Mario Castañeda | Arte/cultura / EL ARCO, EL SELLO Y EL GRIMORIO
Trabajando en los últimos días en una presentación que haré sobre el metal en Guatemala y, específicamente, sobre la organización que el Colectivo Internal Circle de Sumpango, Sacatepéquez, lleva a cabo, he reflexionado sobre algunos aspectos de esta expresión marginal.
Primero, que el metal es una de las formas artísticas que ha sobrevivido desde la década del 80 a toda moda que las empresas de información y entretenimiento condicionan. Es decir, estaciones radiales, televisión y ahora internet, se han caracterizado por trasladar imágenes, sonidos y comportamientos que influyen en los hábitos de consumo donde la música juega un papel importante. Los videoclips se constituyen en ese referente de aspiración o comportamiento que invita y, a la larga, condiciona la forma de pensarse en determinadas etapas de la vida, especialmente para las juventudes.
Por otra parte, los medios comerciales perciben que no es rentable un programa de metal, además de la censura que otros imponen. Por ejemplo, hace unos días, el programa Frecuencia Clandestina, transmitido en Radio Universidad las noches de viernes, al igual que otros programas de las franjas musicales que se transmitían por las noches de 20:00 a 22:00 horas, fue cancelado mediante una llamada telefónica por orden, se supone, de la Rectoría de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Se hizo sin explicación alguna, hasta la fecha. Un programa que no solo presentaba metal sino que hacía el esfuerzo de aportar información relevante sobre este vasto mundo, invitaba a personas especializadas en el tema contribuyendo al mandato cultural de dicha estación y de la universidad estatal. Si usted ve en otros países, muchas universidades tienen programas sobre música de todo tipo, los cuales son fuente de memoria y cultura, como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que presenta Metálisis, totalmente dedicado al metal y Cuando el rock dominaba al mundo, sobre el rock en general.
El metal, sobre todo en países como el nuestro, donde se carece de infraestructura para la organización de conciertos y donde existen pocos espacios radiales, televisivos o en la red para su difusión, se ve relegado a un quinto plano. Se le teme porque no se le conoce y, aunque su naturaleza es subterránea por las temáticas o problemáticas que aborda y la fuerza de su música, la cual es compleja y no digerible para la mayoría, no se visualiza como una oportunidad para fortalecerla como parte de las distintas actividades culturales con que contamos. Ni el Estado ni el sector privado tienen la visión de potenciar no solo a esta música sino a otros estilos que permitirían desarrollar espacios de oportunidad económica, cultural y política para reducir las abismales diferencias que se observan en las distintas Guatemalas que tenemos. A lo más que se llega es a cooptar a bandas comerciales y convertirlas en promotoras de publicidad de cerveza, algo realmente patético.
Segundo, el metal también refleja lo que somos como sociedad. Hay una buena cantidad de bandas con producciones aceptables y otras de buen nivel, pero el público, organizadores de eventos y sonidistas, entre otros, por diversas circunstancias, no logran consolidar, al menos en la capital, un movimiento que vaya en la misma línea, con intereses colectivos, no para complacer a la sociedad sino para mantener esa bandera contracultural y fortalecer su propia dinámica a partir de la autogestión. Las divisiones son latentes. Sea por subestilo o por diferencia generacional.
Tercero, para nadie es un secreto que las drogas legales e ilegales forman parte de la vida cotidiana de buen número de la población. El alcohol se ha convertido en un factor de escape y estupidización como alternativa a lo que la sociedad ofrece, mermando no solo las opciones para lugares dónde realizar conciertos por los comportamientos que genera (orinarse en la calle, agresiones sin justificación, querer entrar sin pagar a un evento y provocar peleas, etcétera), sino creando más estigmas contra la mara metalera. Y esto, aclaro, no es ser moralista, sino solo pienso en cómo incide el comportamiento en quienes arrendan lugares, para que en este tipo de eventos prefieran decir «No, gracias» y alquilarle el espacio a otro tipo de celebraciones. Conductas que no son solo exclusivas de rockeros-metaleros, puesto que se dan en fiestas de otro tipo, incluso portar armas, pero que son sancionadas drásticamente porque se ven «normales». Por ejemplo: conciertos de música de banda, norteña, reguetón, entre otras.
Cuarto, que desde el espacio metalero no se percibe una relación integral entre diferentes expresiones artísticas. Pocos son quienes han tratado de vincular literatura, cine, conversatorios, revistas, pintura, fotografía y otras ramas artísticas, como el Internal Circle en los famosos conciertos en la Ciudad de las Calaveras, para recaudar útiles escolares para las escuelas más necesitadas de Sumpango.
Quinto, que es preocupante ver el revoltijo ideológico que subyace en estos espacios. Un ambiente donde el individualismo sigue prevaleciendo (reflejo de este neoliberalismo salvaje) y donde, a pesar de que el metal conserva cierto carácter contestatario, en el fondo se perciben prácticas que confunden el ser contestatario con la mezcla inconsciente de reclamos en calidad de berrinche que critican y cuestionan pero que, en muchos casos, son faltos de conocimiento o se funden en la peligrosa idea del nacionalismo. Clasismo y racismo implícitos en los discursos y en los hechos.
Lo que un día fue un movimiento en auge, aún con todas las limitaciones que habían, hoy es una serie de fragmentos que no van a ningún lado. Por ejemplo, los esfuerzos que se hacen en otros departamentos como Quiché, Huehuetenango y Sacatepéquez, entre otros. Eso no quiere decir que nos quedemos añorando lo que fue, porque no saldríamos de esa etapa y solo veríamos limitaciones para aportar a este complejo entramado contracultural. Se tiene que pensar que, además de los conciertos, existen otras formas de organización con participación más democrática donde no pesan los intereses económicos de algunos. Hay músicos de calidad, también proveedores de sonido con cierto nivel, equipo y experiencia, hay tecnología para producir grabaciones de calidad y habría espacios para generar más que conciertos, pero nos faltan algunas cosas: solidaridad y puntos de convergencia, los cuales deberían pesar más que lo que nos distancia.
Imagen tomada de Facebook.
Mario Castañeda

Profesor universitario con estudios en comunicación, historia y literatura. Le interesa compartir reflexiones en un espacio democrático sobre temáticas diversas dentro del marco cultural y contracultural.
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