Leonardo Rossiello Ramírez | Política y sociedad / LA NUEVA MAR EN COCHE
De seguro no ignoras, hija mía, que en nuestros días hay quienes que cada vez que abren la boca, desgranan perlas. Ellos u otros las ensartan en collares, muchos de los cuales terminan sumándose a las ya abundantes colecciones de collares. Por supuesto que al hablar para el mármol también hablan para la prensa. O para las editoriales que los publican, las que, más que ellos, ganan su billete. Verdaderos dechados de ingenio, lo derrochan en «frases» como «¡Sonríe, eso confunde a las personas!».
Confundir a las personas, qué duda cabe, ha sido, es y será un acto filantrópico digno de ser imitado. Es algo rayano en lo épico, en lo inaudito. Si además se lo hace mediante algo tan inesperado como la sonrisa, la hazaña alcanza lo apoteósico. Es notable cómo las cosas pueden ser de esa manera.
La gente suele creer, con bastante razón, que las palabras fijadas son más duraderas que las dichas. Para eso se inventó la escritura. Quizá no sepas, pues perteneces a un mundo nuevo en lo concerniente al manejo de las palabras, que antes de que existiera el teléfono móvil y la tableta, la computadora y la grabadora de sonido, las personas importantes, incluso los imbéciles importantes, estaban rodeadas de encargados de escribir y guardar las perlas sonoras que aquellos emitían. Así, podrían ser leídas por otros y disfrutadas por las generaciones venideras.
Había también quienes se encargaban de elegir las más memorables —los primeros one liners de la Historia, que por lo general eran también las más memorizables— y se las daban a los orfebres para que, oro y ónix mediante, las dejaran inmarcecibles, y aun a los escultores, para que las esculpieran en mármol.
Decorando el séquito de adláteres, chupamedias, arúspices y correveidiles que rodeaban a los importantes estaban, para bien y para mal, los intérpretes de las perlas de sus bocas. Un ejemplo de interpretación acertada fue la vez que el rey español Felipe IV, acendrado producto de la endogamia monárquica, logró balbucear «Hace frío», y el intérprete de turno lo tradujo acertadamente como una orden: «Cerrad esas ventanas y encended de inmediato las estufas de este aposento».
Un ejemplo de interpretación errónea, ya que estamos con perlas de importantes españoles, fue la que provocó aquel generalito mediocre con voz de pito, el mismo que se sublevó contra el gobierno elegido, le abrió las puertas a la guerra civil y gobernó después durante cuarenta años.
El caso es que un intérprete tradujo una de sus perlas bucales como un raro acto de generosidad. Creyó que, al impartir una orden sobre qué hacer con un prisionero, el generalito había dicho: «No mate». En realidad había resultado todo lo contrario. El intérprete no oyó la pausa, luego transformada en coma, entre las dos palabras de la orden, que era «¡No, mate!». Una coma -una pausa-, hizo la diferencia entre la vida y la muerte de un prisionero.
Dirás que el grado de incertidumbre de lo dicho por los importantes es considerable. Te preguntarás acaso cómo podemos estar seguros de que los importantes dijeron lo que dicen que dijeron. O que fueron ellos o ellas y no otros los que dijeron las perlas que les atribuyen. Es cierto que hay atribuidores de frases memorables a falsos autores. Operan en el mercado sin que se sepa bien por qué. La perla bucal «La persona que no esté en paz consigo misma será una persona en guerra con el mundo entero» es de Gandhi, pero ¿qué pasaría si se la atribuimos a Hitler?
En el fondo es una cuestión de fe. Jesús, maestro oral, como Buda, Lao Tsé y y tantos otros, escribió una sola palabra, en la arena y nadie sabe cuál. Si no quedan testimonios directos de lo que escribió, quedan en cambio los indirectos de lo que dijo o dizque dijo. Incluso un discípulo de uno de sus discípulos aseguró en un evangelio, una o dos generaciones después de la muerte de Jesús, que el nazareno llegó a enojarse con una higuera.
No le faltaron buenas razones. Como era antinatalista, no daba higos. El evangelista aseguró que el hijo de hombre la maldijo. Cuesta creerlo, pero ha sido dogma desde hace muchos siglos.
En ocasiones, las frases de los importantes eran más elusivas y salían en forma de preceptos. En tales casos, los intérpretes preferían no trabajar y las palabras quedaban tal y como quedaran registradas, y que la gente se las arreglara. Gracias a escribas adláteres sabemos por ejemplo que de la boca de Víctor Hugo salieron estas perlas: «Concisión en el estilo, precisión en el pensamiento, decisión en la vida».
¿No te parece, hija mía, que un verbito rector le vendría bien? Más claro habría sido por ejemplo «Tienen razón quienes sostienen que yo carezco de concisión en el estilo…». Por otra parte, un contexto tampoco estaría mal para una buena hermeneusis. Si hubieran sido esparcidos durante el Barroco esos preceptos le habrían caído muy mal a algunos conspicuos estilistas, pensadores y vividores.
Y si lo que digo no te quedara claro, considera estas otras perlas de la boca del señor británico y empresario Ben Horowitz, que por cierto parecen provenir de un one liner anterior del presidente Theodoro Roosvelt: «A menudo cualquier decisión, incluso la decisión incorrecta, es mejor que ninguna decisión». A esto podría responderse que tal vez sí, pero que también a menudo no. ¿Entonces, de qué me ha servido oír eso? Es apenas un poco mejor que ser sordo. Además, ¿no te parece que no tomar una decisión es una decisión? Por si fueran pocos los reparos a esa basura inútil, agrego que una vez más nos falta el contexto, que bien habría podido transformarla en basura reciclable, al menos útil.
Las perlas bucales alcanzan su mayor brillo cuando provienen de políticos. Por ejemplo, te entrego una, esplendorosa, que proviene de quien ha resultado elegido para presidente de Brasil: «No te voy a violar. Ni te mereces que yo te viole». Dime si no es tranquilizante. Dirás, acaso, que su autor no es de las peronas más capacitadas, pero él mismo se ha adelantado a esa objeción, con una nueva perla de su llamada «boca», en realidad un enérgico hachazo en madera de caradura: «No soy el más capacitado, pero Dios capacita a los elegidos».
Si le replicaran que entonces Dios capacitó a Lula da Silva cuando lo eligieron presidente, no sé qué podría responder. Quizá que ese día Dios estaba distraído. Es algo plausible; si se vive en la eternidad, tarde o temprano algún día se estará distraído, porque en ese ámbito pasa todo infnitas veces.
Me gustaría terminar esta reflexión con esta reciente, pero imperfecta, perla de la boca del cineasta estadounidense Michael Moore: «Si vuelves a la gente estúpida, votarán a un estúpido». Cuando la soltó estaba apuntando al presidente de EE. UU., el inefable POTUS, pero me parece que tiene pretensiones de validez universal.
Imagen proporcionada por Leonardo Rossiello.
Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Montevideo, Uruguay en 1953. Soy escritor y he sido académico en Suecia, país en el que resido desde 1978.
Un Commentario
Excelente, Leonardo!
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