Pues si… la guerra continúa

Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL

Hace casi 22 años fuimos testigos de uno de los actos políticos más importantes de nuestra historia, el cual fue bautizado como «firma de la Paz Firme y Duradera». En ese entonces, soñábamos que de esa manera se cerraba una larguísima página de dolor y muerte que había devastado al país por más de tres décadas. Lo más importante era que así se abrían las puertas para que nuestros niños tuvieran el país y la esperanza que se le había negado a las generaciones que les precedieron.

Pero se trataba tan solo de un mal sueño. Aquellos niños son los jóvenes de hoy, y el país y la esperanza jamás aparecieron. La paz, apenas meses después de firmarse, fue arteramente secuestrada por sus propios promotores y anularon así toda posibilidad de cristalizar sus propuestas.

Unos secuestraron la paz cuando fueron incapaces de asumir la responsabilidad que se les exigía al pasar de la clandestinidad militar a la legalidad política y construir la opción revolucionaria que decían representar. Y los otros la secuestraron porque les convenía erradicar del territorio la sombra del conflicto armado, para abrirle las puertas de par en par a la inversión extranjera, ahora representada en forma de feroces políticas neoliberales.

Sin embargo, también había otros actores escondidos, para quienes la guerra era un negocio productivo y por nada estaban dispuestos a renunciar a los beneficios que nunca les daría una Guatemala en paz. Algunos de ellos se aliaron a las formas más funestas de criminalidad organizada, mientras otros permanecieron agazapados, incubando el odio desde la cátedra o desde columnas de opinión, a la espera del momento de volver a mostrar uñas y dientes.

Ellos jamás lograron superar la cortedad de las visiones ultraconservadoras, se aferraron todo el tiempo a la idea de que un día resurgiría aquel ejército fuerte, violento y asesino, y entonces sería el momento de retomar la acción.

¡Y ese momento llegó! En poco tiempo lograron que en esta Guatemala de la eterna polarización se volvieran a abrir las heridas mediante el artificio del resurgir de un enfrentamiento ideológico, solo que ahora no giraría alrededor de la lucha de clases sino de temas inmediatos, como la lucha contra la corrupción y la impunidad, por ejemplo.

Y lo peor es que unos y otros coincidieron en la trampa de desempolvar viejas rencillas. La ultraizquierda, ante la incapacidad histórica de alcanzar el poder por la vía electoral y ante la imposibilidad de construir un nuevo argumentario que la relanzara como opción política no simbólica, terminó alineándose con la Cicig y demás parafernalia anticorrupción.

El problema es que ha renegado de su tradición humanista al aupar todo lo que hace dicha Comisión, porque ha pasado por alto posibles violaciones a los derechos humanos que la misma ha propiciado durante el encausamiento de los sindicados y ante lo cual manifiesta un politiquero silencio cómplice.

Y la ultraderecha, por su parte, herida por la persecución penal emprendida contra algunos de sus cuadros orgánicos e, igualmente, acicateada por su histórico fracaso, vio en la batalla «anti-anticorrupción», su gran oportunidad de reinventarse, pero sin abandonar la esencia del viejo discurso emelenista-retrógrado (perdón por el pleonasmo).

Y entonces, henos aquí a los ciudadanos, inmersos en una nueva guerra, que no se libra en las montañas al norte de Chajul o en el Ixcán Grande, como en los ochenta. Ahora es por Twitter o Facebook, donde un infame post puede resultar más mortífero que un arma de fuego, por la inclinación que tenemos los guatemaltecos de adherirnos y viralizar cualquier mensaje denigrante hacia cualquiera que califique como «enemigo».

Así es como se le ha vendido a los incautos chapines la existencia de una «agenda global» diseñada por la ONU, cuyo perverso contenido busca facilitar el acceso al poder de la izquierda criolla e iniciar un proceso de construcción del socialismo hasta convertir a Guatemala en una Venezuela, Cuba o Nicaragua, obviando que durante más de cinco décadas ellos fueron culpables de construir un país muy parecido pero a Haití, Liberia o Burundi.

Bienvenidos entonces, a nuestra guerra de cuarta generación, versión 3.0. Esta vez nadie se salva: ni la institucionalidad, ni la gobernanza, ni los líderes políticos o los caciques empresariales. Todo, absolutamente todo, sea entidad, norma jurídica o individuo es susceptible de ser descalificado, defenestrado y arrastrado por la élite de pensamiento más rupestre de nuestra historia.

Así que el sueño que alentaba aquella paz «firme y duradera» no pasó de ser un mero acto de onanismo pasajero, y la radicalización política que hoy sufrimos, no es sino la continuación de la guerra por otros medios –tal como lo explicara Carl von Clausewitz–, por lo que resulta imposible creer en los llamados hacia nuevos esfuerzos en pro de la distensión.

Esta es la Guatemala que en realidad le hemos heredado a aquellos niños nacidos al final del siglo XX. Nada de proyectos de nación, adiós esperanzas de reconciliación, cero desarrollo social y visión de futuro. ¡Bienvenidos todos a una nueva guerra!


Imagen tomada de Cadena Nacional.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

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