Rafael Cuevas Molina | Política y sociedad / AL PIE DEL CAÑÓN
Las figuras de monseñor Oscar Arnulfo Romero y monseñor Juan Gerardi son emblemáticas de una época en las que las fuerzas del horror corrieron desbocadas por el Triángulo Norte centroamericano.
También lo son de los años en los que la Iglesia católica asumió un compromiso que no ha vuelto a tener desde aquellos años, por más que el papa Francisco haga esfuerzos por reformar las anquilosadas estructuras de la milenaria institución.
Los dos vectores mencionados se entrecruzan: el del compromiso de la Iglesia católica y el de la represión furibunda de los detentores del poder. Porque la primera se comprometió con los reclamos y las luchas de las clases populares, los segundos la reprimieron al punto de cometer los dos magnicidios que hoy nos convocan.
Quiere decir lo anterior que no hay espacio, por más sagrado que sea, que quede fuera de la arremetida de los de arriba cuando sienten amenazados sus intereses de clase. En eso, son implacables. Gerardi y Romero son figuras destacadas, visibles, en un mar de asesinatos que incluyen desde sacerdotes de pequeñas parroquias hasta lumbreras académicas como los jesuitas de la UCA en San Salvador.
Ante esas tomas de posición de los cristianos como Gerardi y Romero, se inició una contraofensiva religiosa desde Estados Unidos que hoy le está dando sus frutos. Ha sido un trabajo paciente y concienzudo, que toma en cuenta las ingentes necesidades a las que daba esperanzas la teología de la liberación y la opción por los pobres.
¿Qué pensarían Gerardi y Romero de la teología de la prosperidad que hoy campea por todos los rincones de América Latina? ¿Con cuánto asombro verían a «pastores» que hacen de la estafa millonaria de la fe uno de los más lucrativos negocios, que se desplazan en aviones privados y viven en mansiones dignas de la farándula hollywoodense?
Hoy, los que mataron a ambos mártires de la Iglesia católica no dudan en asociarse con estas nuevas iglesias que surgen como hongos, en hacer negocios conjuntos y refocilarse de los negocios que arman.
Hay un legado ético que emana de estas dos figuras emblemáticas, y que no estaría de más remarcar en la cercanía de los aniversarios de sus asesinatos. El primero, el del compromiso con los más, con los de abajo, con el pueblo. Es un legado que trasciende a la Iglesia católica, aunque no estaría de más que su feligresía la pensara y tomara en cuenta. El segundo, llevar ese compromiso hasta las últimas consecuencias, sin concesiones de ninguna especie aun a costa de sus propias vidas. El tercero, la constancia, aún cuando todo parezca estar en contra, como monseñor Romero siendo regañado por el prepotente de Juan Pablo II, el mismo que le gritara molesto y agresivo a las madres que pedían una oración por sus hijos en la Plaza de la Revolución en Managua.
Ejemplos de los que ahora faltan tantos en estos tiempos de violencia y corrupción entronizada, en los que parece que no hay nadie de las cúpulas del poder y los negocios que no esté embarrado con prebendas, engaños y matráfulas de todo tipo.
Gerardi y Romero murieron en un tiempo oscuro en el que, sin embargo, parecía que había una luz al final del túnel. Hoy, la luz que vemos al final de ese túnel parece ser el del tren que viene directo a arrollarnos. Tiempos de desesperanza en el que campean y se entronizan los contramodelos de estas dos figuras señeras. Hoy, vale más ser payaso que obispo.
Imagen principal, monseñor Gerardi y monseñor Romero, fotografías tomadas de Wikipedia y WikiGuate.
Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.
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