Jesse Reneau | Literatura/cultura / EL CUARTO AMARILLO
El otro día estaba viendo una película llamada It’s a Wonderful Life, que trata sobre la vida de un hombre llamado George Bailey y las situaciones que lo llevan a querer suicidarse, hasta que aparece un ángel para impedir que esto suceda. O algo así, la trama poco importa para este artículo; lo importante es George.
A lo largo de la película vemos como George, al igual que nosotros, es todo un soñador. Es un joven rebosante de ilusiones y deseos, pero siempre algo pasa. Cuando está a punto de irse a otro estado a estudiar, como siempre quiso, surge un problema. Luego va a irse de luna de miel a no sé cuántos países, surge otro. Es tan frustrante, tan frustrante porque es cierto.
¿Por qué George no solo se fue, olvidando todo, para hacer lo que siempre soñó? Ah, pero no. Nuestro protagonista es un tonto altruista, dejando sus sueños por no desamparar a otros. Tan típico de la mayoría de nosotros, también.
Y de ahí surge mi pensamiento: ¿cómo hacen los héroes, los valientes en las películas, para irse así sin más? Sin marcha atrás, a conocer nuevos rumbos. Cuando se cansan de todo, simplemente agarran una maleta vieja o la mochila de clases, la llenan de ropa y emprenden su aventura. A veces ni siquiera importa si llevan dinero o no (bueno, ahora sabemos por qué es una película).
No piensan ni en sus padres, ni en la escuela, o si los van a despedir de sus trabajos.
Viven mil y una historias, enfrentan otros mil problemas, encuentran al amor de su vida y, más importante aún, se encuentran a sí mismos. Qué envidia. Por fin, regresan en un autobús o en un auto prestado con todas estas experiencias tatuadas en el alma, más sabios y maduros que antes. Y el espectador se que queda pensando: «¡Vaya! Ojalá me tocara vivir algo así».
Sí, ojalá me tocara vivir algo así. Pero eso simplemente no pasa.
Me pregunto por qué no es tan fácil decidir un día dejarlo todo y viajar, aventarse a tener historias y locuras que contar cuando envejezcamos. «Vive al límite, como si fuera tu último día» dicen ahora. En mi caso, es una idea que me atrae bastante; perderse a lo mochilero, declarar mi independencia por un rato. ¿Qué me lo impide?
No sé si vale la pena irse o quedarse. Es un tema que ha estado atado a mi cabeza desde que cumplí los dieciocho, porque no sé si me sobra el tiempo o si me falta. No sé si ya soy adulta o solo estoy fingiendo ser una. Lo que sé es que me falta mucho por aprender y vivir.
Muchas veces me siento atrapada en un trabajo que no me gusta, o en las cuatro paredes color rosa de mi habitación y, más que nada, en el sistema al que estamos sometidos. Quiero salirme del patrón, pero a parte de tener miedo, no tengo ni idea de cómo hacerlo. Vamos, ni siquiera sé manejar, ¡lo que me espera ahí afuera! Tampoco sé si es rebeldía mía y si ya se me va a pasar. No sé, no sé.
¿Cuánta valentía requiere lanzarse bocabajo a la piscina de la realidad? Estoy esperando el momento para estar lista, y me temo que nunca llegue. Me imagino como un pajarillo en el nido, con muchísimas ganas de volar. De repente para ese tipo de cosas no hay que prepararse; solo llegan, estés listo o no. Y entonces la vida se trata de cómo las afrontes.
Al terminar de ver la película, los créditos pasaban frente a mis ojos justo como las ganas de dejar de perder el tiempo, levantarme y vivir.
Imagen principal tomada de Wetpaint.
Jesse Reneau

Estudiante de Ciencias de la Comunicación. Amante de la música, la playa y la literatura. Su gran sueño es llegar a ser periodista y tener una motocicleta negra.
0 Commentarios
Dejar un comentario