Mauricio José Chaulón Vélez | Política y sociedad / PENSAR CRÍTICO, SIEMPRE
Con la corrupción hoy, sucede lo mismo que con el crimen hace unos años atrás: se representan como causas y no efectos, al mismo tiempo que como entes oscuros y fantasmagóricos separados del modo de producción y de las estructuras históricamente establecidas. Pareciera, entonces, que se trata de los problemas principales y que combatiéndolos se resolverá la vida social e individual.
Por supuesto que debe combatírseles, sin tregua, pero colocándoles en su sitio. El capitalismo, como sistema socioeconómico y cultural que mantiene el poder en una clase, la cual puede ser burguesa u oligarca según el contexto y la situación histórica, es corrupto y corruptor por naturaleza. Busca la extracción de la máxima cuota de ganancia y solo puede lograrlo a través de la apropiación de la fuerza de trabajo de otros, lo cual significa la explotación permanente de esos otros. La diferencia de clase radica en que quienes explotan poseen medios de producción (tierra, industria, comercio, bancos, casas de bolsa, aseguradoras) y los otros, los explotados, solo poseen su fuerza de trabajo para venderla como otra mercancía más.
De ahí en adelante, pueden surgir todas las transgresiones posibles a la ética, porque el capitalismo crea sus propios códigos morales y su sistema de legalidad, o sea que construye su sistema de valores que será el único permitido. Y detrás de dicho escenario funciona también la tramoya de la compra y venta como motor, siendo el dinero esa mercancía central. Por lo tanto, si se hace necesario mover las cantidades dinerarias que sean para que el sistema funcione, se hará desde el escenario o detrás de él. En el primer caso, todo es aparentemente limpio. Se representa cualquier acción como legal. En el segundo caso, puede pasar lo que sea con tal de que el sistema no se quiebre.
Por ello es que a tantas personas les cuesta creer o darse cuenta de que grandes empresarios capitalistas o políticos estén involucrados en actos de corrupción. Surgen las ideas del «no puede ser, si es un empresario que da trabajo a tantas personas»; «no puede ser, si aquí inauguró el chorro comunal para que tengamos agua»; «no puede ser, si él no tiene necesidad de robar»; «no puede ser, si a ella yo me la he encontrado en el salón de belleza y en la iglesia, y es tan buena».
Sin embargo, para que el sistema no muera, la maquinaria mediática y las negociaciones empiezan a hacer su trabajo: separan a quienes ya son estorbo o problema para el funcionamiento pleno de los capitales y configuran personalidades permitidas, aunque hayan estado ligadas a acciones evidentes de corrupción. A los primeros los lleva a procesos judiciales y posiblemente a la cárcel. A los segundos, los reconstruye para que formen parte de la llamada «nueva política», que no es más que un proceso de restauración del poder.
Al mismo tiempo, se proyectan nuevos personajes, a quienes se les llena de características que buscan la aceptación indiscutible o con la menor cantidad de críticas. En el caso de Guatemala, la lucha contra la corrupción es elemental. No importa, en apariencia, el origen de clase o la ideología: siempre y cuando se mantenga dentro del discurso permitido, será validado o validada para ejercer «la nueva política».
Pero resulta que en la realidad sí importa la pertenencia de clase e incluso étnica, y la ideología. Porque los proyectos políticos de restauración del sistema deben ser liderados por ese empresariado que se ha lavado la cara frente a la hegemonía y frente a una sociedad que cree ciegamente que la corrupción es la causa de todos los males. Como si la concentración de la tierra en pocas manos, la explotación de la clase trabajadora, el racismo, el patriarcado, el anticomunismo, las intervenciones del capital financiero y la geopolítica dominante de los centros hacia las periferias no fuesen las y los causantes de la corrupción.
Resulta que ahora todas y todos caben en «la nueva política», cuando en la realidad, al ganar el proyecto de restauración oligárquico que no debe confundirse con un proyecto de país, cada quien retorna a su sitio haciéndole creer que al salir en la fotografía o al votar o darle «me gusta» y comentar a manera de aprobación y legitimación, es parte del poder.
Para la representación de la diversidad, como sucede en el culturalismo neoliberal, por supuesto que todas y todos caben. Para decir que no hay sector que no quede representado, por supuesto que todas y todos caben. Para crear la ilusión de pertenencia, por supuesto que todas y todos caben. Para la realidad concreta, que pretende restaurar o recomponer el sistema en beneficio de sí mismo, por supuesto que no caben todas y todos, aunque las élites que dirijan dicha restauración y recomposición sean corruptas. Así se marca una parte del camino en la carrera electoral de Guatemala que ya inició. La invitación desde este espacio es agudizar la crítica.
Mauricio José Chaulón Vélez

Historiador, antropólogo social, pensador crítico, comunista de pura cepa y caminante en la cultura popular.
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