Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
Hablar del general Efraín Ríos Montt y las acciones contradictorias que lo llevaron a ocupar un lugar ante la historia -independientemente de cómo se le juzgue en ese aspecto- resultan un eterno círculo vicioso en el que será imposible, por los siglos de los siglos, arribar a conclusiones razonables acerca de las motivaciones que lo llevaron a erigirse en una figura controversial por definición.
Que si debe calificársele o no de genocida; que si acabó o no con la delincuencia; que si fue un siervo o un dictador; que si era un moralista por antonomasia o un reprimido sexual, son temas que se han abordado -por lo demás, de manera improductiva- y a los que muy poco puede añadirse sin caer en extremismos emotivos.
De todos esos calificativos, el que mejor dibuja la trayectoria del extinto expresidente es el de fracasado. Sí, fracasó en casi todo: como político, como militar, como gobernante y hasta como aspirante presidencial. Quizá en lo único que logró algún triunfo acaso haya sido en su vida familiar (supongo), en la captación de seguidores desde su púlpito fanatizado (pírrica victoria) y en haber logrado que, jurídicamente, no se le pudiese comprobar la calidad de genocida, salvándose así del escarnio ignominioso que merecía.
Pero, vamos a los hechos…
Como político fracasó rotundamente, no al haber sido víctima del más escandaloso de los fraudes electorales que registra la historia, aquel domingo 3 de marzo de 1974 cuando derrotó en las urnas a la maquinaria oficialista de extrema derecha. Su enorme revés fue el no haber tenido los suficientes arrestos para defender ese triunfo en las calles y, lejos de ello, marcharse hacia un dorado exilio en España, abandonando a un pueblo que estaba prestísimo a apoyarlo en la exigencia del respeto a la voluntad popular.
Ese rotundo fiasco solo potenció la figura de los líderes auténticos de oposición que lo habían acompañado en aquella aventura y, obviamente, le causaron una antipatía irreconciliable entre aquellos sectores que se sintieron burlados ante lo que percibieron como la cobardía de un militar que hacía unas pocas semanas se había autoproclamado «El soldado de la esperanza».
Pasaron los años y no se tuvo mayores noticias de Ríos Montt sino hasta aquel 23 de marzo de 1982 cuando fue llamado por los «oficiales jóvenes» (de aquel entonces) para hacerse cargo del Gobierno, junto a sus colegas Horacio Maldonado Schaad y Francisco Luis Gordillo, de quienes se deshizo olímpicamente a los tres meses, para colocarse, ya sin sombras alrededor, la banda presidencial que se le había hecho huidiza en 1974.
Sin embargo, su megalomanía -rasgo psicológico inherente a todos los dictadores- y una errónea lectura de los acontecimientos, le impidieron empujar el proceso de democratización que anhelaba la sociedad, prefiriendo echar por la borda la oportunidad que nuevamente le tendía la historia. Y no se crea que todo fue moralizar y masacrar durante sus 15 meses de fama.
Ríos Montt -aunque usté no lo crea- planteó algunas ideas brillantes, de las cuales vale la pena rescatar dos: la creación de un Registro de Ciudadanos Único (una especie de Renap y TSE como los conocemos ahora, pero bajo un mismo paraguas institucional) y la eliminación de todos los partidos políticos existentes por aquel entonces, para crear un nuevo sistema político que debía empezar de cero.
Pero sin duda, la joya más notable de su colección de fracasos lo representó su rol como alto oficial del Ejército. Y es que resulta inaudito y hasta vergonzoso que el más alto galón y las acciones que reivindican su «honor» de militar no sean precisamente las de haber derrotado a la guerrilla, sino el execrable e imperdonable fusilamiento masivo de niños, mujeres y ancianos. Si aquel infierno, técnicamente, no alcanza para ser catalogado como genocidio, en realidad se le parece mucho.
A causa de esa «gloriosa» gesta militar, a Ríos Montt se le ha calificado como uno de los dictadores más sanguinarios de Latinoamérica. Empero, al general chileno Augusto Pinochet se le atribuye responsabilidad de «solo» 3 200 muertos, en tanto que a su colega guatemalteco más de 80 mil. Recuerdo que en cierta ocasión el maistro Augusto Quiroa se refirió a esa diferencia con su peculiar sentido del humor: «O sea que comparado con Ríos Montt, el gorila Pinochet viene a ser algo así como el procurador de los Derechos Humanos».
Igualmente, su retorno a la política fue una colección de sonoros fracasos. El hecho de haber alcanzado la Presidencia del Congreso y retenerla -al mejor estilo de Mario «El Mico» Sandoval Alarcón durante cuatro años-, de ninguna manera representó un instrumento para impulsar el desarrollo nacional. Antes bien, la alteración alevosa del texto de la Ley de Bebidas que se había aprobado en el pleno y los trágicos disturbios del jueves negro son algunos de los hechos por los cuales es principalmente recordada su gestión.
¿Y qué decir de su aventura electoral del año 2003, cuando logró un puesto en la papeleta a costa de sacrificar el artículo constitucional que se lo impedía? Al final, no solo resultó derrotado al obtener un denigrante -para él- tercer lugar, después de que durante años se había echado a andar la creencia de que sería el primer candidato en ganar la Presidencia en una sola vuelta.
Y para mayor bochorno, el fallo de la Corte de Constitucionalidad que había autorizado su participación fue derogado posteriormente, con el agravante de que dicha sentencia de ninguna manera podía causar jurisprudencia. Un liderazgo aplastado en las urnas y sepultado definitivamente por las leyes.
Por todo ello, el Domingo de Resurrección no solo se cerró una de las más «oscuras noches históricas de orgía de sangre» ni uno de los liderazgos más representativos de la vieja escuela política. Se cerró también el paso terrenal de uno de los más rocambolescos coleccionistas de fracasos jamás conocidos, cuyo resultado final pesará enormemente sobre nuestra irredenta Guatemala.
Fotografía principal tomada de ARCI Torino.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
Un Commentario
EFRAIN RIOS MOTT…un personaje que marco la tragica historia de los guatemaltecos…para unos genocida y para otros un hombre que enfrento con mano dura a la delincuencia…dividio a la sociedad guatemalteca…unos lo odiaron y otros los querian….genero polemicas…
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