-Sergio Infante-
Segunda muerte de narciso
Me acerco a la superficie de un remanso,
me devuelve la cara inesperada del Gran Rasca
No salgo de mi estupor mientras las aguas
menguan sin dejar de mostrarme en esa cara.
Se evaporan, pierden volumen hasta ser
pedregullo y lamilla, yesca en breve.
Y mi cara, la del Rasca,
unas lajas y un cangrejo
podrido por el sol,
por el mismo sol
que atraviesa el tamiz roto del ozono,
y me cae en la nuca como una guillotina
encariñada; muy pulcra, les diría.
(de Las aguas bisiestas, 2012)
Era yo muy joven
Vamos a la pieza del fondo,
m’hijo lindo,
me indicó la vidente.
Atravesamos el largo pasillo
y el silencio inquieto.
En el cuarto, las velas retenían
la tarde ya perdida en la calle.
Fíjese bien en esta bola de cristal,
ordenó quitando el tafetán.
No es la misma que usa en la feria,
dije para disimular el apocamiento,
unos destellos de arco voltaico
me achicaban en mi metro ochenta.
Cuando la vidente me invitó a su casa,
puso una condición: pasara lo que pasara,
jamás lo imprevisto me haría cerrar los ojos.
Juré obedecerla, pensando en el acertijo
de su cuerpo bajo el disfraz de maga.
Fíjese bien en lo que ve,
m’hijo lindo.
Dentro de la bola de cristal,
otra esfera: fumarolas y fuegos.
Me volví hacia la vidente
y dije muy seguro:
Es el sol. Es el sol,
llega a quemar.
Frío, frío como el agua del río,
se burló. Se había quitado el turbante
y, mientras reía, una agitación azabache
le tocaba los hombros y me tocaba.
Pero mire con sabiduría, m’hijo lindo.
Mis ojos rozaron un incendio
que maldije con diatribas de silencio.
Será el infierno entonces,
casi lo grité.
Pero usted, m’hijo lindo,
no cree en el infierno.
Acuérdese,
me lo contó por el camino.
Esto es lo que será la Tierra.
Escuche a ese potentado
cómo repite y repite:
Mis empresas
por un bidón de cristalina.
Qué agua, m’hijo lindo.
Ríos de lava, ladera abajo.
Me tomó la mano y agregó:
Ahora, si todavía le quedan ganas,
hay más piezas en la casa, m’hijo lindo.
(de Las aguas bisiestas, 2012)
No llegaremos a los postres
Y ahora, ¿quién
reclama el copyright
de esta reputada receta
donde, lenta y revuelta,
la Tierra se cuece
en su propia salsa?
(de Las aguas bisiestas, 2012)
El eterno retorno
Lo repites a cada rato: Muchísimo
antes de que el Sol se apague,
el humano abandonará la Tierra,
la dejará como esos huesos roídos
que los perros dejan tirados en el pasto.
Cambiará de nombre el humano.
En poderosas naves, el terrícola
hallará otro sol y la atmósfera
amable de un planeta.
Pero te mortifica esa esperanza.
Te alarmas como si el domingo
fuéramos a despertar con eso.
Y batallas tu chisme, la conjetura
de que la mayoría se quedará aquí
abajo, mirando las nubes podridas.
Humanos hasta más no poder.
Del día a la noche te paseas por la casa
con una lápida en la boca.
Por momentos la boca resucita,
se muestra en las ventanas
y larga una predicción que nadie escucha.
Sales al patio en cuanto la casa queda a oscuras,
vas a mirar el cielo.
No has parado de pensar:
el terrícola llevará en el origen
de su nombre una huella indeleble.
Te desconsuela la fatalidad de ese recuerdo,
adviertes allí las cuerdas que confirman el cepo.
A medida en que los años despidan siglos
y en el nuevo planeta las generaciones
se vayan sucediendo, la Tierra,
ese infierno un día abandonado,
se parecerá cada vez más al Paraíso.
Por amaños de quién sabe qué nostalgia,
la Tierra se igualará a lo que ya han de ser
historias borrosas, pero dulces todavía,
cuando los futuros terrícolas se suban
a las primeras de esas naves salvadoras.
Sigues plantado en el patio, arriba hay estrellas.
Y como si desde el firmamento te chispearan
esquirlas de alegría, admites la posible existencia
de terrícolas inmunes al romanticismo
oculto en la carnada del paraíso perdido.
Terrícolas de sangre prevenida que llevarán
un desierto y un río envenenado en la memoria;
el depredador y la víctima, estigmas del ancestro.
Ellos, del humano, solo honrarán los momentos
en que Leonardo tomaba el cuaderno
y esbozaba unas alas,
sin pretender el ángel ni los pájaros.
(de Las aguas bisiestas, 2012)
Sergio Infante

Santiago de Chile, 1947, escritor y profesor universitario, ha publicado los siguientes libros de poemas: Abismos grises (1967), Sobre exilios/Om Exilen (1979), Retrato de época (1982), Distancias (1987), El amor de los parias (1990), La del alba sería (2002) y Las aguas bisiestas (2012), la trilogía Las caras y las arcas (2017). Su obra lírica, además, puede encontrarse en antologías, como la de Soledad Bianchi y la reciente de Teresa Calderón, Lila Calderón y Thomas Harris, además de revistas y periódicos de Europa e Hispanoamérica como traducida a otras lenguas. En 2008 apareció en Santiago su novela Los rebaños del cíclope que hace parte de una trilogía. Ha participado en eventos internacionales. Infante, que reside en Suecia donde llegó como refugiado político en 1975, es doctor en Filosofía y Letras; y a fines de 2012 se jubiló de su cargo de profesor titular en el Departamento de Español, Portugués y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo. Fue, además, fundador –junto a Adrián Santini, Carlos Geywitz, Sergio Badilla y Edgardo Mardones– del Grupo Taller de Estocolmo (1977-1987), un referente importante en la historia de la literatura del exilio chileno. En 2002 recibió el Premio Cóndor, en mención Literatura, como reconocimiento a su obra poética.
3 Commentarios
Poesia sutil y esquisita.
ME GUSTÓ LEERTE POETA, ESA OBSESIÓN QUE LLEVAS POR EL MUNDO.
Excelentes poemas labrados con un bello ritmo sonoro-musical que nos advierten con razón de un peligro real que acecha a la humanidad cada vez más.
Dejar un comentario