¿Por qué votamos las y los guatemaltecos?

Víctor Manuel Gálvez Borrell | Política y sociedad / DESDE ESTA ORILLA

¿Qué razones explican que la ciudadanía, en forma voluntaria y desde el inicio de la «apertura democrática», vote en cada consulta electoral? Luego de ocho elecciones generales, en las que la desconfianza ha sido sustituida paulatinamente por el rechazo y luego por el repudio a los políticos, ¿cómo entender el comportamiento del electorado, sobre todo en los últimos años?

A inicios de 2001 se publicó el libro: Por qué no votan los guatemaltecos. Estudio de participación y abstención electoral de Horacio Boneo y Edelberto Torres, a iniciativa del TSE, patrocinado por el PNUD y con el apoyo de los gobiernos del Reino Unido y Suecia. El TSE estaba preocupado por el descenso de la participación ciudadana, que después de la primera elección democrática de 1985 llevó a la Democracia Cristiana al poder, con un 69.3 % de participación y que mostraba cifras más bajas en 1995-1996 con Arzú (registrando el 46.8 % de la presencia electoral). Con ello indicaba el TSE: «La democracia electoral será más sólida y sus instituciones más consolidadas si la participación aumenta significativamente» (pág. 10). La participación electoral se fue recuperando en las elecciones generales siguientes de 1999 (Berger) y 2003 (Portillo), aunque no logró superar los datos de 1985. Fue necesario esperar a que se depurara el padrón electoral, en 1998, pues se constataban «inconsistencias críticas». Se trataba, sobre todo, de cambios no aclarados en la residencia (migración) y de fallecimientos acumulados y no declarados. Ello permitió que se «ajustara» el censo electoral y que las cifras fueran más ciertas y seguras. Lo anterior volvió a practicarse en 2007, con el apoyo de la cooperación internacional (Mirador Electoral, 29-05-2007). A partir de las elecciones de ese año (Colom), la participación ciudadana subió y siguió haciéndolo en las elecciones de 2011 (Otto Pérez) y 2015 (Jimmy Morales). Al estar «corregido» el padrón, los votantes parecieron recuperar su comportamiento original: aumentar su participación en las urnas. A ello también contribuyó, entre otras causas, la cercanía de las mesas electorales.

Las movilizaciones de 2015, que llevaron a la renuncia de Roxana Baldetti y Otto Pérez, desnudaron el régimen de corrupción público-privado, que ha permitido que los intereses mezquinos se enquisten en el poder, al igual que el «financiamiento no registrado de la política», según lo develaron las investigaciones de la Cicig-MP.

En aquel contexto, lo que había sido una sospecha común, se verificó en el ámbito concreto. La desconfianza y las dudas del electorado se mantienen en el proceso actual, si se toma en cuenta el número importante de candidatos a presidentes, vicepresidentes, diputados y alcaldes que están siendo señalados de corrupción o de vínculos con el narcotráfico. A ello se suma el «torpedeo intencional» a las candidaturas «alternativas» para evitar que se inscriban.

Ante las consideraciones apuntadas ¿podría esperarse una abstención del voto o, como ha ocurrido en los últimos años, que la población acuda disciplinadamente a las urnas? Cabe recordar que entre las elecciones generales de 2007 y 2015, la participación aumentó en 11 puntos porcentuales (60.2 % y 71.3 % respectivamente).

Frente a un panorama tan poco alentador y un comportamiento político tan difícil de explicar cómo el resumido en los párrafos anteriores, es posible pensar que, a lo largo de los últimos años, la cultura política de las y los guatemaltecos ha interiorizado que su «obligación ciudadana» les traslada una responsabilidad «cívica», que se traduce en «votar». Ello a pesar de que todas las constataciones deberían llevarlos al rechazo. En este país se vota, aunque ello se perciba como un «sin sentido», como una «pasión inútil» o como una «verdadera resignación». Ello también explica que al final de las movilizaciones del 2015, la consigna «en estas condiciones no queremos elecciones» no logró pasar a más, entre otras razones, por el temor a profundizar más la crisis, como varios grupos interesados se adelantaron a advertirle a la ciudadanía.


Víctor Manuel Gálvez Borrell

Doctor en Sociología, de la Universidad de Paris I. Trabaja en la Universidad Rafael Landívar como coordinador de investigación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

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