Relaciones violentas entre lesbianas

Mariajosé Rosales Solano | Arcoíris / ÍNDIGO EN LA VIDA

Esta reflexión es uno de los contenidos más incómodos y silenciados en el ámbito lésbico. Me cuesta enfrentarlo y revisar las prácticas cotidianas que reflejan la violencia incrustada en mi piel y mi sentir. Sin embargo, estoy convencida que para transformar estas realidades es inevitable entablar estas discusiones.

La violencia entre lesbianas se manifiesta de diversas maneras, no solo entre parejas, sino en otros tipos de relaciones. Entre las violencias se puede mencionar la racial, sexual, por condición de clase, celos, golpes, cierre de espacios por no coincidir en posturas, etaria, lesbofobia, entre muchas otras. De lo que estoy segura es que las lesbianas no nos libramos de los sistemas de opresión y dependiendo de nuestra «clasificación» reproducimos las opresiones de la misma manera que las otras personas; incluso en nuestras relaciones reproducimos el régimen heterosexual.

Desde hace unos años la denuncia de la violencia sexual entre lesbianas ha sido evidenciada en los círculos y, muchas veces, se solicita que la colectividad actúe ante esa violencia. No sabemos cómo reaccionar y nos sorprende porque cuando la denuncia es de un hombre, inmediatamente accionamos con los diferentes procedimientos, pero cuando es una mujer, nos paralizamos. Poco a poco agarramos fuerzas y se desarrolla de la misma manera –que si fuera un hombre-, pues se hacen bandos, la sobreviviente debe contar su historia cuántas veces se lo pedimos, no le creemos, y con el tiempo se borra de la memoria esta denuncia.

Otra violencia omnipresente en el ámbito lésbico es el racismo estructural, en Guatemala existen pocos espacios para reflexionar y evidenciar cómo nos relacionamos desde este racismo y nuestra historia colonial. Reivindicar la memoria de los pueblos originarios y el ser lésbico es poco común en estas tierras de Iximulew. El racismo lo practicamos hacia otras pero también hacia nosotras mismas al esconder nuestras raíces y vivir la ladinidad. Nuestros deseos al igual que están bañados por el régimen heterosexual, el racismo los carcome y no nos permite sentir por los prejuicios violentos y el mandato de no-mezcla y caminar hacia la blanquitud.

La violencia se vive de una forma normalizada, al igual que el resto de la población, no nos escapamos de ella como eje controlador de la vida, de nuestras relaciones. Cuando se trata de relaciones violentas entre parejas la reacción es aún muy tímida y con miedo, ¿qué sucede cuándo nos damos cuenta que vivimos una relación violenta? Normalmente empieza a expresarse en lo cotidiano, muchas peleas, insultos, reconciliación; peleas, insultos, reconciliación… y el ciclo de la violencia así queda dando vueltas. Una amiga argumenta que la violencia entre parejas es de dos, por lo tanto, si una se da cuenta de esto debe retirarse para terminar con este ciclo. En una sociedad como Guatemala, mamamos la violencia como única forma de relacionarnos, pero se debe romper con el ciclo para generar relaciones más equilibradas.

Por supuesto, existen casos extremos en los que no es así de simple decir que es de dos, porque la violencia se vuelve física, económica, psicológica y sexual de una hacia la otra. Aquí se desarrolla la condición de una agresora. Existen casos de encierro, aislamiento, humillaciones, y salir de este ciclo de violencia requiere más acompañamiento y hasta realizar acciones de denuncia acuerpada por otras compañeras.

Una de las características de las relaciones violentas es su encierro en sí mismas, el rechazo de las redes de cuidado y afecto por la lesbofobia provoca un estado profundo de soledad. En sociedades fundadas en las relaciones biológicas, como la familia, te hacen creer que esa es la única manera de pertenecer a un grupo y que además es la base de la sociedad; sin embargo, es posible crear tu propia red de cuidado y afectos. Esto es parte de nuestra propuesta política, reconstruir estas redes desde otros puntos de partida, si queremos con las relaciones familiares ya establecidas o construyendo con otras personas, lo importante es revisar las violencias que ejercemos para acordar cómo convivir en armonía entre todas las personas involucradas.

Si vives o ejerces violencia puedes buscar ayuda, soluciones para romper con la cadena… es posible vivir sin ella.


Fotografía por Mariajosé Rosales Solano, X Encuentro Lésbico-feminista de Abya Yala, Bogotá, Colombia, 2014.

Mariajosé Rosales Solano

Lesbiana, feminista, antiracista. Fotógrafa, hierbera y lectora. Amante de la música y el cine. Urbana de casi cuarenta vueltas al sol.

Índigo en la vida

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