Prólogo a Testigos del tiempo, archivo y derechos humanos

Carlos Martín Beristain | PUERTAS ABIERTAS

Llega con su saludo chapín, que golpea la palma antes del abrazo de los dedos, y sus papeles en la otra mano y su lápiz en la boca. Se lo quita para hacer una pregunta.
– Mirá vos, tengo una duda. A este señor le cortaron las orejas antes de matarlo. ¿Cómo se llama eso, mutilación o arrancamiento de piel y faneras?
Y yo me quedo en silencio, aunque no estoy pensando en la pregunta, estoy pensando en el señor.
Al rato respondo:
-Mutilación.
-Gracias vos- dice Rodrigo y se va.
Rodrigo ha escuchado cientos y cientos de horas de horrores y por los oídos se ha hecho mayor en estos meses, aunque él solo tiene veinte años. Después, le digo a Roberto, que ha sido testigo de la escena: -Tal vez decir mutilación es lo único que podemos hacer por ese hombre. Entonces es él el que se queda en silencio.

(Codificando testimonios de víctimas, para el informe Guatemala Nunca Más).

I

Todo lo que puede leerse en las páginas de esta colección de tesis nació de una negación. Nada existía porque las cloacas del sistema, donde el terror se convierte en cotidiano, son clandestinas. Hay pasillos por los que la gente viene y va. Redes de informantes. Informes escritos a máquina en los que no se encuentra un error de tipografía. Todo es pulcro en la forma, como los pantalones de raya planchada y zapatos lustrados de quien dirige la tortura. Nadie podía preguntar, aunque todos sabían. Los sistemas represivos necesitan control a escala milimétrica, con todos los detalles. Los archivos son los depósitos de estos sistemas.

Los registros de incidencias, constituyen el lenguaje de la burocracia. En el archivo del PCCMI, un centro clandestino del régimen marroquí en el Sahara, se consignaban los detalles más cotidianos: se fue la luz entre las 20h25 y las 20h35. Y los jefes de celda y del centro firmaban el acta del día cada media hora. Pero el régimen siempre negó que ese centro existiera y que la política de desaparecer fuera sistemática. El Archivo del Terror en Paraguay fue descubierto en 1993, cuando iba a ser destruido. Los represores que tienen todo guardado mientras actúan para poder tener el control, tratan de deshacerse de las pruebas cuando ya no sirven ni para el chantaje. El lenguaje de la burocracia incluía unas carpetas en las que los desaparecidos se llamaban empaquetados. Los libros de registro de La Técnica, como se llamaba uno de esos centros en Paraguay, parecen libros de contabilidad de las antiguas ferreterías. A veces, en el cambio de turno, desaparecían algunos nombres de la lista. Detalles imperceptibles, eran vidas quebradas.

II

En el caso de Guatemala, también el descubrimiento del archivo de la Policía Nacional en 2005 fue casual. Unas armas que estallaron en una sede militar, delataron que había puertas que escondían las historias negadas del sistema. Antes habían aparecido algunos pedazos arrancados al tiempo. En 1999, el descubrimiento del Diario Militar dio detalles de 186 fichas de personas, militantes de organizaciones políticas y la guerrilla, que habían sido desaparecidas. Foto. Lugar de detención. Datos personales. Alias. Fecha de captura. Ficha final. Los represores también ponen distancia de sus acciones. Esa distancia cumple un papel de ocultamiento y de banalización. Al final de la ficha viene otra fecha y un número: 300. Con esa clave todos los que tienen que saber, saben: fue ejecutado y definitivamente desaparecido. Pero la precisión del lenguaje represivo no quiere detalles poco significativos. Estas prácticas vienen de lejos. En el Archivo Militar de Sevilla se guardan documentos de la zona controlada por el teniente general golpista Queipo de Llano en 1936. En los expedientes de la gente que debía desaparecer se escribía X-2.

Esta es una parte de la memoria, pero las personas desaparecidas no son esa ficha ni esa foto. Esas son las pruebas del horror, pero también son detalles que a la gente le confrontan con el dolor. ¿Qué pasó en ese tiempo? ¿Qué le harían? Esas formas de tratar de conocer lo sucedido son claves para poder entender y dar sentido a la experiencia. Pero también duelen. Para muchas víctimas y familiares que se han acercado a estos archivos, los documentos son pruebas de los hechos y una forma de validar su experiencia. Un hilito del que tirar para seguir descubriendo quiénes fueron y cómo se organizaron, o dónde puede estar su familiar.

III

Febrero 2009. En el décimo aniversario del informe de la CEH, realizamos una visita con Christian Tomuschat, presidente de la CEH, al Archivo de la Policía Nacional. Hacía unos años yo había conocido los montones de documentos llenos de polvo y hongos, tirados en naves y habitaciones oscuras, en los inicios de ese arduo trabajo de rescate de la memoria. Las manos cuidadosas que los limpiaron y ordenaron. Lo que significó leer tantos documentos y el impacto en quienes trabajan en ello. Una de las carpetas que nos esperaba era del caso Oliverio Castañeda, asesinado en 1978. La CEH había pedido en 1997 al Gobierno de Guatemala que le facilitara los documentos que tuviera en su poder sobre la detención y asesinato del líder de la AEU. Allí estaba el memorándum para el ministro de Gobernación firmado por Tomuschat. La orden del ministro a la Jefatura del Archivo. Los documentos que recopiló el Archivo poco después, y la carta de regreso al ministro informando de los hallazgos, uno a uno. El último documento de la gruesa carpeta era la respuesta del ministro a la CEH. Desgraciadamente no pudo encontrarse ningún documento sobre el caso referido, quedo a su disposición.

IV

Conocer esos detalles duele. Durante décadas, los familiares de personas desaparecidas de Guatemala, Paraguay o España han buscado en los archivos los datos de una verdad negada oficialmente. Mientras en varios países de América Latina se abrieron esas cajas de los secretos, en el Estado español siguen sin ser accesibles numerosos documentos que los historiadores buscan y no aparecen porque la democracia no llega a esos rincones. Esos detalles muestran que no hay ruptura con el pasado. Mientras en el Estado español la memoria histórica llegó tarde, en una transición que dejó de lado una cultura de derechos humanos, las frágiles democracias de América Latina, y sobre todo los movimientos de víctimas y familiares de personas desaparecidas, nos enseñaron a mirar nuestra propia realidad.

Las transiciones políticas en muchos países han puesto de manifiesto que se trata de procesos largos y sometidos a todas las vicisitudes del poder político-militar y los intereses en juego. También que se necesitan factores de crisis para que una sociedad asimile de forma saludable su pasado. La detención de Pinochet en Londres mostró que los jueces chilenos, que hasta entonces habían permanecido mudos ante las demandas de las víctimas, sabían juzgar y dejaron al lado el miedo. La confesión del capitán Scilingo de la Armada Argentina sobre su participación en los vuelos de la muerte, y sobre todo la memoria persistente de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que mantuvieron la conciencia durante largos años y empujaron la voluntad política de las nuevas autoridades, abrieron un espacio para acabar con la impunidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que se habían prometido como el único horizonte. En Guatemala, parte del entrenamiento de los oficiales de inteligencia del ejército consistía en ver el video del juicio a la Junta Militar Argentina de 1984. Eso no podía pasar aquí. Así se tejen los pactos de silencio. Mientras en El Salvador o en el Estado español la democracia aún tiene miedo, y las amnistías, declaradas como ilegales en los casos de crímenes de lesa humanidad, ocultan la falta de respeto a los derechos de las víctimas y al derecho internacional, bajo el disfraz de la reconciliación.

No se trata de un debate entre el olvido y la memoria. Las viejas fórmulas del olvido muestran en realidad un intento de reescribir la historia, de una memoria acorde a los intereses dominantes. En todos los países tiene el mismo estribillo: el ejército, Pinochet, la dictadura, nos libraron de los comunistas. Guatemala tuvo dos proyectos muy importantes para la construcción de esa memoria colectiva. El proyecto REMHI que publicó su informe Guatemala Nunca Más en abril de 1998 y la CEH cuyos resultados fueron dados a conocer en su informe La Memoria del Silencio en febrero de 1999, que han recogido la voz de las víctimas del enfrentamiento armado y la represión política, han descrito el genocidio y la persecución, han desvelado algunos de los mecanismos que hicieron posible el horror, y confrontaron a la sociedad guatemalteca y al mundo con las terribles consecuencias que ha tenido en la vida de la gente. Sin embargo, las primeras respuestas fueron contundentes. Monseñor Gerardi fue asesinado dos días después de presentar el informe Guatemala Nunca Más, y sobre su memoria trataron de construir un libelo. El presidente Arzú se negó a reconocer la investigación de la CEH que declaraba que, en algunos lugares del país, se había cometido genocidio. Otros presidentes siguieron su estela. El poder militar no lo permite.

La memoria es una conquista frágil y siempre tiene enemigos al acecho. Mientras queremos pasos hacia adelante para tener otra vida, quienes detentan el poder ponen viejos candados. En muchos países, el ejército sigue siendo lo único que no ha cambiado en estas décadas. Incluso los toques de corneta suenan de nuevo en la lucha contra la delincuencia. Mientras, los mismos métodos se exportan. Por ejemplo, los Zetas en México están formados por exagentes de inteligencia dedicados ahora al negocio privado del narco o del comercio con los migrantes que van hacia el norte, aplicando los mismos métodos de los que daba cuenta el tomo II del REMHI que se llamó Los mecanismos del horror. El terror sigue en su carrera racional que exalta la crueldad y banaliza la vida. Así, en la lenta y saludable tarea de la memoria, las nuevas urgencias de la violencia llaman a mirar para otro lado frente a las violaciones de derechos humanos. La vieja receta del autoritarismo incluye más impunidad donde debería haber más derechos humanos.

Por eso, la verdad y la justicia no miran solo hacia las atrocidades del pasado, también son parte de las soluciones del presente. Las rendijas dejan ver también los pequeños espacios en los que habita la esperanza. Guatemala es un ejemplo de que a pesar de la falta de voluntad política de las altas autoridades, los movimientos honestos y valientes en sectores como la Fiscalía o algunos jueces hacen que lo que parecía imposible pueda empezar a caminar. Aún en medio del riesgo y las amenazas que siguen tejiendo la vida de representantes legales víctimas y testigos, la activación de procesos judiciales contra los antiguos perpetradores, que han seguido teniendo control del poder político o militar en el país, es una luz para todos y todas.

V

La memoria es un ejercicio para deshacer un nudo. La vida de los familiares y de una sociedad que ha vivido las atrocidades de las violaciones masivas de derechos humanos, queda atada al pasado traumático, si no se hace ese camino saludable para reconocer lo sucedido, de mirarse en el espejo y de tomar medidas para evitar el horror. Esa transformación de la vida es su sentido. El trabajo de Comisiones de la Verdad, y otros ejercicios de memoria, no es el fin de un camino sino el puerto de salida. Ese viaje de la memoria es también un proceso. En muchos países de América Latina, de una memoria centrada en el horror de los hechos se pasó a la reivindicación de la dignidad de las víctimas. De unas víctimas casi sin rostro, el tiempo y los espacios sociales construidos por las propias víctimas organizadas o el movimiento de derechos humanos, han reivindicado las convicciones o el compromiso político que muchas personas tenían con el cambio social y la justicia para una sociedad nueva. Esa memoria es más compleja, reivindica una identidad y también recoge nuevos matices. Para las organizaciones políticas o ex grupos guerrilleros, también la memoria puede ayudar a hacer cuentas con el pasado. Reconocer las violaciones cometidas y el cambio de una cultura política es también un aporte de la memoria a las nuevas perspectivas del cambio social, tan necesario ayer como hoy.

Dario Fo dice que una de las conquistas del poder es haber convertido la historia en un viejo armario lleno de polvo por el que nadie se interesa. En cambio, este libro recoge algunos de estos pequeños pasos en los que tantas veces se decide la vida. Habla de documentos que son una herramienta para muchos procesos. La investigación y el acompañamiento. La pedagogía de la memoria y el sentido para las nuevas generaciones. La construcción de espacios sociales de reconocimiento de las víctimas y personas desaparecidas. Los procesos de búsqueda y exhumaciones de cementerios clandestinos. La construcción de símbolos y memorias que ayuden a una cultura de los derechos humanos, son parte de esta tarea siempre urgente de la convicción de que otro mundo es posible y necesario. Los archivos son una muestra de ese horror que trabajos como los que se publican en este estudio ayudan a transformar en una conciencia para todos y todas.


Este texto es el prólogo del libro Testigos del tiempo, archivos y derechos humanos, Guatemala, C.A,. 2013. AHPN, CAFCA, FLACSO, Sinergia Noj, hegoa. Colección de las tres mejores tesinas del curso de Especialización en Derechos Humanos e Investigación Archivística, impartido por Flacso-Guatemala. Se publica con la autorización del autor.

Carlos Martín Beristain

Médico y doctor en psicología, con una larga experiencia en mediación de conflictos y reparación psicosocial. Es autor de varios libros sobre conflictos en Colombia y México y su experiencia abarca desde El Salvador de finales de los ochenta, cuando los asesinatos de los jesuitas, a Colombia, donde trabaja para hacer posible una comisión de la verdad. Formó parte, junto a Claudia Paz y Paz, de la comisión internacional que investigó la desaparición de los 45 normalistas de Ayotzinapa.

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