Carlos Enrique Fuentes Sánchez | Política y sociedad / EL EDUCADOR
El título de esta columna es una expresión común entre los hombres para referirse a una mujer muy hermosa, vista desde la óptica de la belleza occidental. Dicha expresión se refiere a aquellas mujeres altas, con un bello rostro enmarcado en un cabello bien cuidado y peinado, con senos medianos, cintura pequeña, glúteos sobresalientes, y muslos y piernas bien formados. Aquellas mujeres, dicen algunos hombres, que quitan el aliento, que los dejan abobados y a quienes muchos no pueden aspirar, pero que no por ello dejan de piropear, incluso, con expresiones abusivas o miradas lascivas.
Lo anterior deja ver que, a pesar de haberse concebido hace más de 100 años y más de 40 años de haberse designado el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el machismo persiste y continúa haciendo daño a la mujer y a la sociedad en todo el mundo, sin ser Guatemala la excepción. Aquí se tiene todo tipo de hombre: el soltero mujeriego, el casado desleal, el conquistador discreto, el «luz de la calle y oscuridad de su casa», el descarado, el enfermo mental con desviaciones leves o fuertes, etcétera. Y, tanto en la calle como en el hogar, se tiene el hombre agresor verbal, psicológico y físico contra la mujer.
Las cosas no han cambiado mucho desde que se empezó a velar por los derechos de la mujer trabajadora. Explotada en el hogar con casi 20 horas de trabajo diario y sin recibir remuneración alguna; maltratada y humillada por el esposo o conviviente. Explotada en el trabajo formal (maquila, empresa, agroindustria, etcétera), todavía tiene que cubrir las exigencias del hogar en sus horas «libres». Discriminada en las empresas privadas por ser mujer y tener el derecho de ser madre. Con salarios menores que los hombres en el campo, a pesar de desarrollar igual o superior trabajo.
Obligada a dejarse poseer sexualmente en la posición que el hombre desee; a tener los hijos que el marido quiera «hasta encontrar el varoncito» o porque «así lo manda Dios», según el pastor o el sacerdote. Comiendo menos y trabajando más, «estirando» el magro gasto que el marido le da, haciendo comida, lavando la ropa del marido y de los hijos, aún mayores, e incluso lavando ropa ajena. Una mujer que, aunque sea una profesional universitaria, todavía tiene que atender las demandas de un marido posesivo, celoso y agresor, y sin atreverse a exigir sus derechos como mujer.
Obligada también a vestirse «decentemente» para que los hombres no le «digan cosas» ni se sientan estimulados a desearla sexualmente, o porque «es pecado». Angustiada porque «mareros» o delincuentes de cuello blanco pueden acosarla y violarla, asesinarla o descuartizada, u obligada, por su novio, marido o esposo, a delinquir de varias formas. Niñas maltratadas en familia que, enviadas a hogares «seguros», van a caer a las garras de otros delincuentes institucionalizados, o terminan asesinadas por el mismo Estado.
Ese es el panorama actual de Guatemala y otros países. Pero, a pesar de ser tan negro, se sigue teniendo la esperanza de alcanzar una mejor vida para mujeres y niñas. Por ello, el tema para el Día Internacional de la Mujer, para este año, es «Pensemos en igualdad, construyamos con inteligencia, innovemos para el cambio», que, a decir de la ONU, «se centra en las formas innovadoras en las que podemos abogar por la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres».
Lo anterior obliga al Gobierno guatemalteco, pero también a la sociedad, a cumplir los Objetivos para el Desarrollo Sostenible –ODS– que, además de obligar a los gobiernos a velar porque todos los niños y niñas tengan acceso y finalicen la educación preprimaria, primaria y secundaria de calidad, que sea gratuita y produzca resultados eficaces, también lo obliga a poner fin a toda forma de discriminación y violencia contra las mujeres y las niñas, en los ámbitos público y privados, evitando, además, la trata, la explotación sexual, los matrimonios infantiles y forzados y la mutilación genital femenina.
¿Están los guatemaltecos preparados para alcanzar tales objetivos? ¿Podrán la familia; la escuela en todos sus niveles; las iglesias cristianas; las instituciones del Estado coadyuvar a alcanzar tales objetivos? Y más que estar preparados o capacitados, ¿tendrán voluntad los ciudadanos y el Estado guatemalteco de querer alcanzar tales objetivos? ¿Habrá personas, organizaciones o instituciones que luchen por lograr «formas innovadoras en las que se pueda abogar por la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres»? ¿Cuántos años y cuántos esfuerzos más se necesitarán para ello?
Mientras ello sucede, para todas las mujeres guatemaltecas: ¡FELIZ DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA!
Carlos Enrique Fuentes Sánchez

Pedagogo y Educador, con 40 años de experiencia docente en los diferentes niveles del Sistema Educativo nacional; surgido de los barrios pobres de la Capital pero formado en diferentes departamentos de la republica. participante y decisor en procesos y redacción de documentos de trascendencia en la educación nacional en los últimos años. Asqueado de la historia de injusticia social que vive Guatemala desde la invasión Española, así como de la historia de masacres y crímenes políticos sufridos por la población, aspira a una Guatemala diferente, justa, democrática y humana, a la cual se pueda llegar por medio de una educación popular y revolucionaria, para todos y todas.
Correo: cfuentes3151@gmail.com
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