Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO
Es posible pensar que la franqueza, la narración de lo cotidiano, la expresión escrita de la divagación de la mente y estados emocionales, son un fenómeno impulsado por las redes sociales en el siglo XXI. Sin embargo, la publicación del ensayo corto y muy personal –entiéndase «ensayo» como un experimento— comenzó con Michel de Montaigne en el siglo XVI. Podríamos decir que Montaigne es el «padre del blog».
En mucho, los ensayos de Montaigne fueron novedosos y populares por no ser un sermón o guía de comportamiento, como se estilaba; más bien, a menudo el propósito parece ser simplemente plasmar un esbozo del autor, una compilación de cavilaciones y ánimos que reflejan un hondo estudio de su interioridad y del comportamiento humano. Montaigne imaginaba el «ser» desde diferentes perspectivas y buscaba descubrir los monstruos propios y los de su sociedad. Sus ensayos están repletos de sueños y melancolía, así como de lo diario: noticias, el placer de la lectura y de dormir bien. Montaigne, cuya obra inicia la modernidad, se nutría tanto de los clásicos grecorromanos como de la cotidianidad más pedestre. Pero siempre, en todo, Montaigne dice, «Soy yo, yo mismo, el material de mi libro».
Tras una carrera como funcionario de gobierno, Montaigne explica que «se apartó de la esclavitud de la corte y deberes públicos». La gente desde entonces imagina que se retiró a su torre en Burdeos como un ermitaño, a escribir hasta la muerte. Esto es ficción. No se crea una obra tan enraizada con lo social, habiéndose divorciado del mundo. Montaigne salía de su torre. Visitaba sus propiedades, viajaba extensamente y se reunía con amistades, todo con enorme gozo. Fue alcalde de Burdeos y, aunque católico practicante, era un escéptico con insaciable curiosidad por el pensar de los demás; se pasaba la vida en conversaciones y correspondencia con intelectuales judíos, católicos y protestantes, siempre defendiendo la tolerancia y libertad de cultos.
De lo que más afecta en Montaigne es lo que nos muestra de la amistad: además de su nutrida correspondencia y vida social, recibía visitas de una amplia gama de personas que buscaban su consejo, inclusive el futuro rey Enrique IV. Siempre recomendó buscar el conocimiento propio. También la búsqueda del placer en relación con los demás: la buena mesa, la conversación con amigos, las aventuras amorosas y el buen vino. Tras la muerte prematura de su amigo Étienne de La Boétie, a quien quiso entrañablemente, Montaigne diría que no sabía porque lo quiso como lo quiso, excepto que lo amó porque «era él, y era yo». De hecho, la célebre biblioteca de Montaigne fue casi toda una herencia de La Boétie. A sus amigas también las quiso y respetó sus ideas profundamente, aduciendo que hombres y mujeres están hechos del mismo molde y las diferencias son solamente producto de las costumbres y educación.
Sus ensayos son modernos en lo acucioso, el escepticismo y humor, más no llegan a cuestionar la tiranía absolutista del día. Aunque se mofa de las hipocresías de la religión, al final declara que hay que someterse al orden político. Sus alcances le llevan a atacar la religión y lamentar las atrocidades del gobierno, más no concibe la desobediencia al Estado. En esto, no se diferencia de muchos otros pensadores de su tiempo.
En una época en la que la tiranía y los castigos eran crueles y sanguinarios, él aborrece la crueldad y le horrorizan las masacres por diferencias religiosas. Para Montaigne, la crueldad es un vicio equivalente al más infame de los pecados. Su compasión se extiende a todo ser vivo, animales inclusive, a quienes consideraba seres capaces de sentir dolor y emoción. Lejos estaría Montaigne de celebrar las prácticas despiadadas de los estados poderosos de nuestra época contra los más vulnerables: los pobres, los refugiados, los migrantes y los niños.
¿Puede prevalecer la visión humanista de Montaigne? La firma del Edicto de Nantes, permitiendo la libertad de culto y de conciencia, se celebró pocos años tras su muerte. Su promotor fue Enrique IV, amigo del pensador. El liberalismo y compasión de Montaigne comenzaron a expandirse, los primeros pasos –con tropiezos— del proyecto humanista se dieron hacia la época conocida como la Era de la Razón y el Siglo de las Luces.
El escepticismo, inteligencia y humanismo que permean la obra de Montaigne no es ideología; es una predisposición: de amor al prójimo, de curiosidad intelectual. Y es también una actitud posible de cultivar con una educación enfocada a crear ciudadanía y nación, que induzca a cuestionar, a comprender la gran capacidad de error humano y lo falible de sus instituciones. Enfrentamos hoy el resurgimiento de un conservadurismo intolerante a nivel internacional, que hace gala del más rancio racismo, tribalismo e inhumanidad. Cabe hoy reconsiderar el gentil raciocinio de Montaigne y luchar por un mundo mejor. Una era de razón y de luz ha ocurrido antes. Y puede volver a ocurrir.
Imagen de Montaigne, tomada de Wikimedia Commons.
Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.
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