Reflexiones en el 12 de octubre

-Rafael Cuevas Molina / AL PIE DEL CAÑÓN

Henos aquí, arribando a otro 12 de octubre, Día de la Raza dicen en España, y seguramente nombrar así está fecha siga teniendo sentido para ciertos españoles, para quienes su nación se erigió inicialmente sobre la unificación que los reinos de Castilla y Aragón lograron de un territorio hasta entonces parcelado en reinos medievales, y del que estaban expulsando a quienes habían vivido ahí por siete siglos, los que ellos llaman “los moros”, que no son más que pueblos de origen árabe que habían construido una civilización que iluminaba la cultura mediterránea, y cuyos restos arquitectónicos, bellos, armoniosos, finamente elaborados, aún podemos admirar en nuestros días en el sur de la península ibérica.

Es un problema de ellos seguir girando en torno a estas nociones de raza y homogeneidad cultural, sobre todo en estos tiempos de grandes migraciones y de cuestionamiento nacionalista, como el que está teniendo lugar en Cataluña.

Pero ese es su problema, y ya verán cómo hacen para tratar de salir del embrollo, pero otra cosa somos nosotros, los de este lado del océano, pueblos que nacimos a la vida republicana con el peso de la herencia de tres siglos de vasallaje a la Corona española; que fuimos estructurados como organismos sociales dependientes económica, política, social y culturalmente del centro del sistema, de sus necesidades e intereses.

Esa pesada herencia -que se manifiesta en nosotros, los pueblos latinoamericanos, como un pecado original- es un sustrato pesado, denso, que marca nuestra visión de mundo y se sigue reproduciendo de mil formas que nos lastran y nos deforman.

Es una forma de vida que naturaliza -lo que es equivalente a decir que vuelve normal ante nuestros ojos- una sociedad llena de cortocircuitos y chillidos, oxidada y maloliente. Esta naturalización tiene razones para existir; son razones que pueden identificarse relativamente fácil, que puede entenderse porqué se armaron, pero que es dificilísimo desmontar, sobre todo si el sistema que las sustenta sigue intacto.

La base de todo está en la necesidad de justificación del sistema de explotación de la fuerza de trabajo autóctona que, durante la Colonia, constituyó la mayor fuente de producción de riqueza. A través del tiempo, fueron instituidas distintas formas de organización económica, desde la Encomienda y el Repartimiento, hasta la esclavitud y la servidumbre, formas que pueden ser nombradas hoy bajo el término genérico de formas de explotación colonial de la fuerza de trabajo.

El hecho de que, en la base de la pirámide social se encontraran los pueblos que fueron avasallados por los europeos y, más tarde, los que vinieron a suplantarlos ante su exterminio, complejizó la estructuración clasista de la sociedad con una “racial”, en la que “los oscuros”, los “de color”, es decir, los representantes de los pueblos colonizados, eran los de abajo, los explotados, y los de piel más clara, los blancos, los mestizos (más los que se aproximaban al ideal de blanquitud) eran los explotadores, los que gozaban de los privilegios del poder económico, político, social y cultural.

Esta realidad colonial se perpetuó en el tiempo hasta nuestros días, porque quienes luego de la independencia asumieron la construcción de la República fueron los herederos de los blanquitos (o “los más blanquitos” dentro de los grupos mestizos). Esa mentalidad perpetuada desde nuestros orígenes podemos denominarla mentalidad colonial, y es la que sigue siendo mentalidad hegemónica en nuestros días, la que está en la base de nuestra “normalidad”.

Es por eso que un señor de Santa María de Jesús, por ejemplo, de 1.60 de estatura, pelo y ojos oscuros, de rostro “aindiado”, sombrero de petate y botas de hule, seguramente será visto con desconfianza si entra, una mañana cualquiera, al edificio del Ministerio Público en la ciudad capital, y muy posiblemente pueda ser detenido en la puerta por el guardia para preguntarle (también puede ser que de no muy buenas maneras) para dónde va y qué quiere. Pero no pasará lo mismo si llega, pongamos por caso, alguien con pelo rubiecito, tez blanca, vestido de traje entero (saco y pantalón de casimir, corbata de seda o imitación de tal), y no habrá problema en que entre raudo y veloz (sin ni siquiera, seguramente, volver a ver al guardia), tome el ascensor sin hacer cola (porque, tal vez, los otros que esperan se aparten al ver al “señorón”) y llegue hasta el piso donde la Cicig y el Ministerio Público dan una conferencia de prensa y, además, quiera participar en la actividad a la que no ha sido invitado.

Si fuera “el indio” quien hace lo que hizo el canchito sería un “indio igualado” (“¡Ay, Dios mío, a dónde vamos a parar!”), pero si lo hace don Arzú, todo bien.

Mentalidad colonial, pueblos que escupimos al espejo.

Este 12 de octubre es eso lo que originalmente se conmemoró, y lo que muchos siguen creyendo que se conmemora: el Día de la Raza. ¿Qué raza, la del canchito o la del señor de Santa María de Jesús? En algunos lugares de América, las estatuas de Colón están siendo derribadas, porque son un símbolo de esa forma esquizofrénica y hasta demodé de ser. Siguen enhiestas en la Plaza de Colón, en Madrid, o en el puerto de Barcelona, en la cúspide de altísimas columnas que muestran cómo, para ambos pueblos, hay un sustrato colonial que los hermana, a pesar de que en los entuertos políticos que hoy los enfrentan eso quede opacado.

Y sigue enhiesto el monumento en ciudad de Guatemala. Todo un símbolo de la inamovilidad de la mentalidad colonial que nos caracteriza y domina.

Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.

Al pie del cañón

Un Commentario

Julio César Santos 14/10/2017

Me gustó mucho este texto, análisis profundo,critico y reflexivo sobre esta fecha tan dudosa.

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