Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
La luna de miel terminó. Los puentes de entendimiento que la administración de Obama le tendió al sector popular guatemalteco, como parte de su estrategia para aislar el poder omnímodo de la rancia oligarquía chapina y sus ramas colaterales, lamentablemente no fue aprovechada por nuestros dirigentes y hoy, bajo el régimen de Donald Trump, el proceso hacia la rearticulación oligárquica es un hecho cada vez más factible.
Este panorama se ha intentado explicar desde distintos frentes. Uno de ellos, el cual no suscribo totalmente, pero sí reconozco sus aspectos fundamentales, es el propuesto por Mario Roberto Morales y del cual presenté un resumen hace un par de semanas, aquí en gAZeta.
Dicha interpretación fue descalificada por el Dr. Virgilio Álvarez, con el argumento de que el autor de esta columna habría «imaginado» la tesis del «gurú de la izquierda rojísima clasemediera», según denomina a Morales, al interpretarla como «una pugna entre oligarcas administrada y controlada desde las oficinas del Departamento de Estado y el Pentágono estadounidense».
Ojalá fuera imaginación, estimado Virgilio.
El problema, de suyo complejo, no se comprende si lo limitamos exclusivamente a la pugna intraoligárquica local. Esta tiene antecedentes y dimensiones globales, y bastaría ver un par de tuitazos y otras acciones concretas de Donald Trump, para caer en la cuenta de que se trata de un asunto de interés muy serio para la Casa Blanca.
Recordemos que Trump manifestó su olímpico desprecio a Latinoamérica desde que canceló su asistencia a la Cumbre de las Américas del año pasado, cuando se suponía que la agenda contemplaba el diseño de una política común para la región entre los mandatarios invitados. Pero no: para Trump, ese esfuerzo era una pérdida de tiempo, puesto que el Departamento de Estado y los consejos de Henry Kissinger habían contribuido a reconstruir la Doctrina Monroe. Latinoamérica seguiría siendo el patio trasero, y punto.
Recordemos, además, que durante la primera década de este siglo ocurrió un auge importante de gobiernos, digamos, de corte popular, que desafiaron los planes de expansión neoliberal propiciados por los centros del capitalismo mundial. Sin embargo, en lugar de cerrar espacios al capital financiero y a los oligarcas locales, algunos presidentes progresistas se codearon con los oligarcas y propiciaron un ambiente de corrupción inconveniente para Washington por el agravamiento del panorama social de estos países. Así que perseguir la corrupción vino a ser un mantra perfecto para Trump.
En Guatemala también derrocaron a un gobernante que, aunque era de derecha extrema y asesina, terminó por cometer el pecado clave para Estados Unidos: construir redes mafiosas que usaron el Gobierno para montar asquerosos actos de corrupción. De paso, la indignación popular que ello desató, fue lo suficientemente fuerte para motivar a Washington la instalación de un lacayo. Ignorante e inepto, pero lacayo.
Dentro de ese panorama se agravan las tensiones intraoligárquicas que condujeron a su división. Unas veces por antiguas disputas por el pastel, otras, como ahora, por los beneficios que les brindaría el Plan Para la Prosperidad (que no se circunscribe únicamente al traslado de recursos hacia el Triángulo Norte de Centroamérica, sino por las oportunidades de nuevos negocios que ello representa) y, en segundo término, por la nunca disimulada incomodidad que otro sector oligárquico ha mantenido hacia Dionisio Gutiérrez, el gran manipulador del poder político desde hace más de tres décadas.
Volviendo al tema de la corrupción, la llamada «lucha anticorrupción» encabezada por la Cicig y el Ministerio Público, vino como anillo al dedo al Departamento de Estado… hasta que la captura de conspicuos oligarcas se convirtió en amenaza para los planes neomonroístas de Trump.
Por ello es que vemos el reciente viraje en la política geoestratégica de Washington en este tema. Por ello, además, es que de pronto el torpe mandatario guatemalteco y su inepta canciller resultan favorecidos con inesperadas victorias en su contienda contra Iván Velásquez, comisionado de Cicig. Por ello, además, ahora hasta se habla de una Comisión renovada.
Y para colmo, ahora caemos en la cuenta de que muchas cosas que pregonaron los enemigos de Cicig –como el hecho de que la corrupción estuviera latente en el seno mismo de las instituciones anticorrupción– van saliendo a luz con demoledor impacto.
Entonces, ¿qué ocurrió para que se produjese el agresivo viraje oligárquico?
Sencillo: Dionisio decidió «reinventarse» saldando viejas deudas fiscales, se hizo del lado de «los buenos» al montar aquel frustrado Frente Ciudadano Contra la Corrupción que sirvió de plataforma de lanzamiento electoral para la entonces fiscal general Thelma Aldana. Su nuevo disfraz es propicio para otorgarle las condiciones necesarias para recuperar el poder y erigirse en el líder de la restauración de la oligarquía, ahora con el concurso de un esquema izquierdo-derechista, que incluye a facciones teóricamente antagónicas, como el MLN (sus nuevos herederos, por supuesto) y la URNG, más otros grupos incoloros – aunque se vistan de rosa lila– que ayudan a construir la idea de «amplitud» del proyecto.
Y aunque los promotores de esta candidatura hacen esfuerzos para que el pollero «ya no aparezca», lamento informarle a quienes han comprado esta versión, que personas de mucha confianza asistieron a una reunión reciente, convocada por Gutiérrez, para armar equipos encargados de ciertos temas de la campaña, y fueron testigos de su declaración de intenciones: «apoyar a la exfiscal con todo y hasta las últimas consecuencias».
Así que la reunificación de la oligarquía es un proceso en marcha. Y de ninguna manera soy de los que afirman, como señala Virgilio, que las fuerzas de la izquierda democrática están representadas por el oenegismo. Para mí –y esto no es ninguna expresión despectiva, sino la cruda realidad–, estos grupos financiados internacionalmente de ninguna manera pueden ocupar el espacio de las fuerzas democráticas. Para ello se requiere organización real, poder de convocatoria y asumir el desgaste que implica la participación política; calidades que de ninguna manera se perciben en tales entidades.
Algunos de estos hechos eran impensables hace apenas unas semanas. Se trata de procesos que se irán desvelando poco a poco. Así que, lamento defraudarlo, doctor Álvarez, pero mi capacidad imaginativa no da para tanto.
Imagen principal tomada de Kaos en la red.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
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