Quédate aquí

-Maritza Sara Luza Castillo | NARRATIVA

Todavía mi espalda trae tatuada la melodía que ambos compusimos. Desde el cuello hasta la cadera, en blanco y negro se divide mi piel desnuda entre la que fui y la que soy. Entre corcheas, fusas, semifusas, tonos altos y medios, así concluye la inspiración con un despliegue de armonía inestimable y conmovedora. Siempre di el todo por el todo, esta vez no fue diferente porque le obsequié mi espalda al hombre que amo para inmortalizar el pentagrama de nuestra canción.

Aunque no es de mi autoría en solitario, apenas mi deber lindaba con los arreglos musicales del tema. Pero esta pieza en especial conserva nuestras huellas en la desmesura de enfrentar tu talento contra el mío. Del acierto, porque yo no esperaba que se encendiera una luz de la mano del sol. Tampoco aguardaba sorprenderme por la emoción cuando el desvarío regularmente impera. Tu amor musical fue la fuerza que me obligó a quedarme y a reencontrarme con mi pasión primigenia. Gracias a ti la música vino por mí, no por la que me convertí con tanta lentejuela, boato y despilfarro. Lograste que volviera en esencia como un segundo apremiante nacimiento. Hiciste que volviera a ser yo, la que sentía genuina a otrora sin más predicamento que por un instrumento con qué defenderme en la vida. La guitarra.

Más allá de las nubes que pintamos en el alba, más allá de las ráfagas de aplausos que nuestros oídos registran cada vez que nuestro romance hecho melodía era el obsequiado al público. Pero la música tiene esta magia ambivalente. Por un lado, como oyente puede llevarte a tocar el cielo con las manos, a danzar sobre nubes de algodón o a construir efímeros castillos en la arena y sentirse arropado al amparo de Dios solo para ti.

Desde el otro lugar, desde el sitio de quien es asaltado por una letra y después gesta en las entrañas de tu cuerpo el niño convertido en trova. Y solo Dios sabe cuanto cuesta parirlo. No obstante, debo admitir que la música es una violadora de almas sensibles. Una transgresora deliberada que se acerca sin indulgencia cada vez que el deseo la acecha. Es entonces que se apodera de mí y de todos los orificios de mi anatomía y siembra su semilla con pasos de ángel enamorado. Me toma por asalto y saquea mi pureza hasta contaminar mis huesos

Es difícil pensar en que no me vuelva asaltar como me asaltó Rubens un día en que el silencio quiso hacerse el disfrazado. Todavía recuerdo la tarde acalorada y a los muchachos de la banda, estaban aburridos porque mis arreglos para un tema de salsa sonaban a bachata. Todo el mundo pedía mi cabeza, porque el tiempo vencía y la cantante principal comenzaba a barajar los nombres de otros arreglistas. Nada halagüeño para quien vive de esto y no tiene demasiados chivos como para darse el lujo de rechazar un trabajo de esta considerable remuneración económica.

La gente que vive de la música no solo de ella alimenta el alma. También hay que pagar los servicios básicos, de vivienda y comida. Hay un orbe demasiado irreal para quienes padecemos de irrealidad. Pero ese día en que las siete notas musicales no ataba un acorde, Rubens vino al rescate como llamado por los elementos.

Cómo no volver a esa mañana y verlo aparecer por la puerta con la frescura de un clavel en primavera. Es como verlo una vez más parado tan alto cual era, peinado con raya al centro, el cabello largo y liso que descansaba en sus hombros prominentes. Portaba un polo interior y la camisa abierta afuera. No sé si quería ser casual o así se vestía, pero sus jeans eran de un horror integral. Lucían totalmente desgarrados, pero más parecían de viejos que por modelo original. Calzaba unos botines cortos negros, tipo español. Y claro, llamaba la atención porque su aspecto no tenía nada de común con los peruanos de pie, que a leguas se nota la diferencia.

Apareció preguntando por el dueño del local, anunciando que traía una propuesta musical innovadora. Los muchachos de la orquesta y yo nos quedamos mirándolo como un bicho raro. Y yo fui la primera en acercarme e informarle que el dueño del establecimiento no se encontraba en ese momento. Pero que podía volver por la noche, de seguro ahí si podría hablar con el dueño. Entendió el mensaje y justo cuando iba a retirarse giró sobre sus talones mirando a los muchachos de mi orquesta. Ellos le devolvieron la mirada como preguntándose y qué quiere este desconocido. Enseguida aclaró que desde afuera había estado escuchando los arreglos de una canción que merecía mayor sabor, y con atrevimiento me preguntó:

―¿No ha pensado en que los vientos están muy bajos?

Refiriéndose claramente a que las trompetas y saxo debían subir tono y medio para enfatizar los agudos y coincidir con la tesitura de la canción cantada por la salsera de moda. Escucharlo tradujo el disgusto inmediato de los muchachos de la banda. Nadie quería perderse el dinerito prometido por ese trabajo. De inmediato, todos los ojos acusadores me enfocaron con amargura. Los más quimbosos, esos rumberos que viven reventando el cuero de las gemelas, protestaron alzando los brazos. Entonces Rubens, viendo la rebelión en ciernes volvió afirmar levantando la voz:

―¿Por qué no le sube tono y medio a los vientos?

El pianista y yo respondimos en el acto

―¡Porque la vocalista no alcanza esos tonos!

Le alcancé la partitura del tema. Enseguida leyó el documento y comenzó a interpretarla en voz baja, como quien repasa para sí mismo la melodía. Lo hizo con aspecto de un estudiante aplicado concentrándose en lo que hacía. Fue entonces que vi la pausa que no había visto antes. La vocalista no necesitaría llegar a la nota más alta del tema si hacía esta pequeña trampita. Le indiqué afanada al cubano baterista que haga la letra empleando la tesitura de la cantante. El moreno de hombros angostos y ojos saltones obedeció y se dieron cuenta que en la pausa estaba el éxito. A veces en las carreras de autos los bólidos deben saber cuando parar. Lo mismo ocurría con esta canción, necesitaba un alto.

Recuerdo que Rubens sonrió y les estrechó la mano a mis muchachos de la banda, agradados con su sugerencia. Los cachetones de los vientos se pusieron en lo pedido y arrancaron a tocar un tono mas alto como deseando confirmar la armonía en la pausa. De repente una lluvia de palmadas en la espalda saludó su labor. Había dado en el clavo. De un minuto al siguiente, pasó del tipo de total desconocido a maestro arreglista. Los curiosos acercándose querían saber donde obtuvo su formación académica, y no demoró en informarnos que su profesionalismo se pulió en el Conservatorio Nacional de Cuba. Como era bien sabido, siete de cada diez cubanos dirigen su vida a la música, abrazan la carrera con alma y corazón. Entendiendo que en simultáneo un músico obtiene su pasaporte a la libertad. Sus padres eran cubanos, pero tenían el triunfo personal de haber recorrido gran parte del mundo como directores de orquesta. En consecuencia, lo único que hacía Rubens era recoger la huella del talento.

Fue emocionante verlo tomar mis partituras sacar el plumón del bolsillo y darle un giro como se hacía con los textos de una redacción periodística. En él hallé una naturalidad tan innata que me dejaba pasmada. Tras aquel espontáneo ejercicio de sabiduría y buen gusto, me propuso pasear por el centro de la ciudad. Pero como buen músico le llamó la atención la cartelera del Teatro Municipal. Anunciaban la participación de la Filarmónica de Rusia. Más de cuarenta profesionales en escena consagraba todo un récord en la ciudad capital, y perdérselo siendo músico lo consideraba un pecado.

Rubens ni siquiera lo pensó, del modo que lo hace un autómata, metió la mano en el bolsillo y se dirigió a la boletería. No pasaron diez minutos y retornó mostrando los tickets. Nunca me preguntó si quería quedarme al concierto. Total, creo que tenía por descontado que una guitarrista jamás recusaría una invitación de ese calibre.

Aún me queda la sensación primigenia que casi me hace saltar del asiento. La invasión de su mano gigante buscando la mía. El llamado de su piel pidiendo amparo. Recuerdo que se justificó afirmando que le gustaba sumergirse en los conciertos de la mano de una mujer sensible. A mí, en realidad, me dejó perpleja porque me di cuenta que sus sentimientos eran de una transparencia abierta. Él pudo advertir esa cualidad en mí y afinarse de inmediato a mi forma de ser. Por cuanto, enamorarse de él era una cuestión de minutos.

El enigma inicial de su contacto me llenó de asombro y de un temblor en el tacto que hasta ahora mi piel lo siente. Sus cejas pobladas y la visión de unos ojos aceituna y una nariz aguileña le otorgaban un aire más bien morisco. No parecía cubano. Pero el habla más que el comportamiento lo confirmaban. Tenía un acento sutil. Tal vez no muy enfático como el resto de sus coterráneos. Me encantó ir conversando con él mientras el concierto de la filarmónica se desarrollaba. Rubens, con un don especial, podía distinguir imperceptibles fallas al oído común de los ejecutantes.

Yo, en cambio seguía, cada señal de inflexión señalando el error del clarinete o el fagot. Aún me parece sensacional la forma en que cerraba los ojos y llevaba el pulgar y el meñique a ambas partes de la cara, como reposando el rostro en la mano. Evidentemente percibí que era su forma de oír e involucrarse con el concierto. Lo curioso de este ejercicio aún me da vueltas en la cabeza. Él establecía un nexo que según entiendo partía desde el corazón hacia el resto del cuerpo. Yo observé aquella noche a un Rubens sumido en el espíritu del concierto.

No solo lo miraba. Me quedé quieta intentando descifrar qué imágenes estarían detrás de sus ojos. Para mí fue como verlo en un ritual comprometido hasta los huesos. Esa noche, ni bien acabó el concierto de la filarmónica, salimos a caminar sin rumbo fijo. Me acuerdo que me tomó de la mano saliendo a la calzada. No pude negarme porque toda mi anatomía me gritaba que no lo deje escapar. En un momento determinado, ambos distinguimos con agrado una luz que alumbraba desde el césped a la copa de un árbol. El lugar se veía hermoso y fuimos tomados de la mano hacia allí. Le propuse abrazar el tronco y terminó abrazándome a mí. Nos dimos un par de besos con un dulce especial sin premuras y le tomé esta foto que ahora admiro como un obsequio del cielo.

Baúl, viejo amigo mío, quédate aquí para que el que venga después de mí tenga la posibilidad de vivir a través de ti, como hoy lo haces por mí.


Este texto fue seleccionado de entre los que participaron en la Convocatoria que la revista gAZeta abriera en febrero de 2020. La selección estuvo a cargo de Ana María Rodas, Andrea Cabarrús, Antonio Móbil, Carlos Gerardo, Diana Morales, Eynard Menéndez, Gustavo Bracamonte, Jaime Barrios, Leonardo Rossiello, Luis Eduardo Rivera, Manuel Rodas, Marco Valerio Reyes, Marcos Gutierrez, Marian Godínez, Monica Albizúrez, Roberto Cifuentes, Rómulo Mar, Ruth Vaides y Tania Hernández, a quienes agradecemos enormemente su apoyo y dedicación en este proyecto.

Maritza Sara Luza Castillo

Periodista profesional egresada de la Universidad Jaime Bausate y Mesa. Sus obras aparecen en varias antologías y ha recibido diversos premios literarios.

8 Commentarios

Tess Lorente 17/10/2020

Empieza el relato con el ritmo y la emoción de un poema para luego transportarnos con su narrativa a un escenario y a la descripción de unos personajes maravillosos.
La suavidad y dulzura con la que transmite las emociones hace que el lector se pasee por el texto saboreando cada sensación.
Felicidades autora, una delicia leerte.

JemmaDespistada 20/08/2020

Impresiona esta historia, que destila sensibilidad. La fascinante musicalidad del lenguaje y el ritmo narrativo hurgan en el alma del lector, como él mismo es invitado a asomarse a ese baúl de sentimientos y emociones. Exquisita simbiosis rodeada de una atmósfera mágica.

Lulú 13/08/2020

Bellísimo. Sutil y lleno de un lenguaje mágico que te transporta… Ese baúl nos transporta a ese momento en que vibra la música y el amor…

Maria Elena Rangel 13/08/2020

¡Hermoso!!! Me encantó este relato. Una expresión de sensibilidad. Felicidades…

María del carmen 12/08/2020

Magnífica narrativa, sensible e ilustrativa que te lleva al fondo de un sentimiento puro. Enhorabuena a la autora Martiza Sara Luza por este hermoso relato.

Mena D'Errico 12/08/2020

Una captura de Los sentimientos mas profundos a travers de las palabras ,leves como caricias del viento y impactante como.la fuerza del amor .

MARIA LUISA CENDROS 11/08/2020

Wuaoooooooooooooooooooo!!! tu narracion me transporta me siento coprotagonista de esta apasionante aventura, donde se abren las puertas de lo irreal, lo idilico, la magia impregna el ambiente con notas genuinas de una belleza indescriptible llenas sensualidad, una vivencia eterna que queda grabada en el alma.

Nataly 10/08/2020

Excelente narrativa,logra transmitir las sensaciones de los involucrados ,dejando un maravilloso sabor de boca,un placer leer.Felicidades

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