Jesse Reneau | Arte/cultura / EL CUARTO AMARILLO
Roberto miraba la televisión con los ojos como platos. El general hablaba y hablaba, sonreía cínicamente, decía que no se hacía responsable si las cosas se salían de control. Y, en efecto, todo se salió de control; las personas se habían desatado. Roberto dio un sorbo a su fresco de mora y siguió viendo el mundo detrás de la pantallita de cristal. ¿Por qué la gente apoya al general? ¿Qué tenía en la cabeza?
Hizo una mueca de disgusto. En la tele, los manifestantes empezaban a quemar llantas. 900 personas atrapadas en el edificio Empresarial, cifra que hizo temblar a Roberto. No, no podía ser que la gente estuviera a favor del general. Imposible: pero ahí estaban, a favor de que fuera inscrito para candidato presidencial. El mundo estaba loco, y Guatemala aún más.
Apagó el televisor y recordó que tenía que ir a la zapatería a averiguar si ya le habían arreglado las botas. Se preguntó si era prudente salir así, pero se dijo que nada malo le ocurriría. Aquel tipo tenía una suerte… y, además, decía que Dios siempre estaba con él y que así, nada ni nadie podían contra él.
Se colocó su sombrero y agarró el paraguas, porque desde temprano ese día habían empezado a caer plumas negras del cielo. Salió en silencio, como quien no quiere ser atrapado. Igualmente, todos estaban en sus casas; como él, miraban el televisor horrorizados.
La zapatería quedaba a dos cuadras. El bullicio de la manifestación estaba cerca, al igual que el humo, que las plumas y la gente corriendo. Está bien; allí sintió un poco de miedo. ¿Y si lo atrapaban, como a los del edificio Empresarial? Solo a él se le ocurría salir ese día por algo tan tonto como unas botas. Sin embargo, no dio media vuelta. Siguió caminando como todo hombre que se cree valiente.
Sintió el camino largo, al contrario de los días normales; pero ese día era un día negro y todo oscurecía, hasta el tiempo y los relojes. Todo el paraguas se había teñido con plumas negras también.
Siguió y siguió. Incluso pasó la zapatería, que de todas maneras estaba cerrada. Los gritos de la gente se escuchaban cada vez más cerca y el olor a humo y caucho quemado le inundaba cada vez más la nariz. Una furia contagiosa se le sembró en el pecho, pero sentía miedo. Ni siquiera sabía por qué seguía avanzando.
Frente a él había una obra de teatro. El director seguramente era el general, viéndolo todo desde arriba, en el asiento más cómodo del teatro. Los manifestantes eran los actores; la mayoría de ellos con capuchas negras, sin rostro, por cierto. Interpretaban su papel con una pasión digna de un Óscar. Gritaban, golpeaban, gritaban, saltaban. Oh, ¡y la escenografía! ¡La utilería! Buses, fuego, palos, machetes, armas, todo lo que uno se pudiera imaginar. ¡Bravo!
Los policías habían desaparecido. Roberto casi se sintió mal por ellos, ¡qué lástima que se perdieron de su actuación estelar!
Roberto miraba aquel majestuoso acto maravillado, sin atreverse a formar parte de él. Le dieron ganas de sentarse y comer palomitas. Esto era muchísimo mejor que ver todo por televisión. Había tanto por ver, que ni sabía en dónde poner los ojos. Sin embargo, hubo algo que captó su atención de inmediato: un hombre.
No era un hombre cualquiera. Era el único hombre rojo entre tanto plumaje negro. Estaba marcado por la muerte y portaba una letra X en el pecho.
El hombre corría junto a dos compañeros mientras la X le vibraba a cada paso que daba. Los estaban persiguiendo a punta de palos y machetes. Roberto empezó a correr con ellos, sin querer perderse de lo que ocurriría.
No supo cuánto corrió, hasta que los manifestantes se cansaron. Rieron, se dieron media vuelta y regresaron a formar parte del espectáculo. Roberto quiso vomitar. Se detuvo, jadeando y continuó observando al hombre con la letra maldita.
El hombre estaba más allá que acá. Después de unos segundos, cayó al suelo. Las plumas lo cubrieron completamente, tapizándole el rojo de la vida.
Así, sin más, el corazón se le apagó.
Roberto se dijo que todo era demasiado, que la obra no le había gustado en absoluto y que odiaba al general con todas sus fuerzas. Se limpió las lágrimas, se dio media vuelta y regresó a casa.
Jesse Reneau

Estudiante de Ciencias de la Comunicación. Amante de la música, la playa y la literatura. Su gran sueño es llegar a ser periodista y tener una motocicleta negra.
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