-Diana Morales Castillo | POESÍA–
Dormitando
Soy una jirafa
queriendo descolgar
el techo
de un cabezazo
y ponerme de sombrero al sol.
Dormir.
Soliloquio
Las sílabas son de azabache
y la garganta de embudo
es de pleamar,
entre una gris vocal,
una verde consonante,
entre la libertad
y buscarse un sedante al dormir.
Mi melena añejada,
con sus hilos blancos
asomándose como sudor
de esperma cayendo
del paladar de Dios
acompañan ecos sin ecos,
voces que no son nada
y mi frío que es calor.
Aligero los pies para el baile,
respiro con las venas entreabiertas,
la música corroe ese breve espacio
de cosas que con una alegre tonada
en la barriga de un violín
me dicen adiós.
Un domingo azul.
Tardes
El sol va cediendo
a la camisa de fuerza
de las nubes
entra
sale
entra
cierra
sale
entra
divago
divago
Las paredes hablan
de especias y de
sudor que le ha
salpicado el rostro
a las horas…
Mi cabello es un manojo
de centellas buscando
un almohadón gigante
dónde reposar
su aliento a feromona.
Un minino dormita
sobre la torre de Babel
y un fauno se pasea
por las articulaciones
de este bolígrafo
que sin ser espada
ha degollado el sopor.
Cuadrados
Mi espíritu de vidrio
nada entre los oleajes
del sopor lunar.
Se me resbalan las pupilas
como huevos estrellados
en un teflón oprimido
por un billete.
Ausencia.
Presencia.
Busco en los anversos
de la calle
un poco de oxígeno.
No lo encuentro.
La caja de arena
es cada vez más grande
para este gato.
Le intento dar una tunda
a los días cadavéricos
de un discordante calendario,
pero la mortaja
desde mi habitación llama.
Es la hora.
X
Un vaso se desfoga
entre mis papilas gustativas.
Van sorbos de cuervo.
Mi vientre es un bombo
que busca despertar al amor
de esta gran tumba
que es la tierra.
Ya no caben más lágrimas
para tanto llanto entrecortado.
Abre los ojos para que reviva el sol.
Ahora vuelo con sordina.
Caleidoscopio
Caleidoscopio
Era la salida.
No.
Era un sitio donde
no había entrada.
Olor a troncos y menta.
Olor a tubérculo,
a lágrima de Dios y polvo.
Un olor a pache
y café hervido.
Estaba tu boca
soplando el alba.
Pinceles y brochas
bailaban y celebraban
un amor supremo:
entonces el metal
y el viento,
una barriga de cuero
que esperaba
por los dedos de Neptuno.
Conjugar en pasado,
sin que haya venido el futuro
pero saber que todo es hoy.
En la cabeza tengo
aún la ciudad.
Palabras sin urdir,
líneas que se pierden
en su propio trazo.
Pero veía (y vuelvo)
aquella ventana
que corría el paisaje.
Estar un poquito loco,
estar totalmente loco.
Y me abrazabas (y vuelvo)
y en paredes que eran biombos
vi el tiempo según Kandinsky
«ya ves que te dije»…
La eternidad dura poco,
lo que sea ese poco,
lo que sea que dura el sueño,
lo que sea que dura la muerte.
Una paleta de matices
en movimiento.
Un gato amigo
y conviviente de un perro,
amantes de afilados colmillos.
Los dos gigantes que
observaban desde una pipa de hachís.
Era París, era Bagdad,
era el mundo,
postales desde otra galaxia.
El sol-gira-sol.
Alejandra,
el calendario pasa,
anochece,
encandila a veces
con lo efímero.
Tus pies que escalan estrellas
ven desde lejos
mi vientre que poco a poco
es una naranja seca.
Endulza con tus alas
el oxígeno que no mata peces
y mueve el plumaje del río.
Un bosque de amaretto
te acolocha los cabellos negros,
huérfana que me llamas madre.
Mi sangre inhala
vino de un caleidoscopio.
Desperté.
Diana Morales Castillo

Poeta, coeditora en nadaEditores, su primer libro de poesía fue publicado con Ediciones Viaje a la Luna llamado Los escombros del purgatorio y en febrero del 2017 presentó su segundo libro de poesía a través de Ediciones Bizarras en colaboración con nadaEditores llamado Animus Necandi.
2 Commentarios
Lindo,
tan lindo,
ternura…
Gracias. un abrazo.
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