

Mas como los hombres no pueden crear por sí solos nuevas fuerzas, sino unir y dirigir las que ya existen, solo les queda un medio para conservarse, y consiste en formar por agregación una suma de fuerzas capaz de vencer la resistencia, poner en movimiento estas fuerzas por medio de un solo móvil y hacerlas obrar de acuerdo.

Esta suma de fuerzas solo puede nacer del concurso de muchas separadas; pero como la fuerza y la libertad de cada individuo son los principales instrumentos de su conservación, ¿qué medio encontrará para obligarlas sin perjudicarse y sin olvidar los cuidados que se debe a sí mismo? Esta dificultad, reducida a mi objeto, puede expresarse en estos términos: “Encontrar una forma de asociación capaz de defender y proteger con toda la fuerza común la persona y bienes de cada uno de los asociados, pero de modo que cada uno de estos, uniéndose a todos, solo obedezca a sí mismo, y quede tan libre como antes”. Este es el problema fundamental, cuya solución se encuentra en el contrato social.

De tal modo que el principal problema que deben resolver los hombres al pactar su convivencia social es el de cómo lograr que la libertad y la igualdad que tenían y disfrutaban en su estado anterior de la naturaleza no la pierdan, es decir, la puedan preservar como los bienes más valiosos de sus vidas. Este problema se resuelve si aceptan voluntariamente que todos los que estén en uso de su razón puedan participar activamente en las deliberaciones que conduzcan a formular las leyes que deben regir sus vidas y sus conductas. De tal modo que todos por igual y cada uno por separado solo obedecerán las leyes o normas jurídicas que libremente se han dado. Al cumplir esta condición, los hombres aseguran que su libertad e igualdad queden en pie en el orden social que han pactado y constituido.

Esta idea es la segunda gran contribución de Rousseau a la comprensión o al saber de sí mismos de los hombres modernos. Los hombres solo son libres en el interior de una sociedad si obedecen en sus vidas los mandatos de las normas y leyes jurídicas que voluntariamente se dan y que usan para instituir el Estado. Rousseau descubrió que los hombres solo son libres cuando actúan obedeciendo las normas jurídicas que han elaborado de modo voluntario en común en el debate público. No es suficiente para un ser humano hacer lo que se quiere, obrar en función de su voluntad, para ser libre. Se requiere, además, y sobre todo para serlo, que obre siguiendo los mandatos normativos que se ha dado o aceptado como válidos. El «secreto» o la mayor verdad de la libertad de los hombres es el de someterse en sus actos a las órdenes que contienen las leyes o normas que racional y voluntariamente se han dado.

Pero el hecho de someterse a las normas tanto jurídicas como morales que se han dado no solo los hace libres, sino también autónomos, como lo mostró y explicó bien Kant unos años después en su libro La fundamentación de la metafísica de las costumbres. En efecto, los hombres cuando obedecen las órdenes normativas que de modo voluntario se dan y que tienen validez para todos, que tienen validez universal, no solo se hacen libres sino también autónomos en tanto que dejan de ordenar sus vidas obedeciendo normas que otros les han dado o impuesto de manera coactiva; y al hacerlo así dejan de ser seres heterónomos. Por eso la libertad se convierte en un aspecto indisolublemente integrado a la autonomía: solo los seres autónomos son libres, y solo son verdaderamente libres aquellos que se hacen autónomos.

Estas dos ideas elaboradas y expuestas por Rousseau han enseñado a los hombres modernos lo que son en realidad: seres iguales y libres por naturaleza, desde que nacen como tales; libertad e igualdad que conservan si en su vida social tienen el derecho o la posibilidad real de forjar y darse las normas de validez universal, jurídicas o morales, para regir los actos colectivos e individuales de sus vidas. De ahí que muchos de estos hombres modernos ilustrados por estas ideas o este saber de sí mismos se dieron a la tarea de constituir y preservar instituciones políticas-estatales democráticas que les dieran y garantizaran este derecho a todos en las sociedades a las que pertenecen.


Imagen principal tomada de Washington Post.

Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.

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