Jorge Solares | Política y sociedad / PIDO LA PALABRA …
Este año se cumplen cien de la reforma universitaria de Córdoba, Argentina, la cual inflamó virtualmente a toda América Latina en 1918. Una eclosión de aspiraciones, desencantos y protestas estudiantiles contra un statu quo que no era congruente con los ideales de la juventud. Ante lo negativo de las respuestas de la autoridad, el estudiantado toma la Universidad y logra finalmente su objetivo, con el apoyo notable de la población de esta importante ciudad de Argentina, Córdoba “la Docta”. Una Universidad para todos y no solo para una élite y en la cual los estudiantes tuvieran participación en el gobierno de la Universidad. “Sobran ídolos y faltan pedestales”, proclamaban los irreverentes insurrectos. Fácil es percibir la influencia de este movimiento en la moderna Universidad de San Carlos de Guatemala, cuando en mucho sirvió de inspiración a los jóvenes universitarios de 1944 que derrocaron la satrapía liberal militar de Jorge Ubico.
Esta efemérides nos genera algunas reflexiones sobre nuestro presente. Acaba de terminar el proceso eleccionario por el cual se eligió a nuevo rector de la Universidad de San Carlos. Este evento, normal en la Universidad, trae sin embargo algunos puntos que convine destacar: se trató de interponer procesos legales para impedir o impugnar el resultado pero, aparte de lo justo o no de dichos reclamos, se ve que no ha habido en la academia guatemalteca una visión que provenga del proceso histórico que permita a los universitarios insatisfechos afirmar que solamente se está frente a una etapa determinada de la historia universitaria. Esto es una perogrullada, por supuesto, pero no se la contempla en el conjunto de razonamientos para referirse al proceso.
En esta Guatemala enseñada a no recordar, ya no se escuchan comentarios acerca de aquella efemérides, la cual, por el contrario, era materia de atención en las generaciones anteriores para las cuales el humanismo era columna vertebral de otras disciplinas. “La cultura no muerde”, recordamos. Los actuales desacuerdos entre sectores de la Universidad y las autoridades de la misma obedecen más a una exigencia inmediata, como que todo problema hubiera surgido de la noche a la mañana y en el pasado cercano. Se omite que siendo todo parte de un proceso en el cual pueden delimitarse metodológicamente las etapas, puede hallarse un hilo conductor que, llevándonos de una etapa a la otra, puede permitirnos descubrir el por qué un evento actual se considera inadecuado, por ejemplo, el elegir a determinada persona en vez de otra para el rectorado universitario. Las etapas ilustran porque nada nace por generación espontánea. Por lo mismo, cada etapa puede ser transitoria. Nada “es”, todo “está”.
Las etapas por las cuales ha atravesado la Universidad de San Carlos son interesantes, porque siendo de una universidad pública estatal, ilustran directamente etapas de la vida política nacional. Por ejemplo, fundada la Universidad en enero de 1676 con el nombre de San Carlos de Guatemala (y no San Carlos de Borromeo) por el rey de España Carlos Segundo “El Hechizado”, cuyo retrato de característico prognatismo observa desde un extremo y arriba del gran salón de sesiones a los miembros del Consejo Superior Universitario, desde un principio impartió asignaturas interétnicamente, algo que desaparecerá en épocas posteriores. Esto ya indica algo de la Colonia española en un territorio densamente indígena y posiblemente la paternidad dominica en la academia.
En esa Universidad, la rebeldía a un sistema considerado injusto no es nueva y así debe recordarse que en los prolegómenos de la Independencia, la Universidad se lanza contra el absolutismo monárquico, valga el ejemplo de Larrazábal. Para la independencia absoluta de 1823, la Universidad es protagonista de causas cívicas centroamericanas en muestra de su compromiso con el interés nacional. Los posteriores vaivenes políticos la lanzan a los brazos del régimen conservador y sus intereses responden a los religiosos. En el posterior régimen liberal iniciado en 1871, se vuelve una universidad nacional y no religiosa dentro del modelo napoleónico, es decir, para el Estado laico. Este régimen liberal para la Universidad llegó a significar la pérdida total de su autonomía, especialmente con los dictadores Ubico y Ponce Vaides, quienes sucumben en 1944 bajo presión ciudadana en la cual la Universidad juega un papel de primera magnitud, a tal grado que se instaura un orden nacional manejado por la llamada Guardia Cívica de universitarios. Se da la autonomía universitaria y su nuevo régimen de gobierno es inspirado en el modelo de Córdoba de 1918, estableciendo el poder estudiantil en el gobierno universitario, algo que se reclamó modificar en estas elecciones de 2018.
Se consolida el protagonismo universitario en torno al espíritu de trascendencia, donde prevalece la autoridad de lo público y no de los intereses personales y privados, régimen que instaura inéditas hazañas intelectuales como la creación en Guatemala de la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL) en 1949, bajo el liderazgo continental del rector Carlos Martínez Durán. Y de mención especial, los postulados de democracia, libertad, justicia social, dignidad de las personas, servicio directo de la comunidad. La Universidad deja de ser simplemente profesionista: se funda la Facultad de Humanidades, cuna de futuros pensadores de talla nacional y continental. Más proyecciones nacionales: Extensión Universitaria, el sistema de centros universitarios departamentales y del Ejercicio Profesional Supervisado que está por cumplir cincuenta años.
Puede ser agobiante tanta mención, pero sirve de alerta para las generaciones de hoy ante una Universidad que fue desbaratada y desangrada por la fuerte represión gubernamental en el conflicto armado interno y el aprovechamiento de facciones políticas de todo signo en su beneficio y a costa de la carolina (que no carolingia). La Universidad dejó de trabajar para su finalidad y sirvió a otras. Fue relegándose su papel como guía científica y humanística y olvidándose su rol heroico en las gestas democráticas antidictatoriales de 1920, 1944, 1956, 1962, 1993 y en las protestas ciudadanas de 2015. Ese historial podría capacitarla en cualquier campo para grandes cambios en el Estado, en la construcción democrática en servicio de esta heterogénea sociedad, rasgo de primordial importancia para Guatemala, más que para cualquier otra nación centroamericana y que para muchas de Latinoamérica.
En su leve geografía, este país incluye cerca de veinte mil micropoblados, buena parte de ellos de raíz no europea sino mesoamericana. Más de veinte idiomas mayances diversificados en aproximadamente doscientos dialectos (según datos lingüísticos), más el garífuna y el castellano De este enjambre proceden explicaciones etnoculturales diferentes: sabores, colores, democracias locales, parentescos, tratamiento a los niños, a las mujeres, a los muertos, varias visiones del mundo, de la vida, de la salud, enfermedad, gobiernos comunales, del cuidado ambiental. Hay diversas lógicas. Cada etnia piensa diferente acerca de lo mismo. Prevalecen más las localidades que el Estado. Esto debería ser parte esencial del enfoque social del Estado y con él, de la Universidad nacional, máxime cuando a este panorama se suma el de las abismales desigualdades económicas: pobreza, desempleo, jornadas extenuantes, no esparcimiento, hacinamiento, contaminación, insalubridad, ínfima escolaridad, maltrato infantil y femenino, hogares desintegrados, maternidad infantil, violencia, inseguridad, temor colectivo, alta morbilidad y mortalidad infantil, desnutrición, desestímulo, afecciones psicológicas existenciales, entrega de recursos naturales en defensa de la “competitividad”, defensa a ultranza de las mineras en este país que nunca dependió de tal recurso, disparidad descomunal entre aquellos a quienes sobra y a quienes falta. Ante semejante panorama, los Gobiernos, el Estado se declaran en estado oficial de indiferencia. Y los depredadores de lo público favorecen el no-Estado para generar y alimentar desorden, caos, penumbra para la impunidad que medra con el pavoroso cuadro enumerado. Semejante enjambre es enriquecido por la globalización. Y súmese a todo lo anterior que la identidad nacional es endeble y no hay simbología alguna que dé pautas y energía para proclamar nuevos caminos.
Y al final de estas etapas, nuestro presente como Universidad es el de la entrega acrítica a la llamada posmodernidad, al imperio del neoliberalismo, la globalización, las privatizaciones, lo que llaman progreso nacional. No se ven finalidades sociales. Para campañas o para mostrar excelencia académica se pregona el instrumento y todo lo que proporcione buenos técnicos y operarios hábiles en tecnologías de punta. Pero se ignora o se oculta algo: que la tecnología no es un fin en sí mismo sino un medio, y el fin siempre es social. Lo sabían ya lo universitarios de siglos atrás. No vemos que en campañas y anticampañas de detractores aparezca mencionada la ética humana y social como objetivo.
Esto llama directamente a las puertas de la universidad nacional, la de grandes gestas idealistas en el pasado remoto e inmediato. Porque cuando se menciona el Estado, se incluye también a la Universidad de San Carlos de Guatemala. Caso extraño en América Latina, Guatemala tiene tan solo una universidad estatal con preeminencia educativa y aplicativa en todo el territorio. Solo dicho factor debería fortalecerla como una universidad que respondiera a su nombre latino: universitas, universo, un todo, totalidad plural. El que la sociedad guatemalteca sea plural obliga a la Universidad de San Carlos a pluralizarse. Y el que los recursos nacionales la alimenten, la obliga a atender los problemas nacionales. Pero en las campañas y las anticampañas universitarias no es fácil encontrar argumentos de esta naturaleza. El reclamo es por otras cosas inmediatas, meramente eleccionarias. Ese es nuestro escenario y en el cual han protestado en estas elecciones de la San Carlos, contingentes estudiantiles y docentes, mas al parecer, deteniéndose en razones subsidiarias, en la epidermis, no en el tejido profundo. La Universidad toda, principiando por su cuadro de autoridades, debería trazarse un marco filosófico, el cual, a nuestro parecer, debería nacer de la realidad, de la identidad nacional, de la dignidad nacional y social. Nuestro presupuesto viene de la sociedad. La población nos paga. Debemos servir en lo que precisa ser servida esa población. Somos la única universidad pública y tal deben ser nuestros compromisos, nunca de otra índole, ni partidaria, ni personalista, ni lucrativa. Y para ello deben los universitarios conocer su historia, deben tener conciencia de su protagonismo histórico de luchas y de creación intelectual y guía ciudadana, deben recordar los tiempos de cuando la ciudadanía entera esperaba sus pronunciamientos, como los de la Asociación de Estudiantes Universitarios –AEU–, gestores de grandes y limpios movimientos. ¿Falta de recursos o de compromiso político para el bienestar social? La Reforma de Córdoba podría darnos pautas. Pero la Universidad de San Carlos de Guatemala aún goza de reconocimiento ciudadano. Y posee todas las herramientas intelectuales, institucionales de investigación, de proyección social precisas para tal fin. Está el momento. Están los ingredientes. ¿Qué es lo que falta?
Jorge Solares

Evocando un desarrollo humano integral con justicia social dentro de una democracia culta, participativa, equitativa, en esta sociedad étnicamente plural, económicamente desigual, políticamente golpeada. El camino, una Ciencia con Conciencia como docente, investigador y editor, integrando Ciencias Sociales (Humanidades, Historia, Antropología) con Ciencias de la Salud (Oral, Salud Pública, Nutrición). Y en su centro, Cultura y Arte.
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