Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
En los países capitalistas, los Estados, como cualquier institución, necesitan dinero para funcionar. El dinero, en tanto mercancía universal, mueve todo: sin él nada puede funcionar, dado que él es la savia vital del sistema. Para obtenerlo, el Estado debe cobrar impuestos; hoy, la recaudación fiscal es prácticamente su única fuente de sobrevivencia, dado que en los esquemas neoliberales vigentes los Estados no producen prácticamente nada redituable en términos monetarios, ni bienes ni servicios. El esquema keynesiano de un Estado benefactor y al mismo tiempo productor ha quedado atrás, y con las políticas monetaristas que dominan la escena desde hace casi cinco décadas, los Estados son meros administradores (siempre a favor de la clase dominante, claro está), cada vez más pequeños, más raquíticos.
En esa lógica neoliberal antiestatista, donde supuestamente la «mano invisible» del mercado lo regula todo, la inversión social es vista como «gasto». Lo primero que se recorta como superfluo son justamente esos «gastos sociales». Según ese esquema, que desde hace años viene marcando el ritmo de nuestras sociedades, los Estados deben estar reducidos a su más mínima expresión, dejando todo al cuidado de las leyes de la oferta y la demanda. ¡Mentira descarada!, por cierto, pues hoy día, ya desde hace largas décadas, el capitalismo globalizado es absolutamente monopólico, no hay competencia, y los Estados funcionan como salvavidas cuando la empresa privada quiebra. Los rescates financieros que hacen los Estados son multimillonarios, siempre con dineros públicos, salvando a megaempresas en apuros. Ejemplos sobran: el gobierno federal estadounidense rescatando a la General Motors, a la Chrysler, las entidades financieras Goldman Sachs y Bank of America, etcétera. Como suele decirse: se privatizan las ganancias pero se estatizan las deudas.
En Guatemala, las políticas de capitalismo voraz son una de las causas del Estado raquítico que existe. La otra, quizá la fundamental: una historia, heredada de la época colonial, donde el Estado nunca ha sido un real dinamizador de la vida social, sino un eterno ausente o un auténtico problema para las grandes mayorías.
¿Por qué problema? Porque repitió a nivel nacional el modelo de la finca que caracteriza nuestra economía; es decir: se centró en la defensa de los privilegios de la élite dominante, olvidando las necesidades de la población, siempre de espaldas a ella y preocupado solo por los negocios de una oligarquía agroexportadora que obtenía sus ganancias de la inmisericorde explotación de una mano de obra sumamente barata, olvidada y mantenida ex profeso en la ignorancia. El Estado nacional ha sido, y sigue siendo, el garante de esa situación. Cuando algo de ello se intentó cambiar, durante los años de la «primavera democrática» desde el mismo Estado, o luego, con la iniciativa de grupos armados que levantaron una propuesta de izquierda ayudando a organizar a la población, la represión llegó furibunda. Fue el mismo Estado el que reprimió, lo cual demuestra que cuando el mismo quiere ser efectivo, lo es.
El Estado actual no funciona, o, aclarémoslo, no funciona para las grandes mayorías. No existen servicios públicos de calidad, o simplemente ningún servicio. Salud y educación están siempre en déficit, colapsadas, la infraestructura básica no funciona, la seguridad es una eterna agenda pendiente. ¿Por qué no funciona el Estado? ¡Porque no tiene un centavo!
Los Estados viven de los impuestos que recaudan. En Latinoamérica, la media de ese ingreso fiscal representa alrededor del 20 % del producto interno bruto. En algunos países del Norte (escandinavos en Europa, por ejemplo, o Canadá), ese porcentaje supera el 50 %; es decir que, de toda la riqueza nacional, la mitad queda en el fisco para brindar servicios de calidad. Esos Estados sí son funcionales y aportan soluciones a las poblaciones, sin llegar a ser socialistas. Simplemente recaudan bastante. Nuestro Estado es tan deficiente porque casi no recauda nada.
Guatemala es el segundo país en Latinoamérica, detrás de Haití, en recaudación impositiva. La carga tributaria ni siquiera llega al 10 % del PBI, siendo que en los Acuerdos de Paz -¡jamás cumplidos!- se fijaba un piso mínimo del 12 %, para luego ir subiéndolo gradualmente. ¿Por qué tan poca recaudación en impuestos? Porque los que más deberían pagar no pagan.
Quien más paga es el contribuyente menor, el que está leyendo este texto, el ciudadano común de a pie, que seguramente no será un gran terrateniente, un poderoso empresario o un acaudalado banquero. Dicho de otro modo: quien menos patrimonio tiene, es, proporcionalmente, quien más paga. Y paga a través de un impuesto como el IVA, del que nadie puede escaparse. Por el contrario, quien más riqueza tiene es el que menos paga. La evasión fiscal es una vieja práctica. Para eso existe una larga lista de mecanismos, entre los cuales las fundaciones son uno.
Nuestro Estado es tan deficiente no por la corrupción. La misma es injustificable, por supuesto; pero no está allí la verdadera razón del problema. La pobreza crónica de la población y la ineficiencia del Estado que no puede –ni quiere- resolverla–, no tiene que ver con una mafia que asaltó el poder para robar: es una cuestión estructural e histórica. Definitivamente, es imprescindible una reforma fiscal que logre recaudar fondos para que el Estado funcione. Y no hay otra alternativa –aunque sean los primeros en protestar–: los que más tienen son quienes más deben pagar.
Imagen principal tomada de ERS.
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
Correo: mmcolussi@gmail.com
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