Prolegómenos en torno a la soberanía

Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA

El Estado soy yo
Luis XIV

En medio de los avatares que la lucha contra la corrupción y la impunidad han generado en el contexto social y político del país, destacan algunos sectores de la sociedad guatemalteca que han expresado, en repetidas ocasiones, una serie de argumentaciones en pro de sus intereses personales, sosteniendo variados debates en los cuales aparece iteradamente el concepto de la soberanía nacional. Este lugar común en los sectores anti-Cicig parece tener el nudo fundamental de sus planteamientos en la idea de una intervención impropia de agentes externos que propenden a una limpieza de aquellos actores que han redundado en la generalizada corrupción de Guatemala. Se aduce injerencia extranjera que atenta contra la soberanía y la seguridad nacional. Llama la atención la acepción que en el trasfondo subyace para este concepto. Vale la pena reflexionar y ahondar un poco en la evolución y el estado del arte respecto a la significancia actual del concepto de soberanía, a la luz de las realidades imperantes propias de los derroteros de la geopolítica en estos inicios del siglo XXI, y de los horizontes que en este sentido las tendencias parecieran esbozar.

El término soberanía tiene sus orígenes etimológicos en la voz latina super omnia, que significa sobre todo, de forma tal que la soberanía hace alusión a un poder supremo, es decir, un elemento de poder que no tiene poder o potestad encima de él. Como con todo concepto que se encuentre vigente, se tiene una historia del mismo y una evolución de su significado. En unos menos y en otros más, puede resultar en imprecisión la asignación de significancias pasadas a los términos que se utilizan hoy en día, sin tomar en cuenta los matices que los contextos y las circunstancias históricas les pudieran haber ido concediendo con el paso de los siglos.

La cita del inicio se debe a Luis XIV de Francia (Louis XIV), quien pasó a la historia como le Roi Soleil (el Rey Sol), en vista de lo extenso de su gobierno, que duró un poco más de 72 años. El Rey Sol inició su reinado cuando contaba tan solo cinco años de edad, conservándolo hasta el momento de su muerte, acaecida un 14 de mayo de 1643, hace justamente 375 años. Con la frase y la figura del citado monarca se ilustra de muy buena manera el sistema político de la monarquía, en la cual todos los poderes del Estado radicaban en una persona individual, el monarca, quien poseía la potestad de legislar, juzgar y realizar cuanto la soberanía absoluta que poseía le permitía llevar a cabo, conforme el único mandato proveniente de su magnánima voluntad. De esta guisa que un concepto hoy en boga como el de los derechos humanos de todos los individuos del planeta era para aquel entonces totalmente inconcebible, un contrasentido radical. De forma que aquellos tiempos constituyen un material apropiado para la historia, sin esto significar que tales situaciones ya vividas no deben pasar al olvido sin el debido reconocimiento y la adecuada discusión por parte de las grandes mayorías.

Sin embargo, desde inicios de la edad moderna (s. XVI), algunas reflexiones fueron realizadas en torno a la noción de soberanía, la principal renovación del concepto fue realizada por Juan Jacobo Rousseau (circa 1760), cuando retomando la idea inicial le imprimió un cambio sustancial por medio del cual el ente soberano sería ahora la colectividad de la comunidad, léase el pueblo, dando origen a una hipótesis política a la que denominó el contrato o pacto social. Con el pacto social, el pueblo soberano cede su autoridad (soberanía) a una estructura política denominada el Estado, con la cual se establecen los derechos y las obligaciones de toda la población. De esta forma, el pueblo soberano será, simultánea y paradójicamente, tanto la autoridad regente como la comunidad de individuos súbditos de esta misma estructura, que se constituirá posteriormente en la base y fundamento del ejercicio político social de esta determinada comunidad.

En este concepto moderno del Estado aparecen los tres elementos que le son característicos, a saber: la población, el territorio y la estructura u organización político-social sobre la que se constituye y se desarrolla. Vale anotar que es esta concepción rossiniana la que, en parte, da origen a la Revolución francesa, de la que se ha identificado el surgimiento de la democracia moderna. Empero de los conceptos, la realidad político-social de la Europa del siglo XIX implicó una evolución para nada lineal, en la que una oscilación entre la república, la monarquía constitucional y el imperio (por ejemplo, el napoleónico) determinaron con mucho un continuo cambio de las prioridades sociopolíticas y así de los modelos implementados.

Es así como durante el siglo XIX la democracia incipiente inicialmente establecida con base en el concepto de soberanía del pueblo permitió múltiples abusos, ya que en nombre de la voluntad popular se asesinó y se destruyó indiscriminadamente, generando actitudes irresponsables y, sobre todo, el atropello a los derechos de las minorías. Frente a estas ideas, Emmanuel Sieyès, teórico francés promovió la noción de soberanía nacional, en el sentido de que la soberanía radica en la nación y no en el pueblo, expresando con ello que la autoridad no podía provenir del sentimiento mayoritario de un pueblo, puesto que este es fácilmente víctima de influencias o pasiones desarticuladoras del orden, sino que se tuviera en cuenta el legado histórico y cultural de esa nación, basado en los valores y principios bajo los cuales se había fundado.

Además, el concepto de nación contemplaría a todos los habitantes de un territorio, sin exclusiones ni discriminaciones. Sieyès indica que los parlamentarios son representantes y no mandatarios, ya que estos gozan de autonomía propia una vez han sido electos y ejercerán sus cargos mediando una cuota de responsabilidad y objetividad al momento de legislar; en cambio los mandatarios deben realizar lo que su mandante le indica, en este caso el pueblo.

En resumen, antes de la Segunda Guerra Mundial se manejaban dos conceptos en torno de la soberanía, a saber: el de Rousseau, el concepto de soberanía popular, y el de Sieyès, el correspondiente a la soberanía nacional. Es importante notar que, aunque ambos conceptos se dan indistintamente en las constituciones modernas, las atrocidades cometidas justo durante el intento de la Alemania nazi por extender el Tercer Reich en toda Europa dio un especial impulso al concepto de la soberanía popular, el cual se mira en la actualidad como el más cercano al pueblo, del cual supone una mayor consciencia cívica y una responsable participación ciudadana, tanto moderada como permanente, en comparación con los tiempos posteriores a la toma de la Bastilla en 1789. El modelo de contraposición entre un comunismo totalitario y un fascismo absoluto originó la denominada Guerra Fría, de cuyos últimos brotes aún tenemos vívidas consecuencias.

En el contexto de país, nuestra primavera democrática da su inicio con la llamada Revolución Popular de Octubre de 1944. Sin embargo, las semillas sembradas en la misma no alcanzan a germinar y se ven truncadas por la evidente intervención extranjera en función de unos intereses particulares ajenos al pueblo de Guatemala. De ahí que se derivan dos vertientes: una democrática, en búsqueda del restablecimiento de la soberanía del pueblo, y otra fundamentada en la preservación de la soberanía de la nación, ante una amenaza inminente de valores e intereses provenientes del exterior de la sociedad. Notar sin embargo, que en ambas modalidades existe una trampa oculta, pues en ninguna de las dos se está consolidando ni se propende a la construcción de lo que en legitimidad corresponde a los genuinos intereses de las comunidades integrantes y constitutivas del pueblo de Guatemala. Es decir, encerrados en un doble engaño, nos hemos visto confrontados en la defensa de un concepto que aún no terminamos de comprender, y que a la fecha resultará piedra angular en los modelos ideológicos que los distintos partidos deberían sostener, y explicar.

Deseo anotar un especial riesgo en la defensa del concepto de soberanía nacional, o en general del concepto de nación, es substitución del concepto de país. Actualmente, aunque no es tópico que pueda sobre simplificarse en pocas palabras sin correr el riesgo de reducir y sesgar fuertemente todo el andamiaje sociológico y antropológico que existe debajo de los conceptos, es posible circunscribir el concepto de nación a una vertiente sociocultural (nación política-cultural), referida a un pueblo, una etnia, una historia, una comunidad lingüística e históricamente ligada, en contraposición al concepto de país referido más a una organización política e inclusive al territorio ocupado por un Estado. El riesgo radica en que la visión de una nación para Guatemala es incorrecto y peligrosamente inadecuado, pues, al igual que sucede en otras latitudes, como el caso de España, nuestro país está conformado por varios pueblos, varias comunidades lingüística y culturales, y ello provoca la noción de varias naciones conviviendo en un mismo territorio, en un mismo país. De igual forma, toda modalidad nacionalista podría implicar en el tiempo algún tipo de imposición propia de las dictaduras o de los extremos totalitarios (por ejemplo el fascismo nacionalista).

Hablar de una nación para Guatemala no deja de ser una visión reduccionista basada en la idea de cultura dominante o de mayor progreso, que, aunque unificadora, resulta en un total abandono de los derechos de los pueblos que la conformamos. Hablar de una nación representa justamente las grandes y las enormes imperfecciones que en la práctica política y social podría representar para Guatemala el asumir una visión nacionalista centrada en la defensa y supremacía de una perspectiva por encima de las otras, no solo existentes sino igualmente conformantes de nuestro país, en derecho y en acción. El insistir en la defensa de una única nación para Guatemala no puede sino caer en un sesgo radicalmente erróneo, del cual podrían provenir nefastos engaños como los que en algún momento nos llevaron a la confrontación y el derramamiento de sangre, por lo cual como ciudadanos responsables estamos llamados a la reflexión y el conocimiento de todo lo que se puede implicar.


Todas las imágenes que acompañan este texto por Vinicio Barrientos Carles, con fotografías tomadas de Soy502, Depositphotos, Mundo chapín, Wikipedia y Nómada.

Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

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