Psicología social: ¿conservadora o transformadora?

Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…

La psicología social se ocupa de los fenómenos colectivos, masivos. Por ejemplo: moda, publicidad, dinámicas comunitarias. Eso no necesariamente comporta un posicionamiento político de izquierda, alternativo, contestatario para con el sistema. ¿Por qué habría de hacerlo? Quienes más han desarrollado las técnicas de manejo de poblaciones (lo cual abre la pregunta sobre si eso es efectivamente un saber científico o una mera tecnología de manipulación) son los que también se llaman psicólogos sociales, y defienden a muerte la organicidad del sistema, la empresa privada, la llamada gobernabilidad.

«¿Se puede hacer psicología social en una colonia lujosa?», se le preguntó a una estudiante; «¡por supuesto que no!» fue la tajante respuesta. El hecho de ser «social» no está dado por su ubicación geográfica, por el entorno físico donde se desenvuelve, sino por su contenido, por el efecto que logra. ¿Psicólogo social es el que va al barrio humilde? Hay un prejuicio que une psicología social con práctica en las comunidades. ¿Se es psicólogo social porque se trabaja en una comunidad y se tiene un posicionamiento político «comprometido»? Asistimos allí a una falacia que debe problematizarse. Un psicólogo en su consultorio, o en una empresa ¿acaso no es político? Todo práctica, donde sea, es siempre político-ideológica.

Menudo problema, o menudo prejuicio. Es Psicología social por el impacto logrado, pues trabaja sobre colectivos, sobre grandes multitudes incluso, obteniendo resultados palpables con esos grupos, con esas masas. Pero quienes obtienen esos resultados son, antes bien, las técnicas de manipulación, la psicología de la publicidad, de la propaganda política, los hacedores de imagen, los vendedores de fantasías mediáticas. Esos abordajes sociales tienen un indudable poder de convicción, logran efectos sociales. ¿Esa es la psicología social que buscamos?

Ante ello cabe preguntarse si es posible otra forma de hacer psicología social. Y así puede llegarse a la confusión / prejuicio mencionado: el carácter «social» de la práctica estaría dado, supuestamente, por un posicionamiento ideológico de opción por los sectores vulnerables, excluidos, golpeados. Es decir: aquellos que no se encontrarán en las «colonias lujosas». Por tanto, psicología social sería un proyecto de trabajo con los más desposeídos. Eso implicaría, casi forzosamente, llegar donde están esas poblaciones; es decir: las comunidades populares (urbanas y rurales).

Pero no hay Psicología que no sea social. No existe la psicología «individual» de un sujeto aislado. Siempre, por fuerza, lo humano es eminentemente social.

En nuestras latitudes latinoamericanas tenemos algunos grandes referentes de la psicología social, como Ignacio Martín-Baró o Maritza Montero. Aunque no caben dudas de que, si alguien sabe del asunto, son los estadounidenses. Podremos no compartir el uso que se le da a ese saber, por cuanto se pone el conocimiento al servicio de un proyecto de dominación. Lo que no podemos dejar de reconocer es que ¡lo hacen bien!

¿Por qué tomamos Coca-Cola si no fuera así? ¿Simplemente «porque nos gusta»? Piense el lector en algunas marcas de productos mundialmente conocidos (de refrescos, de comida rápida, de gasolina, de cigarros, etcétera). En todos ellos se repiten siempre los mismos colores: blanco, amarillo y rojo. Bien estructurado, ¿verdad? Sin necesidad de leer, el solo hecho de ver un logo y esos colores distintivos nos fuerza a «decidir» su consumo. ¡Eso es psicología social! O, al menos, es una forma de hacerla, con resultados evidentes. ¿Manejo de la masa? ¡Obviamente!

Podemos estar en absoluto desacuerdo con ello; podemos y debemos luchar denodadamente contra esa manipulación, pero tenemos que partir por reconocer que esa práctica existe, está bien hecha en términos técnicos y -esto quizá es lo más importante- consigue resultados.

«En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón», se expresaba sin tapujos Zbigniew Brzezinsky, gran ideólogo de la derecha estadounidense. En otros términos: manejar, manipular a la población. Para eso existe la psicología social hecha en el norte. Y que manipulan… ¡no caben dudas!

Para demostrarlo podemos tomar lo acontecido en 2015 con las movilizaciones en Guatemala. Sin quitarle importancia al descontento popular, real y espontáneo, que fue creciendo entre las miles y miles de personas que salieron a protestar, puede verse también una agenda oculta. Ese proyecto, bien presentado, responde a una estrategia política de dominación, muy bien hecho, y con resultados incuestionables. La pregunta que debe guiarnos en este análisis es: ¿fueron efectivamente las movilizaciones sabatinas las que sacaron del poder al binomio presidencial, o había allí otro plan, psicología social -de cuño norteamericano- mediante?

Si es cierto que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y del reemplazo de una por otra a través de los siglos por medio de profundas transformaciones políticas, la pregunta se dirige hacia qué papel puede -¿o debe?- jugar la Psicología en esa dinámica. ¿Está al servicio del mantenimiento de la situación dada (posición conservadora), o de su transformación (posición revolucionaria)? O más aún: ¿es la Psicología la que debe contribuir al cambio social, o eso es una práctica política? La pregunta -o el problema- se plantea en torno a si puede la ciencia psicológica contribuir a ese cambio.


Imagen principal tomada de Psicologíame después.

Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.

Algunas preguntas…

Correo: mmcolussi@gmail.com

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