-Sergio Infante-
Acaso tú mismo la encendieras
Cada rémora suplanta una memoria.
Cada atadura rebana un atreverse.
Recuerda el alma dormida en el lobo,
zamarrea con tus dientes las amarras,
con tus dientes obstinados que no aflojan
si no aflojan los tientos, los gordianos.
El curso y las estelas: azucenas entre el azul.
Esas flores azarosas siempre lucen efímeras,
lo advertirás en cuanto empieces a cruzar
el sargazo de las moratorias. —Uncido
a lo espeso— rezongará la catinga del tedio.
Y, flaco de alegrías, te pondrás a silbar
como si, en una película, condujeras
un birlocho camino a la boda campestre,
al final feliz. Y, de puro trivial, no fueses
este argonauta desfasado, que se balancea
entre la crujiente lentitud y la bruma,
sin saber si encarna al fantasma de un almirante
en la cubierta o un prisionero en la sentina.
Salvarás aquel sargazo. Después te extraviarás,
posiblemente en la pradera de la gaviota [1]
o en un páramo de horizonte engañoso
o en la estrecha claridad de un robledal
o en una ciudad que se tornó desconocida
porque esperaste en los extramuros de su tiempo
como si ya no existiera ningún tiempo,
y no habrá más orientación que esa estrella
sofocada, por ti, en el zulo de tus ilusiones.
¿La recuerdas? Ha vuelto a remontar y relumbra.
Escucha, poco importa que ahora apenas sea
la exigua luz de una bengala, una llamarada
de auxilio, una llamada desde lo más oscuro.
Te jugarás al buscarla entre los rescoldos del cielo.
Procurarás alcanzar lo que se extingue con su luz.
Acaso nunca lo consigas pero revivas un temblor
anhelante y un chasquido, el ímpetu incendiado
de la pólvora que sube y se estrella en la negrura
para ser estrella breve y redimida esperanza.
(de Epifanía y trastienda, primer libro de la trilogía Las caras y las arcas, 2017)
Perspectivas
Paladean tu misterio y te llaman el Master Chef.
En ti, sostienen percibir a nuestro futuro anfitrión.
Lo juran anhelando compartir tu mesa deleitosa.
Pero, como sucede en cualquier evento,
en el de esta tarde, se han colado los aguafiestas,
interrumpen a gritos y me advierten
que no pasaremos de la encimera en tu cocina,
que allí apenas seremos los tiernos ingredientes
con que preparas esa papilla enjundiosa
que te engulles por las noches muy a solas.
(de Epifanía y trastienda, primer libro de la trilogía Las caras y las arcas, 2017)
Vigilia
Busco dormirme arrullado
por el ritmo incipiente
de un poema aún por escribir.
Entrecierro los ojos y veo
las caras de unos muertos,
ninguna me resulta conocida,
por más empeño que le ponga.
Por más que estos fragmentos
de greda plomiza y gravitante
frecuenten mis duermevelas.
Ni que fueran mis parientes,
¿de dónde iban a salirme
tantos deudos? Son antiguos,
no pudieron vivir en esta casa
ni sumarlos mi mente al cielo raso.
Afuera el canto de las ranas
inaugura una laguna inexistente.
El perfume de los azahares impone
su realidad, encuentra un resquicio
y sabe llegar hasta mi cuarto.
Como una exhalación se me cruza
el comienzo de Naranjo en flor [2].
Una flor así reviviría a estos muertos.
Evoco los cerros muy al fondo
de una arboleda que acostumbro
a sobrevolar en sueños, quizá
en el de esta noche volveré
a rozar sus copas mientras huyo
de enemigos que jamás elegí.
Si me asomara a la ventana,
la luna me mostraría el perfil
adusto de unas cumbres.
Si me adentrara en el sueño,
también vería en una ladera
el fuego de unos carros de asalto,
bajan a estas horas, coinciden
con la borradura de estos rostros.
Me llega un ruido violento.
Algo sucede en un galpón vecino.
Me incorporo. Se esfuman
los muertos como al toque
de un gong inaudible para mí.
Uno me deja la fosforescencia
de una inscripción efímera:
“Ese almacén sólo almacena
sílabas de primera necesidad”.
(de Epifanía y trastienda, primer libro de la trilogía Las caras y las arcas, 2017)
[1] La pradera de la gaviota, uno de los nombres que los vikingos daban al mar en sus poemas, ver Jorge Luis Borges, Literaturas germánicas medievales, 1980.
[2] Naranjo en flor, tango de los hermanos Expósito; Homero (letra) y Virgilio (música), 1944.
Sergio Infante

Santiago de Chile, 1947, escritor y profesor universitario, ha publicado los siguientes libros de poemas: Abismos grises (1967), Sobre exilios/Om Exilen (1979), Retrato de época (1982), Distancias (1987), El amor de los parias (1990), La del alba sería (2002) y Las aguas bisiestas (2012), la trilogía Las caras y las arcas (2017). Su obra lírica, además, puede encontrarse en antologías, como la de Soledad Bianchi y la reciente de Teresa Calderón, Lila Calderón y Thomas Harris, además de revistas y periódicos de Europa e Hispanoamérica como traducida a otras lenguas. En 2008 apareció en Santiago su novela Los rebaños del cíclope que hace parte de una trilogía. Ha participado en eventos internacionales. Infante, que reside en Suecia donde llegó como refugiado político en 1975, es doctor en Filosofía y Letras; y a fines de 2012 se jubiló de su cargo de profesor titular en el Departamento de Español, Portugués y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo. Fue, además, fundador –junto a Adrián Santini, Carlos Geywitz, Sergio Badilla y Edgardo Mardones– del Grupo Taller de Estocolmo (1977-1987), un referente importante en la historia de la literatura del exilio chileno. En 2002 recibió el Premio Cóndor, en mención Literatura, como reconocimiento a su obra poética.
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