Luis Melgar Carrillo | Política y sociedad / NUESTROS HIJOS
Una condición de minusvalía se revela, en un adulto, por la manera como se califica a sí mismo frente a las otras personas. Tanto su autoimagen como su autoestima son pobres, como resultado de haber llegado a creer que son personas de menor valor frente a los demás. Son personas que creen que las otras personas sí saben y sí pueden, mientras que ellos no. En general, se sienten impotentes cuando se comparan con los otros.
La timidez es un síntoma que evidencia esta posición. Quienes muestran una condición de minusvalía muy probablemente proyectan su timidez, por considerar que quienes los observan de alguna manera son mejores o superiores a ellos mismos. Este pensamiento condiciona que sientan temor al actuar. En general muchas personas se inhiben de hablar en público por temor a hacerlo mal, por temor a equivocarse frente a un auditorio que va a calificar su presentación. El temor se origina en su deseo de no quedar mal. A sus ojos es un auditorio que luce como superior.
Una susceptibilidad excesiva también es una evidencia de un sentimiento de inferioridad. Lo están evidenciando las personas que se ofenden fácilmente ante situaciones en que el interlocutor no tiene una clara intención de agredirlos. Un gran maestro japonés de artes marciales dijo literalmente lo siguiente: «Yo no peleo con cualquier ciudadano porque sé que fácilmente podría matar a cualquier adversario. Cuando me ofenden tomo la actitud que tomaría un gran danés cuando un perrito chihuahua le ladra. Simplemente lo ignoro».
El origen de un concepto pobre de sí mismo en relación a las otras personas son los mandatos recibidos en la infancia. Muchas veces este tipo de mandatos los refuerzan directamente los padres. Por ejemplo, cuando una madre le grita a su niño en forma agresiva lo siguiente. «Cállate, no ves que el patrón está hablando». Le está diciendo casi literalmente que el patrón tiene un mayor valor que él.
En otros casos, estos mandatos son consecuencia de una actitud sobreprotectora que privó al pequeño de practicar, equivocarse y volver a intentarlo. Son adultos que perdieron la confianza en sí mismos por no haber experimentado en su niñez. Hay padres que al ver la torpeza de movimientos de sus hijitos, prefieren hacerlo ellos en vez de dejar que sus niños lo hagan. La frecuencia con que los padres castran las iniciativas que todo niño tiene por tratar de ayudar, poco a poco va reforzando un concepto pobre de sí mismo. Un sentimiento de inferioridad.
Unos padres demasiado temerosos ante los riesgos y peligros, actúan haciendo las cosas en lugar de darles la oportunidad a sus pequeños. Son padres con la tendencia a suplantar al infante. Al hacer ellos las cosas, inhiben a sus hijos. No experimentar los limita para no tener experiencias de logro. Pese a todo, es muy frecuente que los peligros y riesgos que los padres sobreprotectores quieran evitar, vengan a ser imaginarios y no peligros reales.
Por otra parte algunos padres toman decisiones por el niño. Tanto la sobreprotección, como el evitar que el niño aprenda a decidir, atrofian su autoestima. Las consecuencias son más destructivas que el beneficio que puedan lograr haciéndolo por él y decidiendo por él. Con el deterioro de la autoestima, se destruye más que se edifica al pequeño al cual desean proteger.
La minusvalía castra la capacidad de tomar decisiones. Y cuando, siendo ya adulto, se tiene que decidir, se hace con excesiva cautela porque da miedo afrontar el riesgo. El niño que creció con minusvalías se transforma en el adulto que cambia su decisión, al advertir la más mínima nube de adversidad.
Todos los niños nacen biológicamente inferiores ante a los mayores. Este sentimiento se va equilibrando en la medida en que van adquiriendo habilidades físicas y mentales con su crecimiento y desarrollo. Es la posición natural con la que se inicia el crecimiento, como consecuencia de la incapacidad de los primeros años de vida. Con el crecimiento y la oportunidad de ejercitarse, poco a poco se va superando esta incapacidad. Esta superación se incrementa cuando el desarrollo es el apropiado, por la conducción acertada de los mayores con los que crece. La práctica le va permitiendo experimentar sus propios logros.
Otro camino para la disminución de la autoestima es mediante las caricias negativas, descalificaciones, comparaciones con otras personas y desprecios que en muchos casos recibe directamente el menor. Las burlas y el escarnio son caminos para descalificar. Las expresiones como: «inútil», «torpe», «no sirves para nada», «eres un desastre», «eres igual de torpe que tu padre», «déjame hacerlo a mí, ya que tú no eres capaz», «Carlitos, el de enfrente, ese sí que es mejor que tú», deterioran la autoimagen del pequeño y alimentan su posición de minusvalía frente a los otros.
La repetición de este tipo de estímulos poco a poco va conformando la personalidad del infante. Son grabaciones que disminuyen la confianza que pueda llegar a tener sobre sí mismo. Las grabaciones negativas provocan que el pequeño vaya internalizando los mensajes negativos recibidos, de manera que poco a poco vaya conformando un sentimiento de inferioridad.
Una persona adulta, con una minusvalía muy manifiesta, estará dispuesta a soportar las descalificaciones, desprecios, burlas y risas de las otras personas de su entorno. En general, tiene una actitud pasiva. Prefiere no hacer. No corre riesgos. Obedece con sumisión. Se esfuerza por complacer a los otros. Ese tipo de sentimientos de sí mismo lo va conduciendo a que tenga la tendencia a aislarse y a escapar.
Desde pequeño, un adulto con una minusvalía muy clara, poco a poco ha ido llegando a la conclusión de que estará bien y será protegido, acariciado y amparado, mientras se muestre inferior, incapaz, desvalido e inútil en comparación a las otras personas.
La actitud que llegan a adoptar para la vida es pensar que su papel es el de servir a los demás. Por tanto, adoptan actitudes de ser complacientes y de agradar. Casi nunca tienen la actitud de reclamar o reivindicar sus derechos. En el fondo piensan que solo tienen el derecho a servir a los otros, a los cuales consideran superiores a ellos mismos.
Por todo lo anterior, es importante que cada padre reflexione sobre las consecuencias futuras de las actitudes y formas de trato con que se dirige a sus pequeños.
Fotografía tomada de Ok Diario.
Luis Melgar Carrillo

Ingeniero Industrial, Colombia 1972. Máster en Administración de Empresas, INCAE 1976. Autor de 9 libros (tres aparecen en Google). Autor de 50 artículos (24 en gAZeta, Guatemala 2018; 20 en revista Gerencia, Guatemala 1994-95). Director de Capacitación (Asociación de Azucareros de Guatemala). Director de Recursos Humanos (Polymer-Guatemala). Excatedrático en universidades de Costa Rica, Guatemala y Tepic, México. Residencia en Tepic.
6 Commentarios
Muy bueno
Estimado Rodrigo: Muchas gracias por su comentario. Usted al calificar el artículo como muy bueno, está considerando que se trata de información valiosa. Por tal razón lo invito muy cordialmente a que se los comparta a personas cercanas a pequeños menores de siete años, a los cuales podría llegar a edificar. Al hacerlo usted estará contribuyendo a la edificación de un mejor país. Cordialmente, Luis
Magnifica lectura sobre los grandes errores que se cometen al educar a un hijo y grandes consejos para para no lastimar la autoestima de los pequeños e incluso de los grandes tambien. los felicito por tener estas publicaciones . Mi admiracion,cariño y gran respeto para el Sr LUIS MELGAR .
Estimada Sara: Muchas gracias por su comentario. Personalmente creo que uno de los obstáculos que tenemos en América Latina especto a a la condición de las grandes masas de población, es precisamente esa condición de minusvalía. Mientras nuestros campesinos no superen en el hogar esta forma de deformación de su personalidad, es muy difícil que quieran tener acceso a su superación personal. El analfabetismo no es solamente su incapacidad de interpretar las letras del alfabeto.
Excelentes consejos!!! practicos aplicables!!
Estimada Judith: Muchas gracias por tu comentario. El único inconveniente que percibo es que es difícil que las mayorías puedan tener acceso a estos conocimientos Para comenzar muchos no saben leer. Otros muchos más no comprenden ni interpretan lo que leen. Y el gran obstáculo, es que los grupos de poder no tienen interés en que este estado de cosas cambie. Las autoridades del sistema de educación tampoco comprenden la escencia del problema y por lo mismo es muy poco lo que hacen para enfrentarlo. Como decía un profesor de Física en la universidad cuando algun compañero le decia «No comprendí maestro» La respuesta sarcástica era «no te preocupes, probablemente el proximo semestre lo vas a llegar a comprender. Es cuestión de semestres». En Guatemala, y en general en muchos países de América latina, no es probablemente cuestión de semestres sino de décadas. Lo importante es que cada uno de nosotros al llegar a comprenderlo aportemos nuestro grano de arena.
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