Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
La movilización del 2015, aunque fuera provocada y descansó en la indignación clasemediera contra el «malo de la película» de turno sin ir más lejos (renuncia de la pareja «satánica» de presidente y vice, sin apuntar a las razones estructurales de fondo), abrió nuevas posibilidades.
Aunque las marchas sabatinas obedecieran a una manipulación fríamente pensada, abrieron también escenarios novedosos. En medio de esas protestas anticorrupción había voces que pedían ir más allá: terminar con el sistema político corrupto, atacar no solo a La Línea-1, sino a sus verdaderos beneficiarios: la clase empresarial, los corruptores. Se habló de Asamblea Constituyente.
Las aguas siguieron borrascosas. En realidad, nunca dejaron de estar agitadas, pese a la «lavada de cara» que se pretende con este combate contra la corrupción. Los motivos por los que históricamente la población rural protesta –por ejemplo: la lucha contra las mineras–, no desaparecieron. Más aún: los motivos profundos que encendieron la guerra interna, no desaparecieron.
El descontento que salió a la calle en la ciudad capital, y luego en muchas cabeceras departamentales, no pudo pasar a más, pues no había fuerzas alternativas de izquierda reconocidas ampliamente que puedan liderar ese malestar.
De todos modos, aunque no hubo propuestas concretas que lograran movilizar a toda la población yendo más allá de las vuvuzelas y el himno nacional, se fueron abriendo escenarios nuevos. Las protestas históricas (por tierra, por mejoras salariales, por dignificación de las condiciones de vida, contra el patriarcado, la lucha contra el racismo) pueden articularse con este descontento urbano, donde confluye de todo un poco, hasta incluso jóvenes de universidades privadas. Quizá sea ampuloso llamarlo «despertar ciudadano»; pero, sin dudas, hay nuevas posibilidades abiertas.
La población ha perdido el miedo. Eso es sumamente importante, marca un cambio. Guatemala, no hay que confundirse, sigue siendo un país tremendamente injusto, desigual, con profundos problemas que se arrastran desde siglos. Eso no cambió, ni puede cambiar, porque una fiscal general (respondiendo a una estrategia marcada por Washington) o una instancia internacional como la Cicig investiguen unos cuantos ilícitos. No se puede negar que estos nuevos aires anticorrupción que ahora corren constituyen un cambio en lo profundo, son alentadores. Representan, por supuesto, una buena noticia. Pero lo esperanzador que se nos abre en estos momentos es la rebeldía, el inconformismo, la pérdida de la apatía que comienzan a darse. Ahí está el germen de un auténtico cambio. Lo importante, en ese sentido, es lograr que el calor del 2015 se transforme en otra cosa. Y hoy, 2018, así pareciera.
La clase dirigente, reunida en el llamado Pacto de Corruptos (empresariado, terratenientes, clase política mafiosa que le hace «los mandados», nuevos empresarios ligados a negocios ilícitos como la narcoactividad o el contrabando, militares, todos aquellos que se beneficiaron del Estado contrainsurgente y sus ramificaciones que aún persisten, y del que siguen medrando), en este momento se ve algo molesta, nerviosa, quizá desesperada. Le preocupan dos cosas: 1) las movilizaciones populares que siguieron adelante, aunque sin tanta pompa mediática, y 2) el avance de las investigaciones que siguieron impulsando el Ministerio Público y la Cicig (con anuencia de Washington).
Ante lo primero, la respuesta fue contundente. Con la llegada del nuevo ministro de Gobernación se vio un cambio hacia posiciones abiertamente contrainsurgentes, típicas de la guerra pasada: asesinatos impunes de dirigentes populares (ya van 18 en el año, todos silenciados). Ante la investigación anticorrupción: se cierran filas contra la Cicig.
No está claro qué papel seguirá jugando Estados Unidos en esto; de momento pareciera avalar el Pacto de Corruptos, teniendo a Guatemala como aliada. Como sea, no importa: sigue habiendo mucho por qué protestar:
- El sistema electoral sigue regido por una Ley que permite y fomenta la corrupción.
- La corrupción sigue siendo un mal endémico en la estructura, que no desaparece porque algunas funcionarios hoy estén presos (la Línea-2 sigue existiendo, no olvidarlo).
- La impunidad es común en el ejercicio de cualquier forma de poder.
- La pobreza del 60 % de la población que sobrevive con 2 dólares diarios no ha terminado.
- El salario básico –que cobra menos de la mitad de los trabajadores en relación de dependencia– cubre solo un tercio de la canasta básica.
- El Estado sigue teniendo la segunda carga fiscal más baja del continente americano (los que deben pagar más impuestos, evaden).
- La tierra cultivable continúa monopolizada por un pequeño grupo de propietarios, mientras la gran mayoría de campesinos no tiene tierra o tiene parcelas minúsculas para la magra subsistencia.
- Los servicios públicos siguen siendo deficientes.
- La empresa privada, más allá de su preconizada eficiencia, es eficiente para ganar dinero, sin reparar en explotación y costos ambientales.
- El racismo visceral que marca toda la historia no ha desaparecido.
- El machismo patriarcal, que es una cultura metida a sangre y fuego, aún persiste casi intocable (lo mostró la respuesta al aborto).
- La población desesperada sigue saliendo en masa (huyendo) como inmigrante irregular buscando el sueño americano.
- A la población se la sigue engañando continuamente con sucesivos y nuevos espejitos de colores.
En otros términos: sobran motivos por los que seguir en pie de lucha. Por tanto: ¡que la calle no calle!
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
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