Tomás Rosada | Política y sociedad / MIS CINCO LEN
Se acabó el tiempo. El actual ciclo político está, afortunadamente, ya en sus últimos estertores. La convocatoria a elecciones está a la vuelta de la esquina y ya hay un buen ramillete de binomios dando vueltas. Dentro de cuatro meses estaremos asistiendo a los centros de votación.
Hasta allí todo bien. En apariencia solamente. Porque desafortunadamente, debido al berrinche de terminar anticipadamente con la Cicig, toda la energía y attention span de la sociedad se ha consumido en pelearnos entre nosotros. De lado se quedó la discusión sustantiva. La que debía suceder para poder informar a la ciudadanía: cuál es la propuesta de las distintas plataformas políticas que esperan llegar al poder.
El pretexto será que no hubo tiempo, que no se podía hacer campaña anticipada, que el tiempo en medios fue insuficiente, y qué se yo qué más. Pero la verdad es que se le hace un enorme desfavor a la democracia cuando los eventos electorales se vacían de contenido. Es el caldo de cultivo perfecto para caudillismos que se especializan en exacerbar emociones en los votantes.
Si antes no había demasiados incentivos para invertir en planes de gobierno y conformar equipos técnicos, ahora mucho menos. Las energías y recursos están enfocadas en organizar la logística del día de las elecciones, en evitar impugnaciones, y en asegurar alianzas y apoyos de ciertos grupos clave.
¿A quién beneficia estas reglas de juego?, se preguntará usted. Pues a los que ya invirtieron en el pasado. A aquellos candidatos y partidos que han hecho un trabajo durante muchos más años y que por lo mismo se han posicionado, aunque solamente sea para reconocer la marca (el símbolo partidario). Dicho de otra forma, a los que están haciendo cola. A las opciones más nuevas y frescas no les queda más opción que redoblar esfuerzos de comunicación para darse a conocer y afianzarse en el radar del electorado.
Con tal esquema de incentivos, los temas grandotes, los de fondo, los que precisan ser abordados para salir de nuestro atraso, difícilmente llegarán a ser discutidos: bajo crecimiento, baja productividad, alta informalidad, alta pobreza, alta desigualdad, alta conflictividad, baja cohesión social.
La única esperanza es que la misma ciudadanía demande a los candidatos ciertos mínimos: qué van a priorizar, cuánto va a costar, de dónde van a salir los recursos, cómo van a rendir cuentas, con qué equipos técnicos y políticos quieren gobernar.
Así que es su responsabilidad hacer presión, demandar, exigir, ¡patalear si hace falta! Porque si los partidos políticos no comunican y la sociedad no demanda comunicación, luego no nos quejemos de estar eligiendo a otro gobierno más «de transición».
¿Transición hacia qué o hacia dónde?… sabrá Dios.
Tomás Rosada

Guatemalteco, lector, escuchacuentos, economista y errante empedernido. Creyente en el poder de la acción colectiva; en los bienes, las instituciones y los servidores públicos. Le apuesta siempre al diálogo social para la transformación de estructuras. Tercamente convencido de que la desigualdad extrema es un lastre histórico que hay que cambiar en Guatemala. Por eso, y sin querer, se metió al callejón del desarrollo, de donde nunca más volvió a salir. Algún día volverá a levantar el campamento y regresará a Guatemala para instalarse en el centro —allí cerquita de donde dejó el ombligo—, para tomar café, escribir, escuchar y revivir historias de ese país que se le metió en la piel por boca y ojos de padres y abuelos.
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