Luis Ricardo López Alvarez | Arte/cultura / CATÁBASIS
No es de extrañar que al medio hispanoamericano, o guatemalteco, llegue con virulenta y necrótica fuerza la propuesta y papel del hombre nuevo. Un hombre del mundo moderno que, como su antecesor, es vacío en todo sentido espiritual, es un envase de un producto light, que tiene por único propósito sumergirse al deleite de sus sentidos; que vale por su aspecto físico cuasi afeminado, por las propiedades que acumula o ha acumulado y no es sino una pose, una sombra que imita de forma ridícula algo de lo que pudo ser el mundo antiguo.
Este hombre nuevo si trabaja o no lo hace, dedica sus tiempos libres a la excitación constante de su sexo; o someterse en la tortura de su capacidad genética (a la que valora peor que una escupida en el suelo) al introducirse todo tipo de sustancias nocivas para la salud por el simple hecho de experimentar, de vivir con la creencia de que es inmune a toda consecuencia.
Si la mujer moderna se queja de la hipersexualización y el slut-shaming al que se adjudica estar sometida en la gran ficción del sistema patriarcal, el hombre moderno al mismo tiempo está sometido a la hiperestupidización e hiperestimulación de sus sentidos. No puede ver ni oír, pues le distrae la publicidad y el entretenimiento, no puede oler pues se ha fastidiado este sentido por la contaminación, no sabe degustar por la sobreestimulación que le produce el consumo de glutamato monosódico y otros aditivos en sus alimentos diarios; no puede ya emplear su sentido del tacto, pues se encuentra ocupado en la porción de prepucio que le dejaron luego de una circuncisión involuntaria e innecesaria luego de nacer.
El hombre moderno hiperestupidizado es presentado a diario por televisión o medios de transmisión en línea. Cientos de películas y series de televisión actualmente reconocen el incentivo a la mujer para ser valiente e intelectualmente propositiva, cosa que no veo mal, teniendo en cuenta que no es una cualidad moderna, pues en el pasado ha habido ejemplos de valientes y protectoras de su patria y familia como en el caso de Ixquíc, María Pita o Juana de Arco, o intelectualmente activas como Marie Curie o Stephanie Kwolek, entre otras. Pero al hombre se le presenta como vicioso, estúpido, negligente en sus creencias, taimado, flojo, desentendido de sus deberes como padre (líder, formador y ejemplo); y queda para nosotros no más que una caricatura tan publicitada como Homero Simpson.
Para nosotros, el hombre moderno guatemalteco, el joven, desdeña el ejercicio y el fortalecimiento de su cuerpo por salud, y si lo hace es durante su época escolar, luego de ella no vuelve a cultivar el ejercicio, deja su cuerpo al abandono y a propósito de ello es presa fácil de las enfermedades y achaques, si es que llega a la vejez. Su máximo encuentro con el deporte consiste en el doble control de pantallas para observar partidos de futbol en simultáneo.
Este moderno guatemalteco no estudia, y carece del menor interés cultural; para él son afeminamientos o pérdidas de tiempo que le alejan del entretenimiento, la bebida en desmedida o de la gran máquina productora de dinero.
Y si es que acaso no ha sucumbido en la degeneración y goce inmediato que le ofrece la pornografía o el burdel, es medianamente creyente de su rito o creencias religiosas. Se vuelve fanático sin comprender lo que cree o lee; o defiende causas o grupos que le son totalmente ajenos. Olvida el fuego, las velas y el incienso que arden por sus ancestros.
No busca comprender el origen o las formas de trascendencia que ofrece su credo y cae presa fácil de las logias o las sectas, sí que acaso es moderadamente inteligente o bien posicionado.
Este hombre guatemalteco moderno, neomasculino, se avergüenza de serlo, es apologista de todas sus acciones y su razonar ; desprecia el trabajo duro, las penas y pruebas que la vida le ofrece para hacerse más fuerte; es blando de carácter, se endeuda imprudentemente, ignora su historia familiar y el origen de su pueblo; ha olvidado el cortejo y las buenas maneras, pues ahora le basta con mover el dedo en la pantalla de su teléfono para escoger compañera temporal; dos cuerpos masturbándose uno al otro con cuerpo ajeno, la mañana siguiente se habrán olvidado el uno del otro. Deja de pedir a su compañera que posea cualidades morales o intelectuales porque él mismo carece de ellas.
Se regocija como niño eterno en la colección de juegos y figuritas que no son ya propios de su edad o se ha vuelto exclusivo conocedor de las perversiones. Todo lo hace sumergido en el disfrute del hoy, pues mientras llega el mañana, se ha llevado un buen recuerdo para su vejez, allá donde la diabetes, la cárcel, las deudas, el cadalso autoimpuesto o las enfermedades venéreas le esperan.
Se disculpa frente a la mujer, sin saber de qué se disculpa; se reconoce violador, opresor, invasivo. No sabe realmente quién es o de dónde ha surgido, cómo ha de asumirse, pues su única preocupación actual es la aceptación de la mujer, recibir el título de digno; desprovisto de dioses y de ritos, de filosofía estoica (que le forme para la fortaleza), de historia y de herencia cultural, del conocimiento de los valores de sus abuelos, de figura paterna en casa; este hombre moderno guatemalteco no es más que un cascarón vacío.
Este artículo no va dirigido a las mujeres, va a cada hombre para que se busque a sí mismo, que se sienta perdido en este mundo moderno; que se sienta asqueado por las alternativas que le ofrecen y las nuevas alternativas que no son nada prometedoras, que voltee al pasado; al atardecer; que contemple con sus propios ojos como el sol de la tradición quema sus pupilas y le brinda unas nuevas.
Ajpu, nahual masculino, es, en la cosmovisión maya, en la religión de los abuelos; el vencedor, el varón, el gran jefe, el guerrero espiritual, el cazador. Es al mismo tiempo los dos héroes gemelos Hun Ajpu e Ixbalamque; respetuosos de sus tradiciones, de su madre y su abuela, protectores por tanto de ellas; astutos, preocupados por derrotar la enfermedad, el mal, la degeneración moral, espiritual, intelectual; enemigos del lujo y la vanidad (representada en el Pop Wuj por Wukub Kakix); magos, sacerdotes, líderes, respetuosos y conocedores de la naturaleza. Ajpu, nuestro nahual, nuestro símbolo masculino, que sea el estímulo del hombre que se rebela contra el mundo moderno, y se encuentra con el que siempre ha sido, con el que siempre debió ser.
Luis Ricardo López Alvarez

Escritor, docente y lector. Licenciado en Letras por la USAC yProfesor en Lenguaje y Ciencias Sociales por la UFM. Miembro del colectivo Testosterona Literaria.
4 Commentarios
aceptelo machirulito el hombre masculino cavernicola que tanto beneran ya es un especimen extinto solo quedan 3 machitos que tienen miedo a vivir una masculinidad menos toxica y mas en sintonia y no les hace falta mucho tiempo antes de que columnas como estas sean eliminadas acepten que lxs personas ya no quieren bestias. le hacen un favor a la humanidad al no multiplicarse y espantar al resto al dejar en evidencia publica sus pensamientos atrasados
El atraso empieza con su ‘inclusividad’. «Lxs» no existe, «las» o «los» sí es un determinante válido según la RAE. Si usted se siente desigual por las expresiones de equidad de género distintas de su opinión déjeme aclararle entonces que «ser inclusive es sole une mode».
es ofensivo que un medio respetado como gazeta le de espacio a una columna tan anticuada y obsoleta como esta
Yo creo que cada quién tiene derecho a vivir su masculinidad como le plazca, usted siendo mujer no lo entendería, pues su mutilación de falo se le nota demasiado.
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