-Camilo García Giraldo / REFLEXIONES–
En la gran película de Ingmar Bergman Persona (1966), considerada por él mismo y por muchos críticos como la mejor de una serie de obras maestras cinematográficas como Fresas salvajes, El silencio, El séptimo sello o Fanny y Alexander, la conocida actriz de teatro Elisabeth Vogler se queda sin habla durante una actuación en la pieza clásica de Electra. Es llevada al hospital para que los médicos la examinaran y dieran un diagnóstico de lo que le ha ocurrido. Al no encontrar una respuesta a su estado, se decide trasladarla a una idílica casa de verano junto con una enfermera llamada Alma, para que se encargue de cuidarla y atenderla con la esperanza de que salga de este estado de mutismo en que ha caído. Allí, entonces, se establece una relación sorprendente entre las dos, en la que la enfermera no solo toma sino se hace dueña absoluta de la palabra, debido al silencio persistente de la actriz. Al hablarle sin aparente límite, le narra las vivencias e intimidades de su vida, como el haber tenido que abortar o como el sentir en ocasiones que lo que es como persona no corresponde a su conducta. Al hacerlo así, la enfermera comienza a actuar, o mejor, a realizar una determinada acción con el lenguaje, precisamente la de narrar algo. Y aunque el acto de narrar no es propiamente una acción realizativa, como la de hacer una promesa, contraer un compromiso, dar una orden o pedir disculpas, en el sentido en que lo expuso y definió el pensador inglés John Austin en su conocido libro Cómo hacer cosas con palabras, sí es una forma de acción en tanto modifica la comprensión del sentido de la vivencia que tenía hasta ese momento el que la narra y también altera el sentido de la comprensión que hasta ese instante el que escucha tenía de vivencias semejantes. Por eso la enfermera Alma, al narrar algo esencial de su vida a Elisabet, obra o actúa sobre la interioridad de sus espíritus o sus almas. De ahí que el nombre Alma no se lo dio Bergman a la enfermera por un simple capricho, sino porque era el que mejor se ajustaba al significado de la acción narrativa que realiza.
Pero además, Alma, como todo ser humano que habla con otro o le narra algo de su vida, actúa en el sentido estricto teatral de la palabra porque al pronunciar sus palabras realiza gestos, ademanes y movimientos con su rostro y su cuerpo, y sobre todo porque interpreta un “papel” de un personaje que en este caso es ella misma; un personaje que recrea aspectos significativos de su propia vida narrándolos. Y el escenario de su actuación no es una sala de teatro frente a un público numeroso, sino la habitación de esa casa veraniega cuyo único público que la contempla y la escucha es la actriz muda tendida en su cama. De tal modo que la enfermera que puede ser un eventual miembro de un público de una representación teatral, se convierte en una especie de actriz que actúa interpretando el papel de su propio ser, de su propia persona. Por eso la enfermera Alma termina convirtiéndose en una especie de actriz teatral semejante a Elisabeth; el hecho, entonces, de ser en ese momento las dos actrices las identifica totalmente. Bergman casi al final de la película nos indica, entonces, esta identificación que se produce entre las dos fundiendo en una sola imagen sus rostros.

Debemos decir que esta relación entre estos personajes que nos parece extraña, o por lo menos, sorprendente y excepcional nos revela, sin embargo, un hecho real común y general de la existencia de los seres humanos: el de que a lo largo de sus vidas cambian los papeles o roles laborales-profesionales, sociales, familiares, políticos u otros que desempeñan en ellas, que sus vidas transcurren desempeñando diversos papeles de modo simultáneo, alternado o sucesivo a lo largo del tiempo que las contiene. Cada vez que cada persona desempeña un determinado papel en su vida forja no solo su ser, es decir, su identidad personal más propia, sino que al mismo tiempo, se identifica con todas las demás que también en ese momento lo desempeñan, con las que lo desempeñaron en el pasado y con las que lo desempeñarán en el futuro. De tal modo que una persona al desempeñar un determinado papel en su vida es al mismo tiempo idéntico a sí mismo y a otras personas. Y esta doble condición marca y define necesaria e inevitablemente toda su existencia como ser social que es por excelencia.
Además, el papel o los papeles que una persona desempeña en su vida son los que le dan el sentido a esa vida; solo cuando las personas desempeñan determinados papeles o roles en sus vidas se dan un sentido o razón de ser que las fundamenta. Es el desempeño del papel el que forja siempre el sentido de la existencia de cada persona. Por eso cuando alguien deja de desempeñar o no puede desempeñar ningún papel en su vida, comienza a perder el sentido esencial que la sostiene en pie, y el vacío o la nada se apoderan de su ser; su ser se comienza a identificar con la nada. Seguramente el silencio en el que cae Elisabeth Vogler fue resultado de su deseo de no seguir desempeñando el papel esencial de su vida, actriz de teatro, porque había agotado su función; y al renunciar a ese papel que le daba sentido a su ser y existencia comenzó a irrumpir con fuerza el vacío de la nada en su ser. Por eso el silencio que adopta es con gran certeza la manifestación y el testimonio vivo y elocuente de este vacío del “no ser”, de la nada, que comenzó a reinar soberano en el interior de sí misma.
Ingmar Bergman, imagen tomada de Cineuropa.
Camilo García Giraldo

Soy escritor y filosófo colombiano residenciado en Estocolmo, Suecia, desde hace 28 años.
3 Commentarios
Maestro, usted siempre enriqueciéndonos con sus buenas notas.
Excelente artículo y reflexion de vida. Gracias por sus articulos tan interesantes.
Que buena reseña crítica de una de las películas fundamentales del siglo pasado.
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