Byron R.Titus | Política y sociedad / TRANSFORMACIÓN
En la primera entrega sobre Conversaciones con la Marcela, Miguel Ernesto rememora con la Marcela cómo se conocieron en casa de Roberto y Alicia.
–El gusto es mío Marcela, mi nombre en realidad es Miguel Ernesto, me llaman Bai. –¿Pero Bai no es un nombre guatemalteco o sí?, preguntó ella. –No, respondo, cuentan que mi madre lo tomo de una novela que veía cuando yo era bebé y el personaje era un niño huérfano de Tailandia que había llegado en un barco donde creció abandonado, los marineros lo criaron, se queda en un puerto donde llega a ser el héroe. Mamá juraba que cuando yo creciera me parecería a él. Pero aquí me tenés, ¡resultó que salí mejor!
Desde el principio me impresionó su actitud, su manera de presentarse, de sostener la mirada mientras conversaba. Nunca me despegó la vista, sus ojos era café obscuro, achinados –impresionantes–. Según parecía, había preguntado quién era yo. Bueno, al fin yo era el único de su edad al que no conocía ni era chileno. Su manera de hablar decía mucho de ella y su familia, se notaba que eran personas sencillas y educadas. A lo lejos, el padre conversaba con un grupo de amigos y la madre preparaba junto a Alicia y otras damas un azafate con empanadas y varias comidas. Todos habían pertenecido, en Santiago, al Club Deportivo Orompello.
Obvio; Marcela provenía de una cultura sin complejos donde a las cosas se le llaman por su nombre. Capaces de sostener y defender una opinión sin problema. Desde ese instante Marcela me trató con mucha deferencia, sobre todo cuando, entre bromas y tragos, Roberto me entró a traer a la sala,me tomó un brazo y me llevó prácticamente arrastrado al medio de aquel grupo. Yo alcancé a jalar de la mano a la Marcela y la arrastré conmigo, Roberto pasándome el brazo por los hombros les dijo: –Para los que aún no lo conocen, les presento a Bai, quien es un guerrillero guatemalteco que me ha prometido ir a Chile con nosotros a ayudarnos a sacar a Pinochet –y todos se soltaron a reír–. –Ya ustedes saben que los chapines, como se llaman ellos, son gente brava y nuestro poeta Neruda amó mucho al país de Bai.
Todos empezaron a cantar el himno de la Unidad Popular –la coalición que había llevado al poder al presidente Salvador Allende–. No los conocía gran cosa, pero nunca había visto tan felices a Alicia y a Roberto. Me trataron con mucho cariño, se desvivieron porque me sintiera a gusto y fuera parte del grupo. Así, medio en broma, por primera vez de mi mano y casi sin conocernos, se enteró la Marcela de que yo también tenía un pasado y quizás otro presente. En su conversación me había dado cuenta de que, aunque nunca antes me había visto, a pura intuición de mujer sospechaba que yo era alguien más que un exiliado económico, dudaba de que yo fuera nada más que un obrero de una fábrica de productos plásticos y compañero de labores de Roberto. Su forma tan cautelosa de preguntar daba señal de que sospechaba que había algo más. Aquella broma de Roberto le había dado más motivo para querer averiguarlo.
No se equivocaba la Marcela, aunque Roberto no lo sabía a cabalidad, su broma no estaba lejos de la realidad. Yo sí era un militante guatemalteco, que en algún momento se había alzado contra la injusticia y nada más estaba de paso. Mientras conversábamos, la observaba fijamente y me preguntaba si aquel encuentro con ella era algo más que una coincidencia. Tantas cosas que ignorábamos entonces el uno del otro. Jamás me imaginé que más tarde la Marcela llegaría a militar en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y tendría un papel relevante en la historia de su país. Jamás me imaginé que ese día ella entraba a mi vida para no marcharse nunca. Si lo hubiera sabido, quizás no hubiera llegado a la fiesta para ahorrarme tanto dolor.
Pero en ese instante no pensábamos tales cosas. La fiesta seguía, la Marcela atando cabos del porqué yo tampoco podía regresar a vivir a mi país. La música cada vez con más calor, la conversación dispersa, todos conversábamos con todos, en particular los hombres tenían curiosidad por lo que pasaba en Guatemala y se acercaban a conversar, indagando sobre la realidad actual y comparando mi versión con lo que habían leído o escuchado. Pedazos de conversación con todos. En una de esas pasó la madre de Marcela repartiendo platos de comida y se nos quedó viendo sorprendida de que no nos soltábamos la mano. La Marcela sonrió y se hizo la desentendida.
Las damas bebían más vino que otra cosa, la conversación se volvió más familiar, casual, no paró de circular la comida ni la bebida, pero sobre todo, empecé a sentirme feliz porque la Marcela ya no se movía de mi lado y no me soltaba la mano desde que Roberto me jalara. De esa manera sutil se empezó a desarrollar entre nosotros una conversación sobria y racional, personal, sentados el uno frente al otro, en aquel rincón de la sala, prácticamente ignorando al resto que de vez en cuando interrumpía la intensidad de aquel momento. De repente llego el padre, seguramente enviado por la madre a «verificar», nos llevó dos vasitos de vino tinto, nos vio tomados de la mano, dio media vuelta y no dijo más. Pero nos bajó a la realidad. Yo, la verdad, flotando. ¡Qué delicia resultaba estar con la Marcela! ¡Qué grandioso resultaba estar vivo!
Por su conversación y los temas que prefería, le adiviné la vida poblada de quimeras, utopías propias de la época; dolor me recordó el lenguaje de la Facultad. En una de sus pausas se me ocurrió decirle –Me gusta mucho tu forma de pensar, es como haberte conocido de siempre. Inmediatamente, sin reflexionar, la Marcela respondió guiñándome el ojo –Podrías conocerme mejor si algún día te venís a vivir a Francia. Apretándome fuerte las manos. –¿Qué tipo de música te gusta Bai? –Casi de todo, clásica, popular, de protesta. Se levantó y regresó con una guitarra que alguien tenía en la cocina, diciendo –Si te la sabes, haceme segunda… «Te recuerdo Amanda… La calle mojada, corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel».
Continuará.
Byron R.Titus

Sociólogo, investigador científico y transformador. Conferencista y asesor internacional. Actualmente director del Regional Resource Center en Webster MA. Fundador y director del Centro de Transformación a la Excelencia. Vivo fuera de Guatemala desde la noche del dia de la virgen de Guadalupe 1975. Mi cumpleaños es el 15 y 16 de julio, resido -hasta que San Juan baje el dedo- en Nueva Inglaterra, EUA. Amante de las artes, particularmente la literatura y la música.
0 Commentarios
Dejar un comentario