Recuerdos de David Barahona

-René Boroughs-

De todos los seres humanos que han poblado nuestro planeta, solo algunos hombres y mujeres han sacrificado sus vidas por los demás. Algunas veces para combatir los peligros a los que está sometida nuestra especie. En toda discreción, David Barahona dedicó la suya a luchar contra el aburrimiento. Trabajé con él en una pieza de su prolífica carrera. Cuando me contrató, me explicó la medida de lo que estaba emprendiendo. Se trataba de una comedia en que los personajes interpretaban sus propios roles en el mundo. «Todo ser humano es un artista» me dijo y me invitó a ayudarle a completar mi parte en la escenografía. Asistí a sus castings. En una de esas ocasiones, vi como centraba toda su atención en cada contacto humano. Todos tenían derecho de participar con su mundo imaginario. Luego de analizar el potencial de cada persona, le acordaba un personaje.

En un momento clave de su trabajo creativo, David se consagró a resolver el desafío de incluir al público en esa permanente creación. Pero el público no podía asistir al espectáculo siendo protagonista del mismo. Ese problema invadió su vigilia hasta ocupar sus sueños. A veces, encontraba momentos de paz en medio de la ebriedad de sus idas y venidas nocturnas. Trató de fijar definitivamente esos instantes, pero cuando se despertaba encontraba el gran desafío que lo atormentaba.

Cuando David se enteró que me iba a quedar en la calle en París, me dio la llave de su casa. Era un apartamento en una planta baja de un edificio de tres pisos en el barrio de Montreuil. Encontré un cuarto que contrastaba con los otros. Todo estaba bien pintado y cuidadosamente colocado. Un escritorio, una cama y un armario… todo matemática y geométricamente dispuesto. Había dos muñecos guatemaltecos y una foto enmarcada. Era una una serenísima anciana de estirpe real. Junto a una fecha, había una dedicatoria de su madre. Sentí una inmensa paz en el ojo de un huracán. Me di cuenta que estaba en una especie de santuario para combatir a los señores de Xibalbá.

Cuando Elías, su hermano mayor, los había denunciado en Panamá, David tomo medidas. Salió con algunas provisiones en las peligrosas calles de la ciudad de Guatemala. David siguió caminando durante días. Era un peregrinaje de libertad. Se acostaba donde lo atrapaba la noche y el cansancio de las largas jornadas de marcha. Se despertaba sin conocer los lugares a los que lo había llevado la obscuridad. Atravesó campos, arideces, aldeas y la soledad. Debió asustar perros a patadas. Algunas semanas después, llegó a Nicaragua. En el camino, al borde del derrumbe, oyó una voz que le resultó familiar. Se trataba del mago del circo donde David había trabajado como payaso y trapecista. Nada menos que el mago Chen K que se había exilado también. Chen K no era ni chino ni fumaba, pero se adaptaba maravillosamente a todos los medios en donde no había alegría. David encontró la mano amiga que le permitió satisfacer su sed y su hambre hasta el viaje que lo condujo a París. Llegó en 1984 con el grupo Teatro Vivo.

Una tarde de esos veranos en que los parisinos se van de vacaciones y dejan la ciudad libre de tantas malas vibraciones, me habló de su experiencia en Francia. Me dijo que había montado una pieza para fines del año. «No es posible vos, ¡imaginate que las actrices me dijeron que se iban de vacaciones en agosto!», David no aceptó esa irreverencia y lo abandonó todo. En ese entonces, trabajaba para un colombiano que se enriquecía con técnicas de marketing que había aprendido en los Estados Unidos. Debíamos hacerle unas mesas para una fiesta en un patio. Se trataba de la presentación de una máquina importada para hacer tacos mexicanos. Frente al pedido simple y práctico, David se inspiró por la idea de rentabilizar la producción de mesas. Tomó una servilleta y dibujó un aserradero artesanal. La invención daba lo necesario para cortar la madera de manera casi automática. El mecanismo concebido para capitalizar los costos de energía eléctrica permitiría su uso en las economías más pobres del planeta. El jefe de la empresa nos vio en esas especulaciones y anunció la compra de las mesas ya hechas. Frente a la incomprensión de los propietarios de los medios de producción, salimos a buscar un financiamiento alternativo a sus proyectos.

Su idea era de ofrecer sus servicios a los negocios del barrio. Llegamos a un depósito de productos artesanales africanos. En el interior, había tres o cuatro estanterías con pescados salados, una con raíces enormes que podrían ser yucas y trenzas de cabellos para mujeres con peinados lisos. Los propietarios supervisaban desde el fondo el almacén. David se presentó a grandes voces proponiendo cambios necesarios en la publicidad de le entrada y una nueva disposición de las mercaderías para rivalizar con las cadenas de distribución. Hizo una descripción de un anuncio a la entrada del negocio que debería ser realizado por un gran amigo suyo, un muralista célebre de su tierra. Según sus dichos me di cuenta que se trataba de Jacobo Rodríguez Padilla, lo que me confirmó más tarde. En un momento pensé que los había convencido pero ante tal torrente de improvisaciones, las risas que se difundieron rápidamente entre los clientes presentes. Una señora intervino con gran delicadeza al ver la perturbación y agradeciéndonos nos mostró con un gesto la salida. Grande fue mi sorpresa cuando vi que en lugar de defenderse, David compartió la carcajadas de los presentes. La verdad precisa y de valor científico fue que, durante unos instantes, habíamos visto el pobre depósito de imigrantes bastante mejorado. El mural no fue nunca realizado, pero después de la desaparición de Rodríguez Padilla, valdría una fortuna en la bolsa internacional de arte contemporáneo.

Una tarde, fuimos a la apertura de un restaurante mexicano. Había muchos estudiantes latinoamericanos y jóvenes que habían viajado a nuestro continente. El ambiente estaba animado. David organizó una piñata que él había realizado especialmente para la ocasión y que terminó como debido. Se puso a hablar con una mujer que se presentó como Hilda y dijo ser cubana. Grande fue nuestra admiración cuando supimos que se trataba de la hija del Che Guevara que había venido de visita a París. David desapareció para seguir animando la fiesta. Años después supe que Hilda había fallecido de un cáncer en La Habana.

Al día siguiente, fuimos en su camioneta a visitar a sus «hermanos espirituales». Vivían en un campo de gitanos en unas caravanas. Sus miradas no me parecieron amistosas. David les echó la camioneta sobre un carro al que estaban arrglándole la carrocería. El gitano sacó una gran pinza inglesa. Me di cuenta que estábamos en peligro. Pero la amenaza se quedó en los gestos. Se trataba de un saludo afectuoso. El gitano dejó sus actividades de mecánico y se dirigió a su caravana para sacar una mesa y disponer una botella de vino rosado con gran respeto. Saboreamos la bebida y David les hablaba con familiaridad. Me impresionaron sus rostros inexpresivos en contraste con las miradas que ocultaban su alegría. Al irnos, los invitó a visitarnos. Los gitanos llegaron en grupo, con la madre, esposa, tíos, tías, niños y niñas. David dijo que iba a hacer compras pero no lo vimos en toda la tarde. Les servimos lo que encontramos en el refrigerador y las escasas reservas. Empezaron a contarnos cosas. Me di cuenta que la madre era la jefa del clan. Estaba sentada en medio de la mesa. El gitano habló de costumbres de su comunidad. Abordó el tema de la fidelidad de la mujer para con su marido y agarró un machete guatemalteco que tenía David y lo levantó en el aire. Su mujer le exhibió el cuello tirando la cabeza para atrás. Era una jovencita de largos cabellos que dejó colgando cuidadosamente. Luego me ofrecieron ir a vivir con su comunidad puesto que sabían que estaba de paso. Comprendí que se trataba de una ilustración de sus reglas en caso de mi próxima mudanza. A veces pienso en lo que hubiera sido mi vida si hubiera aceptado la oferta.

No excluyo que la visita de la tribu haya tenido que ver con la venida de los propietarios del apartamento un par de días después. Tal vez pensaron que los gitanos iban a invadir el edificio. Mandaron una carta de expulsión. Cuando David leyó el correo se rió al leer la fórmula francesa de buenas costumbres: «Tenga la bondad de aceptar la expresión de nuestros mejores sentimientos». Pasaron un par de horas y David entró muy agitado puesto que un oficial de justicia estaba en camino acompañado de policías. Las sospechas estaban fundadas en visitas de traficantes y personas de dudosa procedencia. Todo lo que había en la casa sería confiscado puesto que, además, el alquiler no había sido pagado hacía muchos meses. En medio de la agitación se reía de los buenos sentimientos de los propietarios. Tomé las cuatro cosas que tenía y compartí con él unos pantalones que le quedaban bien. Salimos como bandoleros en la camioneta. Pude salvar mi diploma de médico argentino que no tenía ningún valor en Francia y David la foto de su madre y sus muñecos. Nos separamos y supe después que David conoció el frío y la soledad de París hasta que su camioneta se quedó sin gasolina.

En realidad, el talento creativo de David no estaba en la dramaturgia escénica. Se trata de un raro género que deja sus obras en la memoria y la imaginación de los que tuvieron noticias de sus produccines. Es el caso de una de sus aventuras muchos años atrás. Lo supe gracias al relato de su sobrino en una tarde fría de su último adiós ofrecido por la comunidad de artistas y artesanos con los que compartía un local. Su sobrino contó que el circo en que David trabajaba tenía un león que había recuperado de la quiebra de un zoológico itinerante en Guatemala. Indignado por las condiciones humillantes e inhumanas del real animal, entró en contacto con la sociedad protectora de animales. Esta intervención permitió que la autoridad se movilizara por la acción de esa caritativa institución. La prensa publicó las fotos de la requisición de la fiera enjaulada. David fue a recibir al felino que no era de peluche ni estaba al corriente de sus derechos y casi lo mata cuando David trató de abrazarlo. El accidente se evitó gracias a la intervención oportuna del domador que de todos modos perdió su trabajo.

Los años pasaron, me casé y tuve mis hijos. Nos perdimos de vista. Algunas veces lo vi pero yo ya había asumido mi rol de espectador. David seguía trabajando en su colosal proyecto. Cuando lo vi anestesiado en un servicio de reanimación transcurría su último sueño. Su espíritu ya estaba saturado de tantas creaciones artísticas. Tal vez se había dado cuenta que sus personajes estaban ocupados en sus vidas cotidianas y que no había sido comprendido. Sin saber por qué, los que lo conocieron tienen la sensación de haber sido observados en un abrir y cerrar de ojos. Los que tuvieron esta experiencia no se han dado siempre cuenta que fueron actores y actrices de una obra monumental que está en construcción permanente. Protagonistas de una escenografía que fue percibida por David. Los telones se cerraron para siempre en un lúgubre hospital de París el 29 de marzo del 2013. Salgamos de la sala. Regresemos a nuestras vidas. Los señores de Xibalbá siguen rondando en las cercanías.


Todas las fotografías de este texto fueron proporcionadas por René Boroughs.

René Boroughs

Vive en Francia desde hace un cuarto de siglo. De formación científica, se interesa por la historia y el arte. Frecuenta grupos de teatro y de creación multimedia. Milita por la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos.

2 Commentarios

Luis Pedro 15/04/2018

Muy interesante conocer sobre este personaje legendario en París.

Rene Boroughs 08/04/2018

Por favor ver este excelente documento : https://vimeo.com/63049499

Dejar un comentario