Olga Villalta | Política y sociedad / LA CONVERSA
Estamos en los últimos días de una campaña electoral que algunos la han llamado «atípica». Y es diferente a los anteriores procesos porque las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos modificaron, entre otras cosas, la manera de hacer campaña y el uso de medios de comunicación.
Una de las reformas implicó que cada partido tiene una cuota –pagada por el TSE– para aparecer en los medios de comunicación. Estábamos acostumbrados que a través de estos medios se repetían una y otra vez las cancioncitas y las caras de las/os candidatas/os. Por supuesto, tenía más apariciones el que tenía más dinero. Por ello, en algunos medios, el o la candidata pagaba tiempo de aire para aparecer en una supuesta entrevista.
En un proceso electoral pasado, me tocó trabajar en Civitas monitoreando radios, fue extenuante escuchar la verborrea de los caciques locales que adquirían tiempo de aire simulando una entrevista.
Esta vez, alivia la poca contaminación visual. Claro que las empresas de vallas se quedaron sin sustantivos ingresos. Ante esto, algunos medios han promovido programas en los que, a lo largo de los tres meses, hemos visto desfilar candidatos a la Presidencia de la República, al Congreso y a las alcaldías. La idea es que la ciudadanía conozca los planteamientos, la ideología, el programa de gobierno de los diferentes aspirantes a puestos de elección popular. Sin embargo, en muchos de los programas vimos cómo, quienes entrevistaban, acorralaban con preguntas capciosas a los candidatos.
En un programa de radio matutino, el entrevistador y el candidato de turno se enfrascaron en una discusión que terminó muy mal, entre gritos mutuos. Para los estudiantes de Ciencias de la Comunicación será interesante estudiar qué sucedió ahí, cuál fue el detonante. Preguntarse si el entrevistador se pasó del límite que el periodismo debe tener o si el candidato no estaba preparado en el manejo de medios.
Toda persona que es entrevistada debe tomar en cuenta que lo más importante es llevar preparado su mensaje clave (no la consigna o estribillo), sino la idea profunda que quiere dejar instalada en los receptores. Por lo tanto, pierde si se enfrasca a discutir con el entrevistador, continuamente tiene que pensar en los oyentes, lectores o televidentes.
En las entrevistas que el programa Sin filtro ha desarrollado, también es interesante observar como, a pesar de mantener el mismo formato, dependiendo de las reacciones de la persona entrevistada, la popularidad o animadversión que puede tener en la población y la habilidad o no para no caer en la trampa del entrevistador, las reacciones de los receptores variaron. Una pasadita por las redes sociales da suficiente material para estudios de percepción.
Varios candidatos han pasado sin pena ni gloria en esas entrevistas, pero es increíble como en el caso de la candidata de origen campesino/indígena, buena parte de los receptores se lanzaron contra la y los entrevistadores de turno, acusándolos de racistas, misóginos y una serie de epítetos. A la vez, se alababa y defendía a la candidata –quien los siguientes días guardó silencio sobre la entrevista– rozando esta defensa a ultranza en cierto paternalismo.
A uno de los conductores le profirieron una infinidad de frases peyorativas y agresivas, como las siguientes (las transcribo tal como las encontré):
«Cómo que no se ve la cara que tiene, hay que ser feo, pero no discriminador».
«EL CHINO «TAPUJO» A LA MIERDAAAA…».
«Ben Ken Chin Es un racista!».
«Ben Ken Chin debe pedir disculpas en público a la próxima presidenta de Guatemala».
Me quedé pensando en lo fácil que es ver el racismo en el otro, pero qué difícil es ver el racismo introyectado en nosotras/os mismas/os. Aquí cabrían las parábolas de Jesucristo (siendo yo atea), quien, ante la multitud que quería apedrear a la mujer adúltera, profirió las sabias palabras que han trascendido en el tiempo «quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra». Parafraseando, podríamos preguntarnos, ¿quién está libre de actitudes racistas?
Así que, tirarle piedras a otro, tildándolo de racista, es quitarnos la posibilidad de ver el racismo que hemos absorbido desde la infancia. El mundo, la sociedad son racistas. Todas/os hemos sido socializados en ese contexto y somos producto cultural de ese sistema racista, clasista y machista. Lo que vale es la actitud cotidiana de irnos liberando de esa formación que nos proporcionó nuestro entorno familiar y social. Lo que vale es reflexionar, analizar y proponer formas de erradicar el racismo en nuestra familia, en el sistema educativo, impulsando políticas públicas y, por supuesto, en la mesa común que es la Asamblea Legislativa.
El extremo de las agresiones fue el siguiente post. Juzgue usted estimada/o lector o lectora.

Olga Villalta

Periodista por vocación. Activista en el movimiento de mujeres. Enamorada de la vida y de la conversación frente a frente, acompañada de un buen café.
Correo: olgavillalta@gmail.com
0 Commentarios
Dejar un comentario