Política y corrupción

Edgar de León | PUERTAS ABIERTAS

Se empieza a hablar acerca del próximo evento electoral a desarrollarse el próximo año y que culminará con la elección de presidente, diputados, alcaldes y la integración de los Consejos Municipales, que deberán sustituir a los actuales, que con excepción de la Presidencia, logren reelegirse.

A pesar de que todo ese evento tendrá una duración menor que los anteriores, se considera que los participantes tratarán, como ya es costumbre, de imponer algún eslógan o cancioncita, con el cual buscarán capturar al electorado que les permita lograr sus objetivos y evadir la responsabilidad de presentar y defender las propuestas que requiere la situación nacional para el estado caótico en que se encuentra.

El desgaste político e institucional que se sufre, es un proceso que, bien se puede decir, comenzó en los primeros años de la década de los años 70 del siglo pasado. A los puestos públicos empiezan a acceder personas inapropiadas y, con ellas, el lento desgaste de la institucionalidad y la gobernabilidad, que hoy es uno de los tantos problemas con los que hay que lidiar y es denominador común en cualquiera de los organismos de la República. A ese proceso de desgaste se suman los grupos de presión, que bajo la sombrilla de organizaciones no gubernamentales, fundaciones, sindicatos, organizaciones rurales y cámaras empresariales han acaparado parte del espectro político; con su presencia e influencia, inciden en funciones que legalmente corresponden a la función pública.

Los partidos políticos, perdieron todo rasgo y ubicación ideológica y, entonces, el tránsito de personas de un partido a otro se hace sin ninguna cortapisa de esa índole, favoreciendo a un sistema perverso y antinatural. Basta recordar un exdiputado, ahora en prisión, que ante la pregunta del reportero de cómo se sentía con el cambio repetido en varios partidos políticos, respondió que ideológicamente se sentía cómodo con cualquiera de ellos porque los idearios eran compatibles con los de él. O el caso de un candidato a diputado que, preguntado por su ideología, sin ningún rubor y se supone que con absoluta ignorancia, contestó que políticamente era nacionalista y socialista.

El Estado y los valores expuestos en los primeros artículos de la Constitución son papel mojado. Interesan solamente los objetivos personales y para ello solo importa ser electo, reelecto o nombrado. El nivel de irresponsabilidad del funcionario y de muchos empleados públicos, sumado al nivel de anarquía que impera en el país, es asfixiante. El país ya no soporta más improvisación y la descalificación a la persona como el recurso para superar al oponente político.

El sistema diseñado desde los años mencionados, que ha tenido sus mutaciones para fortalecerse y que ahoga al Estado mismo, no se resuelve golpeando a la corrupción como el objetivo único, sin tener en cuenta que esta es resultado de ese vicioso proceso de descomposición política, institucional, social y económica en el que estamos inmersos. No es válido tampoco considerar que para enfrentar a la corrupción es suficiente, como recurso, el judicial.

En estos tiempos, se enarbola por varios grupos políticos y por alguno de los partidos políticos inscritos, que la muletilla a exprimir en el próximo evento electoral es el de la corrupción; un término tan amplio como el de etcétera. Son tan amplios dichos términos que fácilmente caben dentro de cualquiera de ellos varias manadas de elefantes y aún queda espacio. Pero también es de considerar que la corrupción es multifacética. Por lo que abanderar la corrupción como motivo de todos los problemas no solo es un error, sino, además, una irresponsabilidad.

Lo que se ha podido apreciar hasta el momento es un viejo planteamiento de controlar los cuatro polos, metiendo en un mismo saco a tirios y troyanos, persiguiendo que el electorado perciba unidad entre diferentes facciones que formaran un universo en el que debe de caber todo ciudadano. Para ello, basta dar una rápida mirada a los resultados electorales en México, en donde uno de los partidos que resultó perdedor, empleó como mecanismo para ganar dicha fórmula.

Debe erradicarse esa actitud política y cavernaria de ubicar todo acto en uno u otro de los extremos, sin permitir la existencia de posiciones intermedias, que oxigenen el discurso, la discusión y el planteamiento de alternativas, y que permita arribar a los acuerdos de los que se carecen actualmente. Es necesario el reposicionamiento ideológico que permita la ubicación orgánica del ciudadano y la presencia de sólidas alternativas.


Edgar de León

Abogado y Notario. Exvicepresidente del Centro para la Defensa de la Constitución (Cedecon).

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