Reflexión final para un dictador

Francisco Cabrera Romero | Política y sociedad / CASETA DE VIGÍA

«El miedo a la muerte se podría describir como el temor a no poder llegar a ser quien uno pensaba ser».

Un profesor de literatura abandona su trabajo, su ciudad y casi toda su vida, para perseguir la historia de otro hombre (Amadeu de Prado) al que ni siquiera conoció, pero de quien aprendió otra forma de ver la literatura, el valor de la verdad y la vida.

Esta historia aborda las contradicciones frente a la muerte en contraposición a la retórica religiosa. Todo esto en medio de un escenario de cierre político, tradicionalismo y represión. Narrada por un adolescente, después joven, y su grupo de amigos plantados ante la dictadura.

Tren nocturno a Lisboa es una obra escrita por Peter Bieri, también conocido como Pascal Mercier, en 2004, que llegó a ser muy popular en Europa y no por casualidad. Más tarde, en 2013, se hizo película bajo la dirección de Bille August.

La historia está situada en el Portugal de Salazar (Antonio de Oliveira Salazar), que ejerció como primer ministro entre 1932 y 1968. Relata la omnipresencia del dictador en la vida de la gente. Su poder de sometimiento del aparato de justicia que consecuentemente no es tal, sino otro instrumento de control y su relación con la Iglesia.

La trama deriva hasta la vida escolar de Amadeu de Prado. En medio del rigor de la tradición religioso-pedagógica que anima, sin decirlo abiertamente, a seguir a la dictadura. Exaltando la fidelidad al dictador.

Es en ese contexto que sucede el acto valiente y rebelde de Amadeu, el día que pronuncia su memorable discurso en el acto de final de curso. Impulsado por un amigo y por sus propias convecciones de adolescente, aunque no por ello lejano de la razón y ante todo del supremo compromiso de decir la verdad:

No me gustaría vivir en un mundo sin catedrales. Necesito su belleza y grandiosidad, en vez de los colores sucios de los uniformes militares. Amo las hermosas palabras de la Biblia. Necesito la fuerza de su poesía. La necesito contra el decaimiento del lenguaje y las consignas inútiles de los dictadores.

Pero hay otro mundo en el que no deseo vivir, un mundo en el que el pensamiento independiente es despreciado y las cosas que más aprecio, denunciadas como pecado. Un mundo donde nuestro amor es exigido por tiranos, opresores y asesinos. Y lo más absurdo, la gente es exhortada desde el púlpito a perdonar a estas criaturas y hasta amarlas.

Es por esto que no podemos simplemente poner la Biblia de lado. Tenemos que desecharla completamente. Ya que solo habla de un Dios vanidoso y arrogante. En su omnipresencia, el Señor nos vigila día y noche. Toma nota de nuestras acciones y pensamientos, ¿pero qué sería un hombre sin secretos, sin pensamientos y deseos que él y solo él conoce? ¿Dios nuestro Señor, no considera acaso que nos roba el alma con su curiosidad desenfrenada? Un alma que debe ser inmortal… Pero honestamente ¿quién querría ser inmortal? ¡Qué aburrido saber que lo que sucede hoy, este mes, este año… no importa! Nada tendría importancia.

Aquí nadie quiere saber lo que sería vivir eternamente. Y es una bendición nunca saberlo. Puedo asegurarles una cosa, sería un infierno este eterno paraíso de la inmortalidad. Es la muerte y solo la muerte, lo que le da a cada momento belleza y horror. Solo a través de la muerte el tiempo es algo vivo. ¿Por qué Dios no sabe eso? ¿Por qué nos amenaza con una eternidad que solo puede ser insoportablemente vacía?

Yo no quiero vivir en un mundo sin catedrales. Necesito el brillo de sus ventanas. Su silencio fresco. Su silencio imponente. Necesito la santidad de las palabras, la grandeza de la poesía. Pero tanto como eso, necesito la libertad, libertad de rebelarme contra todo lo que es cruel en este mundo. Pues una cosa es nada sin la otra. Y nadie puede obligarme a elegir.

No se puede dejar de sentir compasión y odio por los dictadores. Ahora que uno de ellos acaba de morir en mi país, pienso que tuvimos la suerte de verlo juzgado y condenado en vida. Aunque, por otro lado, él tuvo la suerte de ahorrarse el juicio final, pues, como bien sabe Amadeu, la muerte acaba con todo.


Fotografía principal tomada de la hemeroteca de Prensa Libre.

Francisco Cabrera Romero

Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores. Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx. No por perfectos, sino por provocadores de ideas.

Caseta de vigía

Un Commentario

Oscar Ralón 12/04/2018

Consiente, coherente, directo y hasta sublime con el pensamiento de este educador popular. No podría ser menos. El final de un dictador que, como buena rata de iglesia neopentecostal, se fugó por lar rendías de las las sucias cloacas de la conciencia negra de asesinos vestidos de blanco y con la Biblia en la mano.

Para nuestro estimado educador la eternidad no tiene sentido si ahora vivimos en la ignorancia y avaricia, propias del capitalismo salvaje, que además, la justificamos en el todopoderoso que por nuestra actitud pareciera que da la espalda a la injusticia.

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