-Carmelo Urso | NARRATIVA–
Este cuento me lo solía contar mi abuela. Y yo lo recuento tal como lo recuerdo.
Había una vez en los campos del Oriente un hombre tan vago, tan flojo, tan
perezoso que pidió ser enterrado en vida.
En tal sentido, los familiares, que ya no soportaban los excesos de su holganza, realizaron todos los trámites funerarios, religiosos, civiles y administrativos para proceder a su inhumación.
El muerto en vida recibió la extremaunción en su cama, mientras veía con desgano una película de vampiros en la televisión.
El cadáver viviente fue velado en la destartalada funeraria del caserío, mientras bostezaba y se desperezaba en su cómodo y amplio ataúd de caoba.
El holgazán insepulto contemplaba, con tedio infinito, el masivo cortejo fúnebre que había convocado a la totalidad de los habitantes del pueblo.
Entonces, una cocinera tuvo piedad del haragán. Se acercó y le dijo:
– Amigo, detén esta insensatez. ¿Te vas a dejar enterrar vivo? Mira, he preparado un lechón asado que va a estar de rechupete. Ven conmigo y nos lo comeremos acompañados de un buen vino.
– ¿El lechón ya está listo? –preguntó el apático interpelado.
– No, aún está en el horno. Pero apenas le falta media hora de cocción…
– ¿Tengo que esperar media hora? Qué fastidio. Es demasiado tiempo. Lo siento, amiga cocinera. Deje así. No funciona para mí. Mejor que siga el entierro…
Entonces, un panadero tuvo piedad del holgazán y le dijo:
– Joven, esto es absurdo. Usted está en la flor de la edad. Pare este espectáculo. Venga conmigo. Tengo un rico pan de centeno recién horneado.
– ¿El pan está listo? –preguntó el gandul.
– ¡Claro que sí! –respondió el panadero.
– ¿Y el pan es de concha dura o de concha blanda?
– Es un pan negro de concha dura. Y de la mejor calidad, joven.
– ¿Negro? ¿De concha dura? A mí no me gusta el sabor del pan negro. Y el pan de concha dura es malísimo para mis dientes. Me hace sangrar las encías. Qué va, amigo panadero. Deje así. No funciona para mí. Que siga el entierro…
Al final de la tarde, la voluntad del indolente fue cumplida: fue enterrado en vida. Poco después de inhumado, dejó de respirar y por las inmediaciones de su tumba su alma empezó a vagar.
Entonces, un Ángel del Señor tuvo piedad y se acercó al holgazán.
– Tan vago eras en el plano terrenal que no tenías energía para cometer ni un pecado venial. Así, a pesar de haber cometido suicidio, que es absurdo pecado mortal, el Altísimo te invita a que me acompañes al Cielo.
– ¿Y el Cielo queda muy lejos?
– Un poco. Tal vez nos tome una hora llegar al Magnificente Trono del Creador de todos los Universos.
– ¿Una hora? Guaaao, eso sí está lejos. Ángel, esa es demasiada distancia para mí. Además, siempre tuve miedo a las alturas. Mejor me quedo aquí.
– La verdad es que no te puedo obligar a ir al Cielo. Tampoco te puedo mandar al Infierno: no tengo suficientes cargos contra ti. Ni siquiera tienes suficientes pecados como para ir al Purgatorio. ¿Y qué vas a hacer aquí? ¡Aquí no hay nada que hacer!
– Lo cual es perfecto para mí, señor Ángel. En el plano terrenal nada me gustaba hacer: ni malo ni bueno… Como ahora vivo en el plano espiritual, el sol no me quema, la lluvia no me moja, el frío no me aflige y el calor no me abochorna. ¡Lo cual es excelente! No tengo necesidades: no me afectan ni el hambre, ni la sed, ni las ganas de orinar, ni la urgencia de evacuar. Aquí nadie me va a exigir que vaya a orar, a estudiar o trabajar. Tengo toda la eternidad para vagar y descansar. Y por esas y otras muchas razones, el Cielo por mí se puede esperar…
Este texto fue seleccionado de entre los que participaron en la Convocatoria que la revista gAZeta abriera en febrero de 2020. La selección estuvo a cargo de Ana María Rodas, Andrea Cabarrús, Antonio Móbil, Carlos Gerardo, Diana Morales, Eynard Menéndez, Gustavo Bracamonte, Jaime Barrios, Leonardo Rossiello, Luis Eduardo Rivera, Manuel Rodas, Marco Valerio Reyes, Marcos Gutierrez, Marian Godínez, Monica Albizúrez, Roberto Cifuentes, Rómulo Mar, Ruth Vaides y Tania Hernández, a quienes agradecemos enormemente su apoyo y dedicación en este proyecto.
Carmelo Urso

Es comunicador social egresado de la UCV (1992). En materia periodística, ha sido acreedor de los premios municipales de Chacao (2000) y Vargas (2001), así como del Premio Nacional Aquiles Nazoa (2009). En el área literaria, ha sido finalista y ganador de varios concursos. En 2017 su libro La bendición de Simurgh ganó el Premio Nacional de Literatura Stefanía Mosca (Venezuela). Ha realizado posgrados en Promoción de la Lectura y la Escritura (UCAB), Gestión Cultural (Instituto Ortega y Gasset, Argentina) y Componente Docente (UCSAR). Creador de la página de microliteratura https://solo50.wordpress.com.
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