Sindy Hernández Bonilla | Para no extinguirnos / SIMBIOSIS
El próximo 22 de abril se conmemora el Día de la Tierra, día para reconocer a la Tierra como nuestro hogar y nuestra madre, así como lo han expresado distintas culturas a lo largo de la historia, demostrando la interdependencia entre sus muchos ecosistemas y los seres vivos que la habitamos. Quizá al menos ese día podamos reflexionar, repensar y modificar algunos de nuestros hábitos de consumo que tienen efectos nocivos ambientales y sociales.
Posiblemente cada vez hay más personas que buscan evitar la utilización de bolsas, botellas o vasos desechables, pero al mismo tiempo hay otras cosas que pasan totalmente desapercibidas. Por ejemplo el uso de las pajillas o pitillos, popotes, bombilla, carrizo o sorbetes, como se les conoce en otros países, y que son empleadas para transferir líquidos de un recipiente a la boca.
El uso se incrementó debido a que el producto cumplía el objetivo de reducir riegos de transmisión de enfermedades por recipientes mal lavados o por otras circunstancias, también para evitar que el contacto de las manos y el calor corporal calentaran los vasos que contenían bebidas frías.
La utilización casi se convirtió en una regla u obligación, en una inercia. Mecánicamente son entregadas al consumidor o este las requiere y en casos las exige. En una ocasión el dueño de un restaurante comentaba que era «mejor ponerlas (pajillas) porque si no luego vienen los reclamos o las molestias».
Las primeras pajillas fueron hechas con materiales naturales: tallos o pajas. Después se popularizaron y surgieron otras formas de fabricación industrializada, agregando materia prima como plástico o polietileno, logrando colores y formas entretenidas.
Lo malo con esto, es que su uso repercute en otros seres vivos y otros medios de vida, como el acuático, ya que animales marinos confunden los trozos de plástico con comida. Mucha de la basura que generamos en la tierra llega al océano, y son precisamente los principales contaminantes materiales plásticos como: las pajillas, los envases desechables y las bolsas.
Al final de todo, el consumismo es irracional. Así, si los restaurantes, comedores, ventas de bebidas, hospitales, supermecados, lugares de comida rápida, entre otros, optan por seguir promoviendo el uso de plásticos como bolsas, envases o pajillas, y por su parte el consumidor exige y hasta se incomoda porque le sirvan agua de filtro en vez de una botella sellada; no le lleven una pajilla o no le den una bolsa de plástico, quizá lo que vale la pena es que al menos se busque que el material con el que están elaborados sea biodegradable.
Existen empresas que trabajan con materiales a base de coco, bambú, fécula de maíz, entre otros. También hay empresas que elaboran pajillas 100 % biodegradables, a base del grano de centeno y otros que las fabrican con papel. Las pajillas a base de estos productos tienen una vida útil de una hora y un proceso de biodegradación de 15 días bajo composta o basurero, contrario a las que están hechas a base de polietileno, colorantes aditivos, que para que regrese a un estado natural tienen que pasar más de 500 años.
Un problema adicional es que el propileno carece de facilidades para degradarse y nada más se fracciona en miles de pedazos pequeños que alteran la ecología. O en el peor de los casos, como mencioné arriba, llegan a los mares y los animales los confunden con alimento.
Lo más preocupante es que se hacen de un material que se extrae del petróleo, recurso natural no renovable. Además, al ser basura ya no pueden, o es muy difícil, reciclarlas.
¿Podremos ser capaces de utilizar la razón cada vez que vamos a consumir algo? Será que en nuestra próxima compra de bebida podremos decir «¡sin pajilla por favor!», o «no necesito la pajilla, gracias». O, en el caso de no se pueda prescindir de su uso, ¿podremos preguntar si el material del que están hechas es biodegradable?
Sindy Hernández Bonilla

Amo la naturaleza y por ende la vida. Me apasiona trabajar y siempre estoy aprendiendo. Tomo en serio y empeño lo que hago: el trabajo, mis relaciones, mi entorno. Escribir es un ejercicio que además de estimular mi creatividad, permite compartir algunas de mis inquietudes y reflexiones principalmente de la biología o la ecología.
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