Edgar Ruano Najarro | Política y sociedad / LA RAZÓN DE LA HISTORIA
Generalmente las conmemoraciones del primero de mayo en Guatemala han podido servir para dar una lectura sobre el estado de la nación, primero acerca del movimiento obrero y luego sobre la situación política del país. Por ejemplo, el auge del movimiento obrero que se avecinaba y la agitación política por la que atravesaba en el país en esos días hicieron que el primero de mayo de 1974 fuera una jornada eminentemente política, en la que por primera vez, después de algunos años duramente represivos, saliera a las calles un considerable contingente obrero y popular, estimado en unas quince mil personas, y se enfrentara con piedras a las fuerzas policiales en el centro de la ciudad.
No era para menos, apenas un par de meses antes se había perpetrado un descarado fraude electoral mediante el cual fue impuesto el candidato oficial, el general Eugenio Kjell Eugenio Laugerud García. Así, pues, ese primero de mayo hizo que salieran a manifestar obreros, estudiantes y muchos sectores populares, con lo cual se prefiguraba el ascenso obrero que estaba a punto de estallar, y se dejara atrás las consignas y demandas puramente sindicales y se colocara la cuestión del fraude electoral en primer plano. Y así fue de allí en adelante, cada primero de mayo manifestaban más y más obreros y organizaciones sindicales, en tanto que las consignas obreras quedaban atravesadas por la situación política del momento, la cual se iba configurando aceleradamente con la guerra revolucionaria como el gran conflicto que lo decidiría todo. No era nada nuevo. Los rituales del primero de mayo dieron cuenta del auge y caída de movimiento obrero y de las fuerzas revolucionarias entre 1921 y 1932; entre 1945, en pleno régimen revolucionario, y 1954. De la destrucción del movimiento obrero en ese último año y su paulatina recuperación hasta llegar a 1974. Apenas son unos ejemplos.
Este primero de mayo de 2018 no se sale de ese esquema. He aquí una apreciación surgida de la observación del desfile obrero. La coyuntura política que vive el país, cuyos rasgos más notorios son la incertidumbre, la práctica ingobernabilidad, la pérdida de rumbo del Gobierno, las amenazas de una noche de cuchillos largos, el deceso del alcalde Álvaro Arzú, que por el momento abortó de un solo golpe uno de los peores escenarios; con expresidentes, exministros y un elevado número de funcionarios en la cárcel, todo girando alrededor del eje que constituye el enfrentamiento entre el Ministerio Público-Cicig con el Gobierno-Congreso-élite empresarial, con el tema de la corrupción como el motivo principal de las pugnas políticas, todo, todo, invitaba a creer que el desfile del primero de mayo sería multitudinario y se haría eco de la política nacional, pero quien así lo creyó se quedó esperando.
De las dos mil o dos mil quinientas personas que marcharon solamente una decena de sindicatos lo hicieron formalmente con sus miembros desfilando ordenadamente precedidos por una manta que los identificaba. Las consignas en el resto de mantas y pancartas se referían casi exclusivamente a demandas sindicales muy generales, como el respeto a las prestaciones laborales o a la libertad sindical. Apenas un par de mantas se referían a la cuestión de la corrupción.
Como ha sucedido desde hace muchos años, el sindicato con mayor presencia y con una participación disciplinada y ordenada en el desfile obrero fue el sindicato de la empresa de la Coca Cola. Quizá eran un trescientos trabajadores tocados con un uniforme azul y blanco que más recordaba a la selección de fútbol que a un sindicato combativo en un día de lucha, como suele decirse del primero de mayo. Cantaron su himno que menciona más veces la palabra amor que cualquier otra y que se refiere exclusivamente a las conquistas y luchas de su propio sindicato sin alusión a la clase obrera en general.
Le seguían, en orden de importancia dentro del desfile, el sindicato de Pepsicola (casi sin consignas y con un altavoz que emitía las notas de una canción popular), el sindicato de Café Incasa (el único sindicato de empresa que se manifestó combativo y que mencionó en una manta el tema de la corrupción) y algunos sindicatos de dependencias estatales. Tras ellos iba un grupo de mujeres mayas con una manta que las identificaba como de la Federación Sindical de Mujeres de la Ciudad y del Campo que portaban casi todas (unas 25) cartulinas que pedían el cumplimiento del Convenio 169 de la OIT. Tres personas sin identificación de alguna organización quemaron una bandera de Estados Unidos a media calle, lo cual hizo que los sindicalistas de una entidad estatal que seguía en la marcha se salieran de la misma con las caras desencajadas.
La nota realmente política la pusieron algunos grupos de estudiantes y jóvenes, entre los cuales destacó un pequeño contingente de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) con su secretaria general Lenina García a la cabeza. No obstante, apareció un grupo estudiantil más numeroso, con capuchas y túnicas como de la Huelga de Dolores, miembros de la mafia estudiantil que tuvo a la AEU por muchos años, quienes llevaron a cabo un breve mitin frente a la placa ubicada en el lugar del asesinato de Oliverio Castañeda de León.
A lo largo de las aceras de la sexta avenida, casi para llegar a la Plaza Central, deambulaban y estaban apostados en parejas, o en pequeños grupos, antiguos militantes del movimiento revolucionario, canados de pelo y barba, observando el desfile, quizá haciendo comparaciones con su pasado. Fue un momento de reencuentro, ya que al reconocerse, muchos de ellos se saludaban y abrazaban muy efusivamente.
Si hubo algún comité organizador del desfile, realmente no organizó nada, puesto que lo notorio fue la desorganización. Unos grupos ingresaron a la Plaza Central por la sexta avenida y otros por la séptima y nunca se notó un orden de prioridad en el lugar que ocupaban los distintos sindicatos o grupos estudiantiles en la columna general. Ya dentro de la Plaza, el desfile se diluyó entre los cientos de personas que compran en los puestos de comida que la municipalidad capitalina autoriza para los días festivos.
Así, pues, el desfile del primero de mayo de 2018 fue una verdadera radiografía del estado del movimiento obrero del presente en Guatemala. Organizativa y políticamente hablando, extremadamente débil. Con respecto a la situación política, todo parece indicar que el movimiento obrero camina en una dirección que no tiene que ver con el proceso político nacional, como si no pasara nada. Dos factores, la dura represión y el descabezamiento de los que fue víctima el movimiento obrero entre finales de los setenta y principios de los ochenta (con una intermitente represión antisindical en los años siguientes), así como las políticas neoliberales gubernamentales que siguieron a la firma de los Acuerdos de Paz han pasado su factura, de muy alto precio por cierto.
Fuente de la imagen: Fotografía por Edgar Ruano Najarro.
Edgar Ruano Najarro

Guatemalteco sociólogo e historiador. Se ha desempeñado en la docencia universitaria. Ha publicado diversos títulos cuya temática ha estado relacionada con la historia política de Guatemala del siglo XX.
Un Commentario
Totalmente de acuerdo con la percepción de lo que es hoy en día el movimiento sindical. Los efectos del descabezamiento siguen profundizándose al extremo de la casi inexistencia de sindicatos con verdadera conciencia de lucha. Los sindicatos estatales responden a intereses oscuros, tal el caso del Steg cuyo dirigente es una lacra que ha utilizado el movimiento para plegarse a los intereses de los gobernantes de turno, en detrimento de la educación para la niñez y juventud que cada vez es más ineficiente.
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